Algunos autores que subrayan la continuidad del imperialismo clásico, también avizoran un retorno de los choques entre potencias. Consideran que esa reaparición ratificará las semejanzas con el período leninista y discuten quiénes serán los protagonistas de esos enfrentamientos.
Ciertos analistas estiman que las principales colisiones opondrán a Estados Unidos con un bloque ruso-europeo o con una alianza chino-asiático, al cabo de un proceso de fortalecimiento de las áreas monetarias de una u otra región3. Otros enfoques desenvuelven un razonamiento parecido, sin detallar quiénes serán actores del futuro conflicto4.
¿RESURGE LA CONFRONTACIÓN INTERIMPERIAL?
Estos diagnósticos no tienen corroboración empírica. Las tensiones comerciales y geopolíticas entre las potencias ha sido un dato cotidiano de los últimos 60 años, pero siempre desembocaron en alguna negociación. En ningún caso se vislumbró una reaparición de las situaciones de entre-guerra. Los conflictos económicos no se proyectaron al terreno militar y esa tendencia persiste en la actualidad.
La reaparición de las conflagraciones armadas dentro del bloque occidental, no es una hipótesis en discusión en ningún ámbito relevante. Un escenario de guerra entre Alemania y Francia, entre Estados Unidos y Japón o entre integrantes significativos de la OTAN está fuera de consideración. Este descarte ha quedado incorporado como un dato de la realidad contemporánea, olvidando que constituye un rasgo histórico relativamente reciente. Hasta la mitad del siglo XX, ese tipo de enfrentamientos constituía el hecho dominante del contexto internacional.
Como este viraje introduce un serio problema en la teoría clásica del imperialismo, algunos autores destacan la novedad creada por el armamento nuclear. Afirman que las grandes potencias son conscientes de la dinámica auto-destructiva que generaría un conflicto armado. Por esta razón desplazaron sus choques a los escenarios indirectos del Tercer Mundo. Mientras disputan sus divergencias en África, Asia Central o Medio Oriente, amplían el arsenal atómico como amenaza disuasiva5.
Pero las amenazas de incursión militar directa siempre se orientan contra terceros. La disuasión nuclear de Francia no está dirigida contra Gran Bretaña y las bombas que perfecciona Estados Unidos, no apuntan contra sus socios desarmados de Japón o Alemania.
Este mismo tablero se proyecta a la periferia. Cualquier invasión norteamericana en Medio Oriente constituye un mensaje de dominación para sus competidores. Pero a diferencia de lo ocurrido a principio del siglo XX, ese chantaje no prepara agresiones contra potencias del bloque occidental. Ningún marine ensaya en Irak la repetición del desembarco de Normandía. Esta realidad geopolítica ha quedado naturalizada, a pesar de su carácter histórico novedoso.
Algunos analistas subrayan acertadamente que las confrontaciones inter-imperialistas han quedado limitadas por muchos factores (entrelazamiento financiero entre las potencias, solidaridad política entre las clases dominantes) y un determinante decisivo: la aplastante superioridad militar de Estados Unidos6.
Esta primacía efectivamente disipa las viejas conflagraciones. Ninguna potencia puede desafiar al país que monopoliza la mitad del gasto bélico mundial, comanda la OTAN y controla la red global de bases militares. Pero una vez reconocido este rol del Pentágono, hay que analizar cómo esta supremacía modifica la teoría leninista del imperialismo.
Muchos autores perciben la trascendencia de este cambio, pero no logran conceptualizarlo. Consideran que el nuevo escenario abre un abanico indefinido de alternativas y relativizan la desaparición de las rivalidades militares inter-imperialistas clásicas7.
Esa reaparición de confrontaciones entre potencias es siempre posible, pero es altamente improbable. Exigiría anular primero todo el sistema de protección militar, que Estados Unidos construyó con el aval de sus aliados. Ese desmonte no se avizora en ninguna parte. Al contrario, todos los países de la tríada han reafirmado su aceptación del padrinazgo bélico norteamericano.
Algunas tentativas de un escenario opuesto, que aparecieron en las últimas dos décadas se diluyeron con llamativa celeridad. El distanciamiento francés de la OTAN se revirtió y los disgustos de Japón y Alemania por la presencia de marines en sus territorios, no evolucionaron hacia el rearme independiente. Tampoco Gran Bretaña adoptó iniciativas, sin el visto bueno de su hermano mayor.
