Majestuosamente culminó la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, Celac, celebrada en nuestra capital entre el 2 y 3 de este mes. Impecable. Inobjetable. Esperanzadora. Futurista. Provoca exhalar un “gringo go home” que perfore los muros de la Casa Blanca y los tímpanos de sus inquilinos.
Estimamos, no obstante, que antes debemos abocarnos a otra tarea más importante tal vez: prohibirnos que los resultados de la
Celac se constriñan única y exclusivamente a los acuerdos sobre el papel, firmas y fotografías de rigor. Fatal error sería dejarlo de ese tamaño.
Los aparatos oficiales deben desplegar –desde ya– una política informativa que “traduzca” los alcances de los convenios suscritos. Claro, también lo trascendental: el significado histórico, político y liberador que el evento tuvo para nuestras tierras rebeldes, latinas y caribeñas rebeldes.
No debemos darnos el “lujo” de limitar a mujeres y hombres a convertirse en meros expectadores. No es un simple partido de beisbol lo que está en juego. Debemos acatar el reclamo del presidente uruguayo, José “Pepe” Mujica, quien el domingo exclamó: “El punto débil más fuerte que tiene –refiriéndose a los intentos de integración de nuestros pueblos– es que no hemos logrado una penetración en la conciencia pública masiva de los movimientos sociales”.*
Atajar tal recriminación y echar a andar la tarea concienciadora que desembocará más temprano que tarde en la independencia definitiva, es misión obligada. Necesario es vencer.
No me gustaría escuchar ¡más nunca! al dependiente de una farmacia de Sabana Grande –explotado por su patrón y permeado por su ignoracia– insultar al presidente de Nicaragua Daniel Ortega y maldecir nuestra alianza con Haití “porque ese país ¿qué nos va a dar si no tiene nada?”.
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