La amenaza de Obama al gobierno de Hugo Chávez, transmitida a través de su Departamento Colonial, la Organización de Estados Americanos (OEA), tiene diversos significados. Pretende influenciar las elecciones parlamentarias de septiembre en Venezuela con una psicosis de guerra, tal como hizo la Casa Blanca en las elecciones nicaragüenses de 1990, cuando mandó decir a través de la oposición: “Quién quiere la paz, vota por Violeta Chamorra. Quién vota por Daniel Ortega, vota por la continuación de la guerra.”
Un efecto semejante se quiere alcanzar en las elecciones presidenciales de octubre, en Brasil, apoyando al neoliberal José Serra contra la candidata “guerrillera” y “pro-terrorista” Dilma Roussef. De la misma manera, Washington quiere aplacar la ira de la derecha terrorista nacional e internacional que está furiosa por la detención del terrorista venezolano Peña Esclusa, y la detención y extradición del terrorista salvadoreño Chávez Abarca a Cuba.
La esencia del circo mediático en la OEA, sin embargo, es el ultimátum para Hugo Chávez. La clase política estadounidense le mandó decir, por boca de un cabaretista colombiano de tercera: o aceptas la Doctrina Monroe en América Latina o te vamos a destruir como a Noriega en Panamá, Saddam Hussein en Irak y, pronto, a tu amigo Ahmedinejad en Irán. Esta es tu última oportunidad para evitar el Armageddon, Chávez.
Si realmente existen campamentos de la guerrilla colombiana en Venezuela, o no, es irrelevante. Tan irrelevante, como lo fueron las “armas de destrucción masiva” en Irak. En ambos casos, el supuesto casus belli (causa de la guerra) no fue más que la pérfida apología de la agresión, decidida apriori (de antemano). Ni Colin Powell logró suprimir la evidencia de su mala conciencia y sus mentiras en su performance ante el Consejo de Seguridad de la ONU, ni el ex diputado colombiano Hoyos, destituido por corrupción, en la OEA.
El por qué del ultimátum ahora, es obvio: Washington ha terminado la logística militar-política necesaria para la destrucción de Venezuela y Nicaragua. Los Estados de toda América del Norte están a su disposición, los de toda América Central, con excepción de Nicaragua, y en América del Sur los de Colombia, Perú y Chile y las colonias europeas. Para darse una idea gráfica de la correlación de fuerza militar y política, basta con colorear en rojo los países neocoloniales-monroeistas, y en verde los bolivarianos.
A principios de los años ochenta, la revista de solidaridad estadunidense NACLA (North American Congress on Latin America) me invitó a redactar un número sobre Centroamérica. Reagan, quien acusaba al gobierno sandinista de importar un régimen socialista de tipo cubano y de ayudar a la guerrilla del FMLN en El Salvador (¡!), había firmado en secreto, en enero de 1982, la directiva NSDD-17 que autorizaba la formación de los paramilitares “contras” y su financiamiento con 19 millones de dólares.
Pese a que se desconocía la directiva, el mosaico de información particular que apareció en diversos países centroamericanos, pronto reveló el patrón de lo que estaba haciendo la Casa Blanca: la construcción de la logística de destrucción del Estado Sandinista y de la economía nicaragüense. Si analizamos la política de Bush-Obama-Clinton en Centroamérica, vemos el mismo patrón: reactivación de la 4. Flota, triunfo político en Panamá, bases militares en Colombia, golpe militar en Honduras y ocupación militar de Costa Rica. Con la logística bélica terminada, Obama lanza el ultimátum de rendición al Presidente venezolano.
Pero, Hugo Chávez se niega a aceptarlo y rompe relaciones diplomáticas con el sátrapa Uribe. En consecuencia, tiene que prepararse para la guerra. Esta preparación tiene su aspecto militar, cuya faceta más importante es la posición respectiva que asumirán Brasil y Ecuador. Pero más importante aún, es un aspecto civil: la unidad nacional venezolana.
Hugo Chávez y su partido ganarán las elecciones de septiembre, salvo que algo extremo suceda, como un devastador ataque a Irán. Tal victoria electoral, como en el caso del triunfo electoral de Allende en 1973, aumentará el peligro de que el imperialismo opte por el desenlace militar. Para defenderse de esta amenaza, Hugo Chávez necesita (re-)construir la unidad nacional, lo que sólo será posible a través de la refundación de su modelo de gobierno, haciéndolo más incluyente, superando la muy peligrosa stagflación económica (recesión plus inflación), la inseguridad y la ineficiencia (ver casos como la constantes fallas en el Metro de Caracas, los cortes de electricidad, el caso PDVAL, etc.).
Algún tiempo después de mi contribución a NACLA, la organización publicó un nuevo número de la revista con el título: The Empire strikes back – El Imperio contraataca. Este es el peligro que vivimos a partir de la reunión del Departamento Colonial de la Casa Blanca y que nos acompañará por mucho tiempo.