Este equilibrio puede ser visto como una expresión simultánea de debilidad norteamericana e impotencia de sus rivales. Pero incluso ese balance de fuerzas no tiene efectos neutrales. Conduce a preservar una supremacía bélica estadounidense, que sus socios no cuestionan. Los aliados discuten los términos de ese liderazgo (y sobre todo sus costos), pero no objetan su continuidad.
Otros autores cuestionan el carácter perdurable de la hegemonía militar norteamericana, con razonamientos afines a la teoría clásica. Presentan numerosos ejemplos de continuidad de la rivalidad entre potencias y subrayan la intensidad de los choques comerciales, monetarios y financieros entre Europa y Estados Unidos. Estiman que la concurrencia por controlar las riquezas petroleras acrecienta, por ejemplo, las discrepancias geopolíticas8.
Pero nadie niega la existencia de esas disputas. El capitalismo es un sistema económico basado en la concurrencia y funciona mediante pugnas sistemáticas por el manejo de los negocios. El problema en debate es el alcance militar de esos choques. Mientras que en el pasado existía cierta proporcionalidad entre la rivalidad económica y bélica, en la actualidad esa relación ha quedado fracturada por la supremacía militar estadounidense. Los afectados por esa superioridad no intentan revertirla, por temor a perder la protección que ofrece el gran estabilizador del capitalismo global.
Todos los conflictos de los últimos años han confirmado esa predilección por regenerar el sostén militar norteamericano. Europa y Japón acompañaron las decisiones estadounidenses en los Balcanes, Somalia, Irak y Afganistán. Cualquier acción bélica occidental realizada por el Pentágono es avalada por sus aliados y aquí radica la gran diferencia del imperialismo norteamericano con su precedente británico.
El reconocimiento de estos comportamientos no impide a ciertos analistas concebir un retorno a los viejos parámetros de confrontación entre potencias. Argumentan que ese escenario no implica la vigencia de guerras permanentes, sino el acrecentamiento de las tensiones en múltiples órbitas9.
Pero lo distintivo del imperialismo clásico no era esa variedad de conflictos, sino la existencia guerras en gran escala por el reparto del mundo. Estos enfrentamientos no se han repetido, ni tienden a reiterarse. Es más importante explicar este hecho, que especular sobre la hipotética recreación de esas situaciones.
¿OTROS CONTENDIENTES?
Algunos partidarios de la tesis clásica del imperialismo, estiman que una confrontación bélica semejante al pasado, podría enfrentar a Estados Unidos con Rusia o con China. Ambos países son contenientes militares de peso, controlan grandes arsenales nucleares y persisten como adversarios prioritarios del Pentágono.
Este conflicto es visto en algunos enfoques, como una prolongación de lo ocurrido durante la guerra fría. Se estima que los choques de ese período constituyeron rivalidades entre potencias por el control de áreas de influencia, en los puntos más estratégicos del planeta10.
Una caracterización semejante predominó en las escuelas convencionales de ciencia política desde el fin de la Segunda Guerra hasta el desplome de la URSS. Se observaba la pugna “entre el comunismo y el mundo libre” como una batalla entre equivalentes por la dominación mundial, que reproducía las rivalidades ancestrales de todos los imperios. Pero este diagnóstico fallaba en un aspecto central: la Unión Soviética no era un país capitalista y tampoco desenvolvía una política imperialista.
El sistema económico reinante en ese país incluía la presencia de relaciones mercantiles y salariales, pero operaba sin propiedad privada de los medios de producción y sin acumulación sostenida de capital. Existía una capa explotadora que erosionó las formas iniciales de la planificación e impuso una fuerte regresión de la conciencia revolucionaria. Dirigían formaciones burocráticas, totalmente alejadas del ideal socialista11.
Pero ese régimen político no implicaba vigencia del capitalismo o plenitud de mercado. Quiénes presentan a la ex URSS como una potencia imperialista (o social-imperialista), parten de una equivocada identificación de ese sistema, con alguna modalidad de capitalismo de estado.
Ese erróneo enfoque tiene importantes consecuencias políticas. Al aplicar criterios de rivalidad inter-imperial al conflicto entre Estados Unidos y el ex “bloque socialista” se supone que ambos contendientes eran igualmente reaccionarios. Siguiendo ese razonamiento correspondía denunciarlos en común y objetar cualquier diferenciación entre ambos.
