Es muy triste y lamentable que la ciudad de San Cristóbal esté sumida hoy en día en un profundo deterioro. Pareciera que el cáncer de la ineficiencia y el mal gobierno municipal hacen metástasis en el alma de la ciudad, dejándole ver cicatrices que afean su piel. Basta hacer un recorrido por calles y avenidas de la ciudad para verificar esta penosa enfermedad. De verdad, son síntomas de una ciudad que está muriendo de mengua.
Más que por la lluvia es la desidia gubernamental la que hace mella en el rostro de la ciudad. Por ejemplo, no hay ni una calle ni una avenida que esté a salvo del sarampión de huecos que como una pandemia se ha extendido por toda la ciudad. Con tapaboca puesto, iniciemos nuestro recorrido por la parroquia la Concordia, pasemos por el terminal, los pequeños comerciantes, barrio el Carmen; luego la Castra, la Unidad Vecinal, Pirineos, barrio Libertador, Pueblo Nuevo, Santa Teresa, barrio Bolívar y paremos cerca del mercado de la Guayana. Son zonas brotadas por el sarampión de los huecos y la vacuna asfáltica no llega, ni siquiera una paquita de cemento.
Aunado a ello están otros problemas más grave aún, como la inseguridad, el sicariato, los robos a diario que se suceden contra las personas, el infernal tráfico en la ciudad, el problema de la limpieza y deterioro en el centro. Todo esto por supuesto, origina una situación de angustia colectiva y malestar general en toda la sociedad. Esa sensación generalizada de malestar, de rabia e impotencia se transforma en desencanto, porque no es un signo de deterioro reciente sino que el mismo ha venido avanzando visible y silenciosamente en las últimas décadas.
El mal gobierno municipal viene matando a la ciudad. En el caso que nos ocupa, la ciudad de San Cristóbal fue gobernada y administrada en un primer ciclo de cuarenta años, tal vez más, por gobiernos adecos y copeyanos. Estos últimos nueve años la ciudad ha sido gobernada por una familia, relacionada con la ideología y metodología de los gobiernos anteriores, que en términos cualitativos y cuantitativos ha hecho muy poco por la ciudad, excepto la estatua que no habla pero que patea la redoma. Y aquí no hay excusa que valga, porque tuvieron la oportunidad de reciclar su manera de gobernar una ciudad, pero vemos que es el mismo formato, el mismo esquema de juego: un silencio que arranca suspiros del alma y en cada bocanada de aire, nos preguntamos: ¡Dios mío, por qué tan poca visión para atender una ciudad!
San Cristóbal es quizá un ejemplo de esa irracionalidad de los gobiernos de la derecha que todo lo niegan, todo lo disfrazan y jamás aceptan que son pésimos para gobernar. Saquemos la cuenta de los cuarenta años de los gobiernos puntofijistas, que dedicaron su gestión a servir los intereses de los poderosos grupos económicos, en desmedro de la calidad de vida de la democracia y la familia venezolana. También sumemos estos nueve años del gobierno silencioso de la estatua, donde nada grande se ha hecho, donde pareciera que no hay proyecto ni ideas para gobernar.
Las ciudades no sólo son ferias, reinas y estatuas, ni mucho menos eslogan. Si persisten en eso no habrá ni gestión, ni familia, ni progreso. Al final terminaremos reciclados en una ciudad con fachadas de apariencia pero profundamente deteriorada.
(*) Politólogo.
eduardojm51@yahoo.es