El socialismo creará las condiciones para un auténtico desarrollo científico. La emancipación del pueblo lleva consigo la emancipación del pensamiento y de la cultura en general. El pueblo ya no se contenta “con que piensen por el los que lo explotan revelando así que va adquiriendo conciencia de su dignidad humana”, mientras “parece que enerva y paraliza a la burguesía un irremediable horror a la ciencia y la verdad. No va en busca de la verdad, sino de armas para retener sus privilegios”.
El socialismo… pone su raíz y su asiento en la forma económica del pueblo, en la confianza de que todos los demás aspectos se reformarán reformando el fundamental. La moral, el arte, la ciencia, el derecho, la política, todo descansa en cimientos económicos, todos los caracteres de una sociedad brotan de su estructura económica, ésta es la esencial.
El socialismo consiste en la socialización de los medios de producción. Esto lo repetimos frente a quienes, por ignorancia o por manifiesta intención deformadora, proclaman que el socialismo es el reparto, o la tiranía de Chávez, o el ahogo del individuo entre la colectividad.
El socialismo no es una simple teoría económica, aunque se base en ella. El socialismo es un ideal no realizado, sino a realizar por obra de todo el pueblo venezolano. Como ideal o como aspiración incluye una transformación de las instituciones sociales y culturales, del Estado burgués, de la enseñanza, del derecho. El socialismo supone una transformación de la moral burguesa, puesto que incluye una humanización de las relaciones entre la sociedad, es decir, supone que los valores que en el capitalismo jerarquizan la convivencia o subordinan unos individuos a otros dejan de cumplir tal función precisamente porque la posesión, que es el medio de encumbrarse y de adquirir valor se ha hecho imposible.
Si bien el socialismo no está realizado, no es una utopía, el socialismo no traza un cuadro de la sociedad futura porque ello argüiría falta de sentido histórico. El socialismo se basa en las posibilidades que ofrecen el estado de la ciencia política y el desarrollo de las fuerzas productivas.
Debemos distinguir el socialismo de Marx, al que llamamos “socialismo limpio y puro, sin disfraz ni vacuna”, del utopismo de Proudhon, ni el revisionismo del renegado Kautsky, o de Bernstein.
Dentro del socialismo, el trabajo deja de ser una frustración para convertirse, por una parte, en una expansión de las facultades creativas del pueblo y por otra, en un enriquecimiento del ámbito en que se desarrolla su vida.
Un trabajo colectivo libre es aquel de cuyo fin social somos claramente conscientes y nos beneficiamos todos. Esta conciencia encierra en sí el saber que no existe una diferencia esencial entre el trabajo manual y el intelectual, que todo trabajo es una unidad. La conciencia de la integridad económica de nuestro trabajo y de su utilidad social permite al arte perfilarse en el trabajo idealizado y cosechar arte y gloria de la misma vida.
El socialismo extrae su fuerza de la unión de los desheredados. De los sentimientos y aspiraciones comunes nacen las ideas directrices, y no al revés. El proletariado de los trabajadores manuales necesita más la unión y la pasión que la doctrina. No es que desprecie ésta, sino que señala el peligro del intelectual socialista de convertirse en un jacobino desligado de la base popular. El pueblo necesita de la teoría como instrumento de concienciación y como clarificación de objetivos, pero la Intelligenzia socialista, al no enlazarse estrechamente con el pueblo, caería en un intelectualismo conducente a un jacobinismo suicida. Insistimos en que es el movimiento el que crea la idea, y no al revés. Por ello afirmamos que El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, donde se lanza el grito de ¡proletarios de todo el mundo, uníos!, va mucho más lejos que El Capital, la obra clásica de Marx.
El valor de cambio no impera solamente en el dominio de la producción de mercancías, sino que se extiende al mismo trabajador, que pasa a ser apreciado de acuerdo, no con el valor absoluto que le asigna el pueblo, sino según el valor de cambio que, aplicado al individuo humano, significa el grado en que se diferencia de los demás. De esta forma, al medir por tal rasero el valor del trabajador, se convierte la vida del individuo humano en medio de vida de otro y se olvida así de la humanidad en nosotros, lo que nos es a todos común. Y, por ello mismo, los trabajadores medidos con él no ofrecerán sino diferencias insignificantes, diferencias cualitativas. El valor de cambio aplicado es consecuencia del régimen capitalista de producción que nos gobierna.
Las contrataciones individuales entre los patrones y los trabajadores. Imponen el absurdo de producir más, estimado que para lograrlo es indiferente hasta la formación técnica, el trabajar más los más pobres; es decir, explotar más a fondo su capacidad de trabajo a la cual se debe agregar la diferencia en la deficiencia de la calidad de los equipos utilizados. Pero la reglamentación impuesta, evocando un principio de igualdad, es en realidad, la esclavitud de la clase trabajadora.
Esto es de suma importancia, pues, si se reconoce que el individuo es el conjunto de relaciones sociales, se confiesa que cambiar al individuo es cambiar no sólo su conciencia, o sus creencias, o su código moral, sino que es modificar el complejo de relaciones en que consiste el pueblo.
Cito a Don Miguel de Unamuno:
“Me preguntas, mi buen amigo, si sé la manera de desencadenar un delirio, un vértigo, una locura cualquiera sobre estas pobres muchedumbres ordenadas y tranquilas que nacen, comen, duermen, se reproducen y mueren. ¿No habrá un medio, me dices, de reproducir la epidemia de los flagelantes o la de los convulsionarios?”
¡Gringos Go Home!
¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
Y… Seguimos con la misma Venezuela burguesa y consumista, la economía, la salud y la educación están en poder de las mismas mafias de siempre. Y… Seguimos hablando de socialismo.