Pero ese neutralismo chocaba con la dinámica que prevaleció durante décadas en los campos de lucha anticolonial y antiimperialista de Asia, África o América Latina. Durante ese período los movimientos revolucionarios criticaban el carácter insuficiente del apoyo político y militar brindado por la URSS a las batallas contra el gendarme norteamericano. En Vietnam, Cuba, Congo o Nicaragua nadie observaba a la Unión Soviética como un enemigo equivalente a los marines. A la cabeza del “bloque socialista” no se encontraba una potencia imperial asociada al Pentágono (como Gran Bretaña o Francia), sino un régimen que participaba en forma limitada e inconsecuente en el conflicto con Estados Unidos.
La incomprensión de este dato implicaba adoptar políticas de abstención en las batallas antiimperialistas de esa época. Esta visión era convergente con las teorías en boga que cuestionaban los “dos totalitarismos”, sin registrar diferencia alguna entre la URSS y los Estados Unidos. Esa identidad era postulada por muchos defensores del capitalismo, pero no congeniaba con la batalla contra ese sistema de opresión.
Las controversias de la guerra fría han perdido actualidad, luego de la restauración del sistema burgués en Rusia y de su avanzada reconstitución en China. Existen varios criterios para definir en qué punto de esta involución se encuentran ambos países, según se priorice el rumbo del poder político, el peso de las nuevas clases dominantes, el tipo de coordinación económica o las modalidades imperantes de crisis.
Pero incluso suponiendo que esta transformación estuviera completada, sería todavía muy discutible postular, el carácter inter-imperial de una eventual confrontación con Estados Unidos. Dado el carácter reciente de estos procesos de restauración sería todavía prematuro el uso de calificativos de este tipo.
DIAGNÓSTICOS Y PRONÓSTICOS
Dada la regresión social e inestabilidad política que ha predominado en Rusia, muchos analistas consideran que China es el gran candidato a chocar con el dominador norteamericano. El espectacular crecimiento de la potencia asiática y su arrolladora tendencia a la expansión financiera y comercial han transformado a esa hipótesis, en una posibilidad evaluada por los estrategas del establishment.
Pero en las miradas más audaces China es vista todavía, como una potencia en constitución. Por esta razón ha sido bautizada con la denominación intermedia de “emergente”. Lejos de contar con una historia imperial reciente fue víctima de un gran saqueo colonial antes de su independencia. Su asombrosa irrupción en la economía mundial es una novedad muy reciente. La utilización del término imperialista para caracterizar este despegue global debería, en todo caso, subrayar el carácter inicial de ese desenvolvimiento.
Las caracterizaciones leninistas del imperialismo clásico estaban siempre referidas a batallas por el reparto del mundo entre viejas potencias (Francia, Gran Bretaña) y nuevos contrincantes (Estados Unidos, Alemania, Japón), con probada vocación para invadir territorios y con ejércitos muy predispuestos para la guerra.
China no se encuentra en una situación de ese tipo. Su performance no es comparable a los protagonistas de la Primera Guerra y es actualmente imposible pronosticar si alguna vez alcanzara ese status. Es aventurado afirmar que el país ya está dirigido por una clase dominante con ambiciones de hegemonía global y consiguiente disposición al enfrentamiento con Estados Unidos.
La elite china ha demostrado hasta ahora una nítida inclinación por un curso opuesto de mayor asociación y convivencia con Norteamérica y Europa. El predominio de estas tendencias es incluso reconocido por los enfoques, que más resaltan la potencialidad conflictiva de las relaciones chino-americanas. Esta tendencia es acorde al alto grado de inversión extranjera que existe en el país.
Ciertamente el gigante oriental es un desafiante de envergadura de Estados Unidos, cuyo veloz desarrollo genera cursos imprevistos y parcialmente incontrolables. Pero la conversión de estos procesos en acciones imperiales no es automática. Se requiere una decisión política de confrontar con los rivales y la existencia de sólidos intereses expansionistas derivados de los beneficios gestados en el exterior. Como estos rasgos no están a la vista, la conversión simultánea de China en una potencia capitalista e imperialista es tan solo una posibilidad.
