Cuando comencé a escribir este micro-ensayo, le comenté a un colega de la Universidad de los Andes (Mérida-Venezuela), sobre qué consecuencias traería mostrar una vieja hipótesis mía acerca de que los estados Unidos de Norteamérica (E.E.U.U.), en el siglo XXI, no fundamentarían su política imperialista en la búsqueda de petróleo, sino en la defensa de sus conciudadanos ante potenciales ataques del ala extremistas del islamismo internacional; y que esa defensa a su vez no era más que una burda excusa para ocupar territorios en nombre de la libertad y la democracia, y así tener acceso a algo más codiciado que el propio petróleo: los inmensos recursos medicinales del Amazonas. El colega me respondió: “eso ya ha sido planteado de alguna manera por algunos analistas; ahora bien, lo que podrías ganar es la excomunión gringa y, por supuesto, la posibilidad de que no te den visa para entrar a su territorio…”. ¡Ah! Solamente ese sería el costo de mi atrevimiento, le dije; pues bienvenido sea. Porque hoy día, estar en esa lista de los “no visables” es algo así como ser tocados por la propia bienaventuranza que salvaguarda a los olvidados de la tierra, a compartir con quienes nunca entenderán qué significado tiene la libertad. Porque libertad para mí es la posibilidad cierta de decidir sobre el porvenir y su circunstancias. Ello motivó aún más el escrito y es así como tomó el cauce que hoy les presento.
Así como pasó con el comandante Hugo Chávez, más temprano que tarde, ocurrirá con el Gobierno Norteamericano: se valorará en su justa proporción sus acciones. En el caso de Chávez, la oposición de Derecha y Ultraderecha, le tocó reconocer su carácter de gran estadista y hombre con un arraigo popular excepcional (antes decían que se había robado las elecciones y que era un Dictador manipulado por los Castros de Cuba); y en el caso del Gobierno Norteamericano, se dirá que han sido una representación genuina de una postura fascista moderna que busca, sean cual sean los medios, alcanzar fines que no necesariamente beneficien su emporio humano y territorial, sino sus grupos de poder interno que luchan encarnizadamente por preservarse en la palestra de los negocios de guerra y narcotráfico a nivel mundial. Se dirá que no ha sido el mejor vecino del mundo, sino la personificación del Leviatán de Thomas Hobbes: “El hombre, lobo del hombre”.
En este sentido, valga recordar la postura de Washington para justificar su ataque contra Afganistán después de los hechos del 11 de setiembre del 2001; en aquellos días no se probó la participación de Osama Bin Laden en aquellos atentados, tan solo se tuvo presunción de ello. Falacias y mentiras fueron utilizadas igualmente en el supuesto de peligro inminente ante ataques radioactivos, por parte de Irán, para justificar una inyección de 4.000 millones de dólares en su presupuesto defensivo. Como se ve, todos los movimientos de las piezas del ajedrez geopolítico que juega el Gobierno de E.E.U.U., va dirigido a ampliar la brecha de gastos bélicos a favor de un grupo determinado.
En setiembre del 2001, por recordar otro coletazo del gran “show” de las Torres Gemelas, en el caso del territorio latinoamericano, en concreto en Paraguay, la BBC de Londres, afirmó que en un vasto operativo, efectivos de la brigada especial de la policía, fuertemente armados y vistiendo pasamontañas detuvieron a catorce libaneses y decomisaron computadoras en la ciudad de Encarnación, en el sur del país; un despliegue similar en Ciudad del Este, un ciudadano de origen indio fue detenido porque su nombre figura en la lista de buscados del FBI, aunque su abogado aseguró que se trata de un caso de homonimia. En aquellos días, el comandante de la Policía de Paraguay, Blas Chamorro, explicó que las detenciones eran parte de la operación de control que se venían haciendo, en conjunto con las Fuerzas Operativas Policiales Especiales, desde los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, en vista de que las células terroristas se hallaban en territorios de la América del Sur, esperando una debilidad del servicio de inteligencia norteamericano, preocupado más por el Medio Oriente, para continuar con los ataques.
