Ya los dueños económicos[1] del mundo presente iniciaron su poderosa y veloz carrera electrónica, política e industrial, a fin de lograr una máxima censura o control de calidad sobre toda la producción y divulgación literaria de importancia ideológica, política, filosófica, económica, artística y sociológica, luego de la “popularización” de los medios, que como nunca antes pudieron hacerlo las fábricas de las clases dominantes que les precedieron a los burgueses en tan opinable conducta.
Efectivamente, una ligera hojeada a las páginas liminares de los libros de siglos atrás dejarán entrever aquellas rígidas autorizaciones previas que los gobernantes o sus representantes otorgaban a los escritores[2], unas licencias que no han sido otra cosa que subrepticios contratos politicomercantiles de compraventa de la libertad de expresión, como condición sine qua non para su divulgación entre el pueblo, y cuando el medio escrito se mercantilizó, el usuario o lector paradójicamente tuvo que comprarlo con sus ingresos, en el mejor de los casos. Para ambas trabas, el género panfletario fue una alternativa entre otras salidas, además de que sigue coexistiendo la insoluble contradicción que rige entre una clase social que lucha por divulgar e imponer mediáticamente sus ideas frente a un trabajador y pensador revolucionario que intenta ofrecer las suyas propias.
De esa manera, el control oficial de marras garantizó para sí una plena e inmediata actualización de todo tipo de conocimientos alcanzables por investigadores, elucubradores, filósofos, políticos, poetas, músicos compositores, disidentes y demás escritores.
Hoy, el desarrollo masivo del mercado mediático ha flexibilizado la oferta de “libertad de expresión” a fin de maximizar ganancias económicas e ideológicas, y si bien el control mediático burocrático directo es más elástico, entre gobernantes y escritores, la figura del “Copyright” ha venido a suplir con éxito la “tradicional” función censurista a favor del sistema dominante actual, mediante el control de la propiedad privada jurídica[3] que enmascara la aquella propiedad económica que le sirve de base.
Así se arribó a la situación presente donde el desarrollo técnico de los medios electrónicos de producción burgueses experimenta un renacimiento de la fiscalización mediática que permite penetrar los medios mismos que la mediática virtual venderá en cada rincón demográfico del planeta, esto es, el flamante lector de libros electrónico (“eBooks”)
A tales efectos, la industria electrónica de los medios escritos virtuales adelanta una exhaustiva recopilación internacional de todos aquellos libros cuyo contenido le resulte inconveniente o de baja rentabilidad, y cuya censura de vieja data se quedó inconclusa por inexperiencia o por así permitirlo el bajo desarrollo de las Fuerzas Productivas de entonces.
Especialistas de las principales academias burguesas del mundo son enviados a todos los países en función de recolectores de libros y afines. Tales compradores les ponen la mano a todas aquellas informaciones, datos, mensajes y demás enseñanzas literarias que los movimientos antiimperialistas han acumulado desde hace varios siglos. Esa recolección suelen hacerla en las “librerías de lance”, más conocidas en nuestro medio como “chiveras de libros”.
En el diccionario electrónico de “Word”, Microsoft 2007 puede observarse cómo los antónimos y sinónimos de la palabra “apología” son presentados todos como sinónimos dentro de la misma entrada de su léxico. Pensamos que se trata de un lapsus cometido ex profeso para la siembra de confusiones en los usuarios de este procesador de palabras, a fin de que vayan evitando el empleo de ciertas palabras “incómodas” que ya están connotadas como despectivas en contra la clase industrial burguesa y de sus “apologistas”.Sirva el ejemplo para tener una idea de lo harán los fabricantes burgueses editorialistas con todas las ediciones y reediciones que “enriquecerán” los libros virtuales para los nuevos “eReaders” .
marmac@cantv.net
[1] En Economía (Científica) se contempla la “propiedad jurídica” u oficial, y la “p. económica” u originaria. Cónfer: Carlos Marx El Capital, Libro I, Cap. XXVI.
[2] Las editoras, suponemos, debían respetar las disposiciones oficiales correspondientes, so pena de ser sancionadas por complicidad de hecho.
[3] Ver nota superior de esta página.