La tendencia a evaluar cualquier tensión entre potencias como un afianzado choque inter-imperialista es un error de razonamiento, en gran medida determinado por la atadura a los patrones del imperialismo clásico. El modelo leninista justamente subrayaba la preeminencia de estas oposiciones, puesto que efectivamente constituían el dato central de esa época.
La extrapolación de esa visión al contexto contemporáneo ya condujo a errores de pronóstico, entre quienes esperaban un inmediato reinicio de las rivalidades inter-imperialistas luego de colapso de la URSS. Esta fallida previsión no obedeció a sub-estimaciones de las relaciones de fuerza entre las potencias, sino a suponer que la realidad geopolítica de 1991 era semejante a 1914 o 193912.
COMPETENCIA ATENUADA
Las teorías del resurgimiento de las rivalidades político-militares son objetadas por muchos autores distanciados de la visión clásica. Pero esta diferenciación no les impide postular otra hipótesis de reaparición de la concurrencia económica. Estiman que el agravamiento de las disputas comerciales y monetarias entre Estados Unidos, Europa o Japón constituye el dato central de las últimas décadas y describen esta competencia en el plano exclusivamente económico, evitando definir sus consecuencias en la esfera geopolítica13.
Este enfoque destaca que la economía norteamericana sufre un gran desplazamiento por parte de sus rivales. Recuerda que desde los años 60 Alemania y Japón lideraron la recuperación económica, aprovechando las desventajas que arrastra Norteamérica por su despegue inicial. Considera que Estados Unidos carga con los costos superiores y las tecnologías obsoletas que acompañan “al que llegó primero”. Sus seguidores aprovechan, en cambio, la rémora para ganar terreno.
Esta mirada señala también que la competencia en juego genera situaciones de sobreproducción que afectan a todos los actores. Como el capitalismo opera sin normas planificadas de ajuste de la producción al consumo, los excedentes irrumpen con fuerza, deteriorando la tasa de ganancia. En los años 50 y 60 el sistema lograba absorber esos sobrantes, pero en las últimas décadas ya no hay cabida para todos y la crisis asume formas perdurables14.
El mérito de esta óptica es describir cómo la competencia desestabiliza el funcionamiento del capitalismo. Este señalamiento introduce un importante correctivo a la concepción leninista de los monopolios. Resalta las contradicciones generadas por la primacía de la concurrencia y retrata acertadamente el proceso de reproducción del capital, como una espiral ascendente de acumulación y crisis.
Pero esta correcta observación no es complementada con un reconocimiento de las nuevas formas de asociación que enlazan a las empresas transnacionales. Se omite analizar cómo este dato ha transformado el escenario geopolítico de la competencia. No se toma en cuenta que la amalgama global de capitales ha generado procesos de integración, que limitan las conflagraciones tradicionales. Por esa razón se desconoce que la recuperación económica de Japón y Alemania nunca amenazó la primacía político-militar norteamericana.
Las conclusiones omitidas por esa tesis son vitales para indagar el sentido de la concurrencia contemporánea. No basta con intuir la existencia de una transformación radical en el funcionamiento del capitalismo. Hay que analizarla y destacar sus efectos sobre el perfil de la competencia. Al soslayar este problema queda abierto el escenario para todo tipo de tendencias. Se considera factible, por ejemplo, una evolución de las relaciones imperiales en el sentido avizorado por Kautsky y también un curso opuesto en la dirección resaltada por Lenin15.
Estas ambivalencias surgen de un razonamiento centrado en la competencia, que no evalúa los vínculos de esa concurrencia, con la mundialización económica y la supremacía militar norteamericana. Esta limitación impide notar que la rivalidad contemporánea adopta formas muy distintas al viejo aglutinamiento en torno a los estados nacionales.
La competencia entre potencias se procesa en la actualidad, como pugnas entre empresas, enlazadas con distintos estados y enjambres regionales. En lugar de desemboques militares y proteccionismos aduaneros, esa concurrencia conduce a fuertes procesos de desvalorización parcial de las existencias y recomposición regresiva del mercado de trabajo.
Estas reorganizaciones recrean el aumento de las ganancias y de la productividad, junto a la digestión parcial de los viejos excedentes. Pero este desenlace acrecienta la aparición de nuevos formas de sobre-producción. La visión que sólo subraya la intensificación de la competencia pierde de vista este dinamismo y tiende a vincular la sobreproducción con modalidades de estancamiento absoluto del capitalismo contemporáneo.
