La vida le llega a dos jóvenes como préstamo. Ella luego deberá cobrarles y parar cumplir su karma, les comenzará a exigir intereses en terribles, lentas y rígidas cuotas. Habitan en espacios barriales adonde la bondad se esconde entre afectos profundos como inexactos. El centro es el personaje a quien el Director de la Película Marcel Rasquin, llama sencilla y brutalmente “El Gato”. Su Hermano apenas unos años mayor que él es figura que modela. Impone, ordena y marca los modos y maneras entre recias y duras de cuanto tiene de propio la vida de los espacios marginales, que cuál correas moldean el talle de las zonas residenciales y de las urbanizaciones mas “acomodados” de nuestra ciudad en una dislocada como impropia lógica social.
Pinta Rasquin con profesionalidad de cineasta de buena estirpe, la indomable caracterología de los seres que rodean a los dos hermanos. Los expone con trazos de rasgo duro y bien delineado, nos asoma a sus modos de vida y los asuntos más humanos y amorosos de la barriada. Paradigmas que se repiten hasta el infinito, a los cuales el director, contextualiza y asoma sin hacer de ellos ninguna caricatura, mucho menos caer en el facilismo televisivo de los rostros e historia de personas de “por estas calles”.
Se auxilia de imágenes, aunque de pronto son tan dramática y tan bien pensadas las figuras y las composiciones que logra el fotógrafo, que pareciera que ella tiene su vida propia que se elevan sobre el film; es oda que se escapa en sueños de piso de tierra, y escombros y monumentales paredes de friso bombardeado, que deja espacios que solo la imaginación de los hermanos convierte en un gran estadio, adonde entre patadas, driblings, empujones, sin arbitro que saque tarjetas, se fajan en duelo, partida que solo uno de los dos puede ganar. Quién mas corazón le ponga y mas coraje y dureza arriesgue en la discusión y forcejeo entre dos por la pelota, con la cual ganarle el reto al hermano, que además de técnica, dominio y tanto y toque de bola, posee mas físico, todo un cancerbero. No olvidar que uno de ellos es un gato, todo sigilo, todo fibra, todo músculo, todo rapidez, todo estrategia, ¿que mas puede desear un futbolista¿. Sin ofender la historia, uno es Gato y el otro es un perro, de presa, sabio firme y voraz a la hora de pelear balones en el cuerpo a cuerpo y en toda la cancha, ciencia que también aplica es su vida malandra.
Marcel Rasquin, es necesario decirlo es venezolano, muestra con maestría y sensibilidad cinematográfica, vidas bien diseñadas, para hacerlas habitar en los lugares adonde el barrio y su gente demuestra muy subrepticiamente amor y grandes pasiones a estadio abierto; adonde cabe la pureza e ingenuidad de una mujer que ya cargando a cuestas un bebe, le resulta imposible dejar a su mala fortuna un niño abandonado. Ojo, cero telenovela, es un cuento escrito por Rasquín que conmueve por su caraqueñísimo toque, tiene estilo que recuerda a Salvador Garmendia o Eduardo Liendo, quien a propósito de esta ciudad expresó: "Yo soy deudor de mi Caracas", narradores que no solo miraron sino que sintieron y convivieron y contaron sobre esta clase de épica que canta al ser de estas madres-padres, de nuestra ciudad, duras por fuera, firmes, pero dulces y capaces de vivir para dar amor a sus congéneres.
Todo el film, se acompasa con los dramas que se desarrollan alrededor de canchas calvas de grama, adonde el pedrero y el polvero en vez de amedrentar la voluntad de estos poco atendidos futbolistas, los exacerba y activa a ser mejores y buscar calidades que estos campos improvisadas para el juego y con mucho y terrible sol dominguero, les verá saborear el triunfo entre equipos de distintas barriadas que irán cada semana a morir o ganar. Allí, solo el gol cuenta.
Al final de toda la patadamentazón que les da la vida, mas las que reciben en sus partidas los van preparando, endureciendo, afilando, afinando hasta soñar que un golpe de suerte los lleve al equipo Caracas Futbol Club, peldaño para saltar por esa pequeña rendija que los puede llevar a los lugares adonde existe una nueva vida. Esperando que desde allí dejen de seguir pagando las cuotas que sus amargas historias les cobran. Momento adonde dejaran de chuparse el lado amargo del tolete social que en el reparto les correspondió. Verán la luz del sueño al percibir la gloria con los antejos del color de la Vino Tinto.
Historia bien contada, justa en sus alcances, precisa en sus personajes que demuestra la forma como un buen director mueve y saca lo mejor de sus actores. Mucho que decir de la fotografía de Enrique Aular, alma del cuento, armazón y escenario con luces para exaltar la belleza, hasta de los escombros, desde donde se levantan ese Gato y ese Perro hasta llegar a la grama del Olímpico. La música de Rigel Michelena es parte notable de la pieza montada por Rasquin, conmueve o alegra según se lo proponga, son melodías sin azar. Música con mucho sentido. Ver la película es como hacerle un paréntesis reflexivo al Mundial, es puro futbol de calle, sin los monstruos de la FIFA ni sus árbitros en busca de mejor postor.
Al que no asista a verla le sacaremos no solo la madona sino la tarjeta roja de la queja.
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