Desde que nos bautizaron empezamos a ofrecer gratuitamente todos nuestros datos curriculares a todas las personas de nuestro entorno: Nombre de pila y los motes cariñosos que nos ponen nuestros padres y madres, qué comemos, qué nos hace daño, nos gusta o disgusta, de qué padecemos o hacemos, a dónde nos llevan, a cuál hora hacemos esto o aquello…suerte de Little Data.
Hoy este entorno se ha magnificado como nunca antes con los medios de comunicación electrónicos que se nos vende y compramos como herramientas de trabajo, como diversión y hasta por curiosidad.
Hasta la llegada del teléfono celular de bolsillo, los tel. alámbricos estuvieron asociados a las empresas comerciales y a la gente de holgada posición económica. Recuerdo que cuando compre mí primer cel., como andaba en camioneticas de pobre, mis compañeros de trabajo hicieron chistes de mal gusto porque no lograban asociarlo con una herramienta comunicacional portátil y popularizable al máximo.
Hoy surge una Big Data que resulta inevitable porque, obviamente, con un procesador electrónico como los "celulares" que reúne características de comunicación, fotográficas, juegos y dispositivos integrados para grabar y oír música, sus usuarios suelen emplearlo como una u otra herramienta con lo cual nuestros enlaces con el entorno se tornan infinitos.
La opción ante esa capacidad que ahora tenemos para alimentar la Big Data sobre todo lo que hagamos con semejantes medios sería minimizar su uso, restringirlo a lo estrictamente necesario, porque de nada o de muy poco nos serviría dejar de usarlo; pecaríamos de desactualizados, aunque el cel. que usa la gente de bajos recursos económicos hoy está limitado a mensajitos de textos con pésima ortografía y a la pantellería de una musiquita y prácticas de jueguitos electrónicos, cuando no se limitan a cargarlo apagado y pegado al cinturón por aquello del "qué dirán de mí" si no tengo uno.
Por lo demás, resulta cuesta arriba que algún Estado se ocupe con permanente seguimiento a conocer de la vida y milagros de todos los usuarios. A lo sumo, de trata de archivos pasivos que caen en las redes como el agua lo hace sobre los ríos.
Desde luego, comercialmente hay y habrá empresas que nos hagan seguimiento sobre nuestros gustos como clientes potenciales, pero hasta ahí, a menos que usted se convierta en un importante hombre público y de alguna manera importe a terceros para bien o para mal. Por ejemplo, las páginas que usted cuelga en algún medio suelen aparecer bordeadas de alguna publicidad vinculada al contenido de sus publicaciones.