Por otra parte las rivalidades económicas contemporáneas no pueden ser analizadas en forma satisfactoria, si se abstrae la dimensión geopolítica de este proceso. Esta omisión impide percibir cómo Estados Unidos compensa sus desventajas productivas con acciones político-militares.
Este liderazgo le otorgó a la primera potencia no sólo instrumentos para contrarrestar su decreciente competitividad industrial, sino también herramientas para imponer estrictos techos al avance de Alemania y Japón. Como Estados Unidos fija las reglas generales de la acción imperial, siempre contó con mayor margen para definir las normas internacionales de aranceles o tipos de cambio. “Llegar primero” al mando global no sólo entraña costos. También brinda oportunidades para la recuperación hegemónica, luego de cada recaída. Las restantes potencias de la tríada no manejan esa segunda carta.
Bajo el imperialismo actual la competencia se intensifica en un deliberado marco de restricción geoestratégica. Esta limitación modifica el sentido clásico de la rivalidad y exige incrementar la atención en los distintos elementos del contexto extra-económico. De lo contrario, surge una tentación de actualización de la teoría clásica en cierto terreno (competencia de costos) y no en otro (conquista de territorios). Estas insuficiencias obstruyen la caracterización del imperialismo actual.
La dificultad para poner en sintonía el diagnóstico económico con el análisis político, contrasta con uno de los grandes aciertos que tuvo Lenin. Al integrar ambos planos, el líder bolchevique formuló una concepción esclareció el carácter de la guerra y permitió postular políticas socialistas. La comprensión del imperialismo actual exige retomar ese método analítico, evitando la reducción del estudio a puras tensiones de competitividad entre las potencias.
Lo mismo ocurre con las luchas sociales. Las polémicas entre Lenin y Kautsky tuvieron trascendencia histórica por su conexión directa con la acción de la clase trabajadora. Buscar ese mismo enlace es decisivo para desenvolver una teoría satisfactoria del imperialismo contemporáneo, que enmarque las rivalidades mercantiles, en el cambiante escenario de la lucha de clases.
PROTECCIONISMO Y BLOQUES
La atención en la concurrencia económica entre potencias es congruente con otras visiones, que resaltan la renovada gravitación de tendencias proteccionistas. Este curso es presentado a veces como una reacción neo-mercantilista, frente a las tensiones que genera la mundialización neoliberal. Se estima que la reintroducción de políticas comerciales unilaterales es particularmente utilizada por Estados Unidos, para contrarrestar la competencia europea16.
Este tipo de medidas apareció ciertamente en numerosas situaciones de las últimas décadas. Especialmente en los momentos de crisis han resurgido las iniciativas para penalizar las importaciones, incentivar el dumping o trampear los tratados de libre comercio, con restricciones para-arancelarias.
Un instrumento de estas maniobras es la guerra entre monedas. Estados Unidos ha presionado a China para que revalúe el yuan, con la misma intensidad que acosó a Japón en la década pasada para encareciera el yen. La primera potencia devalúa al mismo tiempo el dólar frente al euro, buscando mantener una cotización atractiva de su divisa, que garantice la afluencia de los capitales necesarios para financiar su déficit comercial y fiscal.
Sin embargo, el proteccionismo no es una tendencia predominante en la economía contemporánea. La presión opuesta hacia la liberalización comercial ha sido más relevante en las últimas décadas. Esta primacía es visible en el número de tratados suscriptos, en la tasa promedio de los aranceles nacionales y regionales, en el crecimiento del comercio y en la gravitación alcanzada por las empresas transnacionales, que funcionan intercambiando insumos a escala global.
La conformación de bloques proteccionistas constituía en la era clásica una antesala de la guerra. Esa secuencia ha desaparecido. Tampoco se repite el modelo alemán de List o el relativo aislacionismo norteamericano del siglo XIX. Incluso los esquemas de sustitución de importaciones que aplicaban los países subdesarrollados han perdido gravitación.
Las políticas neo-mercantilistas del pasado estaban en consonancia con la prioridad absoluta que tenían los mercados internos, en la estrategia de las grandes corporaciones. En ese período prevalecía también una homogeneidad total, en el origen nacional de los propietarios de las grandes compañías.
