La ley inconsulta de Guido

Cuando nos referimos al Legado Chávez, no estamos haciendo alusión a una simple frase o consigna que acomodamos a nuestra conveniencia. A diferencia de lo que pudiera pensarse, tal alusión implica un compromiso moral y ético con los esfuerzos realizados por el Gigante Hugo Chávez, por transformar cada pequeño espacio de la vida diaria. La naturaleza de esas acciones estaban inmersas en la búsqueda, siempre recurrente, de la voz del pueblo como garante del consenso y la democracia participativa. De igual manera, desde su primera aparición pública el Comandante Chávez partió la historia contemporánea de nuestro país, ya que literalmente provocó un terremoto socio cultural al asumir, frente al país, la responsabilidad de los acontecimientos ya conocidos por todos. No es un detalle menor hacer alusión al hecho de que para hablar o referirse al Legado de Chávez hay que tener presente que ello implica la concienciación de valores y responsabilidades que no se pueden asumir a la liguera. Muchos evocan, por allí, ese legado por la simple y sencilla razón de que eso parece ponerlos por encima del resto. Una práctica que a menudo suele implicar la muerte silenciosa de la voz colectiva y de la corresponsabilidad de amputada porque ni se escucha al Pueblo ni se asume la responsabilidad de los acciones, tal y como no los enseñó nuestro Comandante.

Imaginen ustedes lo que implica castrar dos de las fuentes primordiales del Legado de Chávez: el escuchar al pueblo y no asumir con guáramo los errores que cometemos. Estas referencias las hacemos a la luz de toda la controversia dimes y diretes que se han generado con, primero la proposición y luego, la posterior aprobación de la Ley de Ciencia y Tecnología, cuya maniobras políticas estuvieron dirigidas por el diputado Guido Ochoa. Nos preocupa profundamente todo el ruido que se ha generado por la imposición de una Ley que, en primer lugar, no contó ni cuenta con el consenso del colectivo nacional y, en segundo lugar, ha causado más oscuridad que claridad particularmente porque todavía se sigue creyendo que toda institución va a cambiar por el solo hecho de colocarle la palabra socialista. Es decir, ingenuamente se cree que, por ejemplo, el IVIC será un instituto de ciencia al servicio del pueblo porque se le agregue el epíteto ya mencionado.

“El hábito no hace al monje”, proverbio ancestral que denota la incapacidad que tiene un acción que solo cambia por fuera, pero se mantiene intacta por dentro. Vale, entonces, preguntarse: ¿cuál es realmente el propósito que persigue este diputado con el impulso de una Ley que obvia el principio sagrado de la participación colectiva?. ¿Existe algún interés oscuro donde se oculta, quizás, ambiciones cooperativas? El juego de poder está basado en la creación de fuerzas capaces de dividir porque ello implica una resta de fuerzas y de credibilidad. ¿Será, este diputado, lo suficientemente coherente con sus acciones y asumirá la responsabilidad de los posibles descalabros de una Ley que todavía genera una multiplicidad de lagunas, no solo en los privilegiados circuitos científicos, sino también en la colectividad en general?.

Bueno, nos toca seguir en la lucha diaria contra la banalización del legado de nuestro Comandante y, sobre todo, del cumplimiento sacro de su valor histórico que se ve profusamente afectado con actos como éstos donde una ley inconsulta provoca más conflictos que soluciones reales.


basoaltoricardo7@gmail.com



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