El Odio Imperial

Seguramente los Bush (padre e hijo), no morirán como murió Saddam Husein. Seguramente lo harán rodeados por la calidez del fraternal amor familiar en sus respectivos hogares, aun cuando el odio sin fin, que sintieron hacia el líder irakí y que desencadenó el martirio, la vejación y el posterior ahorcamiento de este, sea en términos de justicia, de menor cuantía, ante lo que siente buena parte de los seres humanos de este mundo, hacia estos dos integrantes del Grupo Bildelberg. Expiraran por última vez, protegidos por el inexpugnable poder que ostentan. Lo mismo pasará con Barak Obama. Irá al encuentro de la paz de los sepulcros, cuando le llegue su hora, con la tranquilidad que le proporcionan los cañones imperiales, lejos de alguna similitud a lo acontecido al guerrero libio. Nada en este mundo de facto, hará pagar el cinismo con que la Clinton le puso la guinda a este magnicidio. Solo el odio dibuja en el rostro de los verdugos la sonrisa ante la muerte. Sus huesos irán a disfrutar la tranquilidad que se respira en los mausoleos de la metrópolis, como lo hizo Ronald Reagan, a pesar de estar infectado hasta la medula, del odio que lo llevó a desear con ahínco, la muerte de Gadafi, al punto de asesinar en tal empeño, a una de sus hijas. Es el mismo odio que llevó a Noriega a dar con sus miserias a las fauces de la venganza: las celdas del imperio. El mismo odio que abatió a Escobar Gaviria, después de ser detectado y arrinconado por la mas alta tecnología del momento, y exhibido como presa de caza. Así como lo hicieron con Raúl Reyes y el Mono Jojoy. Los cuerpos de estos hombres, al tiempo de convertirse en trofeos para sus ejecutores materiales, son la prueba fehaciente, no solo del abatimiento, sino del horror que necesita el odio para ser saciado.

Es el mismo odio que hizo blanco en Omar Mukhtar “El León del desierto”, quien después de ser capturado, encadenado, fotografiado y ahorcado, no solo es expuesto para aterrorizar a quienes pudieran seguir su ejemplo, sino para, como con todo ser odiado, cerciorarse de que se encuentra exterminado para siempre, comprobar que ya no caminará mas bajo el mismo cielo en donde caminan sus odiadores. Es el odio que exacerbó Ernesto Guevara, “El Che”, entre los operadores del imperio, con su enceguecedora brillantez, cuando pronunció aquella aleccionadora frase “Al imperio ni tantito así”, aclarándole el camino y cuidándole la vida a todo futuro antiimperialista. El odio que los obligó a asesinarlo, exponer su cadáver y cargar con él con la intención de desaparecerlo, porque para el odio, el cuerpo del odiado es el objeto de su enconado morbo. Es el odio que Kissinger profesó por Allende a quien no solo deseó ver muerto, sino oírlo “chillar de de dolor”. Es el mismo odio que aun sienten por “el peligroso loco del sur” (Bolívar), por sus hijos e hijas que los aniquila bajo la infame impunidad que permite el antibolivarianismo. El odio que confinó a Bonaparte al reducto de su muerte. El odio que sienten por Fidel y por el cual castigan al pueblo cubano, así como a estas alturas, continúan castigando a Haití, en nombre del indomable sambo Petion. El mismo que sintieron por el “no alineado” Mariscal Tito, y por el cual desguazaron a Yugoslavia. Es el odio que siente Uribe por Marulanda, odio insufrible al no poder degustar el cuerpo del ser odiado. Es el odio a negros y moros el que aun se revuelca sobre África.

Es el odio que ha sentenciado a horrendas muertes a Chávez, Ortega, Evo, a Correa. El mismo que arrastró a Eloy Alfaro por las calles de Quito, después de ser linchado. El que dio de baja a Torrijos y el que acabó con Arafat. El que pretende extirpar al pueblo palestino de la faz de la tierra. El que crucificó al primer cristiano. El mismo que asecha a Mahmoud Ahmadinejad. El que emboscó a Zapata, a Villa, a Sandino. El que no le perdonó a Miranda hacerle sombra a los amos del mundo. El odio que se les ha jurado a los comunistas. El mismo que pretendió callar la revolucionaria marcha de Alí. El de los genocidios y holocaustos. Es el odio civilizado que Zarkozy, Berlusconi, Merkel, Zapatero, Cameron, Clinton y Obama, tejieron alrededor de Gadafi. Sin embargo, ninguno de ellos jamás será perseguido ni acorralado en un hueco, acechados por una jauría mercenaria y mucho menos profanados. Jamás serán fotografiados en ningún trance indigno, ni siquiera por accidente. Sus enemigos jamás se acercaran ni remotamente al perímetro de su seguridad, a no ser que se encuentren encadenados y dispuestos a pedir clemencia. Vivirán lejos de las incomodidades de las guerras y morirán placidamente en las urbes donde jamás llegará el tropel de los mundos que no sea el primero.

Pero ¿Que es lo que desata este odio? ¿Que han hecho estos hombres, independientemente de sus posiciones ante la vida, para provocar la maceración de tanto rencor al interior del poder mundial? ¿Que clase de ofensa le han proferido al rostro de los reyes y emperadores? ¿Que fibra tocan en el orgullo de esa clase superior? ¿Que actitud del irreverente, dispara los complejos de esta logia?

Dios proteja a quien el odio sentencia a muerte en boca de los amos del mundo con la espeluznante frase: “Quiero verlo muerto”. Dios se apiade de los que la rueda de la muerte cerca con besos, abrazos y halagos. Dios le de la capacidad a los combatientes del mundo para entender que una sonrisa y un apretón de manos de la “Hilary” es tan letal como su odio.

A despecho de no poder someter a ninguno de estos asesinos, enfermos de odio, a la justicia terrenal por ser los dueños de esta, habríamos de someterlos a la justicia de la literatura. Habría que construir en esta dimensión, el juicio y la sentencia que les haga pagar los crímenes, que no solo gozan de grosera impunidad, sino que están desbordados de orgullo y soberbia. Obama, sus jefes y sus conmilitones, jamás podrán asomarse al mundo de las letras. Huirán de ellas como quien es perseguido por sus propios fantasmas. Harán hogueras con montañas de libros tratando de escapar de sus veredictos. Bombardearan bibliotecas, perseguirán encarcelaran y exterminaran a los escritores portadores de la memoria acusadora porque en sus novelas, sus cuentos, sus obras, vivirán bajo el designio de los pueblos. En ellas, con todos sus derechos humanos preservados, estarán tras las rejas padeciendo además, el terrible castigo de no poder ejercer la envilecedora fuerza del odio. En estas creaciones, la Cilinton tendrá como compañeras de celda, a la Rice, la Thatcher, a la Meir, devastadas por la imposibilidad de que se les aplique la misma vara con que ellas midieron a sus odiados enemigos. En la literatura sus palabras tendrán el mismo valor que cualquier palabra, proferida o escrita por cualquiera de los ciudadanos de este planeta. En la literatura, los mártires victimas de estos criminales, encontraran justicia y “sobreviran a sus verdugos” como lo profetizó Mukhtar y verán” hecho millones”, el mundo de la posteridad de Bolívar.


¡Patria, socialismo o muerte! ¡Venceremos!

Milton Gómez Burgos


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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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