Este rasgo tendió a modificarse en la posguerra, con el surgimiento de las empresas multinacionales y sufrió alteraciones mayores, bajo la mundialización neoliberal reciente. El crecimiento de China en las últimas dos décadas no siguió, por ejemplo, el viejo patrón de acumulación inicial interna, sino que estuvo directamente conectado con el avance de la internacionalización. El capitalismo contemporáneo opera con patrones más mundializados y crecientemente adversos al neo-mercantilismo. Esta dinámica expresa tendencias de largo plazo, derivadas de la necesidad de ensanchar los espacios geográficos.
Algunos enfoques no perciben esta evolución, al interpretar a la mundialización como un episodio cíclico de expansión internacional y retracción nacional del desenvolvimiento económico. Estiman que una globalización temprana (siglos XV-XVIII) fue seguida por etapas proteccionistas (XVIII-XIX) y que este encierro dio lugar a un período de mundialización (1870-1914). Posteriormente aparecieron fases de crecimiento doméstico (1945-1970), que a su vez desembocaron en aperturas posteriores17.
Esta mirada observa el desenvolvimiento histórico del capitalismo, como un vaivén de tendencias simétricas hacia la liberalización y el proteccionismo. Los períodos de prosperidad son acompañados por fases comerciales expansivas y las etapas de recesión imponen la sustitución del comercio internacional por transacciones locales18.
Ciertamente el ciclo económico determina un comportamiento oscilante del nivel interno de producción y esos vaivenes se extienden a nivel internacional. Pero en el largo plazo la mundialización predomina sobre la nacionalización a escala global, puesto que la continuidad de la acumulación necesita sortear la estrechez del marco doméstico.
Al desconocer esta tendencia se tiende a relativizar el salto actualmente registrado en la internacionalización de la economía, suponiendo que sólo repite estadios del mismo tipo ya alcanzados en el pasado. La comparación más corriente resalta una equivalencia entre la globalización neoliberal de fin del siglo XX, con la mundialización liberal de principio de esa centuria.
Esa analogía es equivocada, puesto que contrasta dos dimensiones incomparables. El grueso de la actividad económica en el primer período se encontraba totalmente al margen del circuito mundial y la internacionalización de la inversión o el comercio abarcaban territorios muy reducidos, en comparación al contexto contemporáneo.
CONCURRENCIA ECONÓMICA Y GEOPOLÍTICA
Otras visiones centradas en la rivalidad entre potencias consideran que el imperialismo contemporáneo está caracterizado por un cruce entre competencias económicas y geopolíticas. Estiman que la intersección de la concurrencia internacional de capitales con las pugnas territoriales de los estados, actualiza la tesis de Lenin. Subrayan la presencia de una unidad contradictoria e inestable entre ambos planos19
Este enfoque reconoce que la competencia interestatal ya no presenta la nitidez del pasado. Por esta razón destaca la existencia de nuevas disociaciones entre la órbita económica y geopolítica. Pero a la hora de ilustrar cómo se manifiestan estas tensiones, solo destaca rasgos muy emparentados con la mirada clásica. Los ejemplos señalados son pugnas entre Estados Unidos y Europa por el control de los territorios y mercados de la periferia20.
De hecho, esta concepción presenta una versión aligerada de la visión leninista de las rivalidades inter-imperiales por objetivos simultáneamente económicos y territoriales. Este criterio es utilizado para subdividir la historia del siglo XX en tres sub-periodos de batallas entre potencias (1914-45, guerra fría, y post-1991).
Un razonamiento semejante presentan otros autores, para describir variantes atenuadas del imperialismo clásico. Resaltan también la vigencia de la tesis clásica, junto a la existencia de mayores obstáculos para la consumación de las viejas tendencias. Describen especialmente cómo la compulsión a la competencia se encuentra contrarrestada por presiones opuestas a la cooperación. Estiman que una combinación de ambos movimientos podría ser teorizada, mediante alguna noción de “coompetición” 21.
Pero esta mirada no logra zanjar los problemas en debate. Más bien acepta que las principales tendencias del esquema leninista han quedado neutralizadas, pero no deduce ningún planteo de revisión del enfoque tradicional. Se limita a postular la genérica actualización de esa visión, mediante enunciados que no logra efectivizar. Esta imposibilidad deriva de su omisión de las causas que han modificado por completo el escenario vigente a principio del siglo XX.
