Los plebeyos van al jardín del palacio para venerar el reinado

El beso

Consternada humanidad ante las pantallas del mundo haciéndole reverencia a un pasado de sometimiento. Sus dedos señalando trajes y gestos, admirando la aristocracia que se engalanaba adentro del Palacio y cumplía la tradición de que los plebeyos pudieran ver a los adorados príncipes que se desposaban en un beso sacado de los cuentos infantiles. Que llenó de ternura aquella mañana, como si viviéramos en el mundo de las fantasías.

Ladys y Lores bajaban de las limosinas, los Royce Rolls trajeron a embajadores y lejanos reyes y reinas de las comarcas vecinas. El festín era puertas adentro. Solo para ricos, para emperadores y amos, el pueblo, como siempre: en la calle. Y sin embargo el pueblo entiende que así deben ser las cosas, como han sido siempre. Los reyes pertenecen a otra clase superior que les asignó siempre la potestad de regir sus destinos, rodeados de confites y exquisiteces, de grandes mesas repletas de abundancia y lujo.

Así este el pueblo sin empleo, así su hipoteca se estuviera ejecutando para dejarlo en la calle y la miseria, así sus hijos combatiendo en Libia para defender la corona, así y todo siguió funcionando el encantamiento: había que levantarse en un día tan especial para ir a ver a los novios darse un beso en el balcón del palacio. Yo me preguntaba ¿será culpa de los cuentos que nos leían? ¿Aquellos cuentos de hadas y palacios con jardines, con príncipes y princesitas hermosas y frágiles que casi flotaban por su levedad y refinancia? ¿O será la memoria del coloniaje, de la dominación perpetrada por tantos siglos, que no permite ver de una manera mas real la desigualdad y la injusticia??

Luego del festín real, los plebeyos debieron regresar a sus labores o sus infortunios, los pobres a seguir siendo pobres, las niñas humildes a soñar con aquel vestido que lució la princesa y los jóvenes a pretender ser príncipes algún día, quizá su imaginación se complacía en imaginar la gran fiesta que habría esa noche en palacio, hasta con admiración quedamos todos salpicados de estrellas, la realeza se lució ante los pueblos. ¿Y vuestra hija con que traje desposará a su amado? ¿En que palacio saldrá a darse un beso con su príncipe? ¿Quién vendrá a ver la boda de un pobre de este mundo? ¿En que mesa se servirá el festín de cada uno de nosotros?

Así seguimos siendo explotados y dominados por los que se dicen amos, aquellos que nos miran y se besan desde la altura de una ventana adonde solo se besan los de sangre azul. Mientras las hermosas damiselas deberán seguir esperando, engañadas por las telenovelas, a que un sapo se convierta en su príncipe encantado.


brachoraul@gmail.com


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Raúl Bracho


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