El intento de modernizar la teoría clásica, destacando disociaciones entre competencias económicas y geopolíticas remarca parentescos con la tesis de Bujarin, que fue explícitamente expuesta como un choque de disputas competitivas y geopolíticas. También resalta familiaridades con descripciones más recientes de la oposición existente entre las lógicas capitalistas y territoriales22
Un trabajo muy citado es la investigación de Harvey, que interpreta al imperialismo contemporáneo como una fusión contradictoria entre distintas políticas de estados y formas de acumulación de capital. Se destaca que estos dos procesos generan situaciones traumáticas, a medida que la expansión de los negocios desborda el territorio, imponiendo despliegues agresivos23.
Esta visión recoge un diagnóstico de Hannah Arendt que destacaba como el impulso a la acumulación ilimitada conducía a la acumulación ilimitada de poder. Esta visión destacaba que la reproducción del capital fuera de las fronteras nacionales tiende a imponer la necesidad de un sostén armado. El imperialismo es un resultado de la acción que desarrollan las potencias para enriquecerse con el auxilio de la fuerza.
Esta asociación entre economía y poder fue inicialmente utilizada por Arendt para interpretar las conflagraciones de entre-guerra. Posteriormente ese mismo enfoque sirvió para explicar el choque entre Estados Unidos y la URSS. Pero el problema radica en que ninguna de estas situaciones se corresponde con el imperialismo actual. Las confrontaciones clásicas por el reparto del mundo se han diluido y la guerra fría no constituyó una batalla inter-imperial. La proyección de los desequilibrios capitalistas a la esfera militar, ya no asume las formas que concebía Arendt.
La presentación del desborde de la acumulación y de las rivalidades político-militares, como un conflicto entre lógicas capitalistas y lógicas territoriales conlleva dos tipos de problemas. Por un lado, se describe a ambos procesos como equivalentes, cuando en realidad el desarrollo capitalista tiende a subordinar la dinámica espacial al imperio del capital. Por otra parte, se olvida que la confrontación territorial entre potencias ya no tiene el viejo sentido de oposición bélica. Además, si bien la lógica territorial y la lógica capitalista son distintas, no está claro en qué planos son contradictorias.
NUEVO IMPERIALISMO
El enfoque de Harvey es frecuentemente citado para respaldar actualizaciones del imperialismo clásico. Pero en realidad sólo contiene algunos elementos de esa concepción y se ubica en un terreno de superación de esa teoría.
Retoma la visión tradicional para destacar que el capitalismo ha funcionado durante siglos, contrarrestando las tensiones internas de las metrópolis, mediante expansiones al resto del mundo. El sistema se ha desarrollado buscando mercados externos para las mercancías sobrantes y los capitales excedentes. A través de estos desplazamientos, el capitalismo intenta superar en otras latitudes, las dificultades de rentabilidad que enfrenta en los centros. Esta dinámica genera reconfiguraciones espaciales sistemáticas de la acumulación24.
Esta identificación del imperialismo con desequilibrios suscitados por la expansión del sistema contiene el ingrediente clásico. Pero este rasgo es más familiar a la mirada de Luxemburg, que a la caracterización de Lenin. La revolucionaria alemana explicaba el fenómeno por la necesidad de realizar en la periferia, la plusvalía no absorbida en las economías centrales. Harvey reivindica parcialmente esta concepción, remarcando que “el capital necesita buscar su otro”, para completar el circuito de la acumulación.
El papel que a principio del siglo XX cumplían los territorios subdesarrollados de África, Asia o América Latina, fue ocupado por los ex “países socialistas” al concluir la centuria pasada. En lugar de incursionar en regiones agrarias y primitivas, el capitalismo contemporáneo encontró vastos mercados de consumo, con fuerza de trabajo adiestrada para la fabricación de productos complejos. Pero tal como ocurrió en el pasado, estos desplazamientos geográficos no eliminan las tensiones originales. Las contradicciones que el capital transfiere a la periferia tienden a repercutir posteriormente sobre el propio centro.
Harvey destaca estas continuidades con la era clásica, pero también reconoce el cambio introducido por la nueva asociación internacional, entre empresas de distinto origen. Subraya la consiguiente sustitución de las viejas rivalidades nacionales por competencias más mixturadas. Señala que estas transformaciones han introducido un nuevo perfil cosmopolita en las burguesías contemporáneas, que potencia el aspecto cooperativo descripto por Kautsky. Destaca también que este elemento de convergencia económica global, no conduce a la estabilización capitalista que imaginaba el líder socialdemócrata25.
Esta visión es opuesta a los enfoques que observan con temor cualquier revisión “neo-kautskianas”, olvidando que los dardos contra el dirigente de la II Internacional hay que situarlos en el terreno político del pacifismo y no en la percepción de las nuevas tendencias asociativas del capital26.
Las transformaciones significativas que observa Harvey en la caracterización del estadio actual, lo inducen a teorizar la existencia de un “nuevo imperialismo”. Con esta denominación resalta el mayor alcance global del fenómeno, en comparación al pasado y también la presencia de otro tipo de desequilibrios centrales.
La contradicción más subrayada es la ausencia de uniformidad de la acumulación y la consiguiente tensión entre concentración y dispersión geográfica. El capital necesita reproducirse en cierto lugar, pero está empujado a trasladarse a otros ámbitos. Una fuerza induce a la concentración, para generar plusvalía en economías de escala, centros urbanos y fábricas cercanas. Otra fuerza contrarresta el deterioro de la productividad creado por esa congestión, con nuevos impulsos hacia la dispersión geográfica27.
Harvey estima que estas dos tendencias se procesan a través de choques, entre grupos que lucran con el mantenimiento de la localización original y sectores que se benefician con la movilidad. Tradicionalmente el capital industrial favorecía el primer comportamiento y el financiero el segundo. Pero el desarrollo de las empresas transnacionales ha creado una variada combinación de cursos hacia la centralización y la descentralización del capital.
Estos conflictos entre fijación y movilidad del capital se zanjan a través de crisis itinerantes que estallan en distintas regiones, generando traumáticos procesos de desvalorización del capital y la fuerza de trabajo. El nuevo imperialismo intenta brindar nuevas salidas a este problema crónico del capitalismo, pero sólo multiplica la crisis del sistema28.
Harvey aporta con este enfoque una interpretación correlacionada con los desequilibrios espaciales. Brinda una explicación “horizontal” de las contradicciones del imperialismo, que complementa las aproximaciones “verticales” centradas en la dinámica del valor. Su visión pone de relieve la complejidad teórica que rodea al análisis contemporáneo.
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RESUMEN
Algunos actualizadores de la teoría del imperialismo clásico avizoran un retorno de los choques bélicos entre potencias occidentales. Esa hipótesis no tiene corroboración. El chantaje nuclear es ejercido contra terceros y los conflictos económicos no se proyectan a la esfera militar. Nadie quiere desarmar el sistema de protección capitalista que controla el Pentágono.
La tesis clásica concibe un resurgimiento de la confrontación ruso-norteamericana. Pero ese choque no tuvo alcance inter-imperial en el pasado y es aventurado suponer que forma asumiría en el futuro. Es también especulativo imaginar que modalidad presentaría un conflicto entre Estados Unidos y China.
Las teorías que ponen el acento en el resurgimiento de la rivalidad económica no captan la restricción geopolítica de esa concurrencia. Tampoco perciben como la mundialización modifica el carácter de esa competencia. Al observar las ventajas imperiales de Estados Unidos como una carga, soslayan su utilización para reciclar el poder norteamericano.
La atención a la concurrencia entre potencias conduce a equiparar erróneamente las presiones proteccionistas con tendencias librecambistas más gravitantes. El neo-mercantilismo ha quedado obstruido por la mundialización neoliberal y la internacionalización contemporánea, no es comprable con su antecedente de principio del siglo XX.
La presentación del imperialismo actual como un cruce entre competencias económicas y geopolíticas, no resuelve los problemas de la tesis clásica. Hay conflictos entre lógicas capitalistas y lógicas territoriales, pero ambos principios no son equivalentes. La acumulación tiende a subordinar la dinámica espacial al imperio del capital.
La teoría del “nuevo imperialismo” busca interpretar las contradicciones generadas por tensiones entre la concentración y la dispersión geográfica. Los conflictos entre fijación y movilidad del capital se zanjan a través de crisis itinerantes y procesos de desvalorización de la fuerza de trabajo.
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