En noviembre de ese mismo año 2001, según lo reseña Yerko Montero en el diario “La Razón” de Bolivia, el presidente para entonces del Brasil, Fernando Henrique Cardoso, y su homólogo norteamericano George W. Bush, se habrían reunido, a fin de mantener contactos fluidos sobre los movimientos de los presuntos terroristas islámicos en el punto fronterizo entre Brasil, Argentina y Paraguay. Nuevamente faltaron las pruebas, pues ni Cardoso ni W. Bush pudieron aportarlas, de que ese trabajo conjunto tenía una razón de peso justificada: todo fue presunción.
Como se aprecia, para el Gobierno de los E.E.U.U., no es suficiente reconocer a sus potenciales enemigos, sino que hacen un ejercicio de extrapolación y para ellos todos aquellos que signifiquen un botín apetitoso para mantener la guerra y los beneficios económicos que ella genera, son potenciales enemigos transversales que hay que combatir. Pero la verdadera naturaleza de esta postura bélica norteamericana, es que, más allá de sus intenciones expansionistas y económicas, desnudan los verdaderos propósitos de Washington, en la necesidad de una política regional que fortalezca la inteligencia norteamericana, desarrolle estrategias de defensa cooperativa, revitalice las economías débiles, realice programas antiterrorismo, y promueva el respeto a la ley, pero no la ley local, sino la ley sugerida por ellos. Si por alguna razón hay daños colaterales, los E.E.U.U. darán luz verde a sus mercenarios para realizar acciones de desestabilización en la región, y zafarse así ellos de cualquier responsabilidad interventora. Mucho antes de que se produjeran los atentados del 11 de Septiembre, la Inteligencia norteamericana había informado a los gobiernos pertinentes sobre la existencia en esta zona de un dispositivo que apoya a los terroristas: “Existen fuertes indicios de que la la izquierda latinoamericana está sirviendo de santuario a islamistas prófugos. Allí se ocultarían por un tiempo, para luego resurgir bajo una nueva identidad y a veces detrás de una nueva fisonomía, ya que algunos se someten a la cirugía plástica”. Éstas ideas, esgrimida en documentos aparecidos en WikiLeaks (organización mediática internacional sin ánimo de lucro que publica a través de su sitio web informes anónimos y documentos, filtrados con contenido sensible en materia de interés público, preservando el anonimato de sus fuentes) muestran el criterio que los E.E.U.U. tienen acerca de Latinoamérica, y cómo siguen añorando las formulas dictatoriales de los gobiernos de derecha en los setenta y ochenta, que en conjunción con los servicios de inteligencia norteamericanos, desarrollaron protocolos de persecución a quienes estuvieran en contra de los intereses de los E.E.U.U.
Otro ejemplo de esas acciones encubiertas y mal intencionadas, en miras a romper las relaciones democráticas de los países de la moderna izquierda latinoamericana, es la postura de la Administración de Control de Drogas de Estados Unidos (DEA), para quien Latinoamérica sigue siendo un refugio de extremistas islámicos, en particular para miembros de los grupos terroristas Hamas y Hezbollah. La situación en la región latinoamericana, con gobernantes nacionalistas como Hugo Chávez (que a pesar de su sensible fallecimiento se reconoce la influencia en el Gobierno que aún ostentan sus seguidores), pone de manifiesto la facilidad con la que las organizaciones terroristas pueden infiltrarse y asimilarse en otros países y pasar relativamente inadvertidas durante un largo período de tiempo.
La campaña de terrorismo mediático que Estados Unidos ha montado en torno a la Latinoamérica, forma parte de un amplio plan de dominación global. Ello significa que el imperialismo existe, y no en la versión posmoderna y funcional al poder que Tony Negri y Michael Hardt, intentan caracterizar con argumentos de la necesidad de defenderse ante un ataque de las “fuerzas del mal contra el Imperio”; sino, por el contrario, la actual etapa histórica del imperialismo es la que denominamos Imperio Global Privatizado (siglas en inglés: IPG). Éste engloba a las potencias capitalistas desarrolladas y en su seno existen contradicciones que dan lugar a distintas facciones enfrentadas. En ese enfrentamiento lleva la delantera E.E.U.U., porque fue la primera en privatizar el poder del Estado, especialmente sus gestiones en política exterior y de defensa.
En el Imperio Global Privatizado, el Estado ha sido ocupado en forma directa y plena por las corporaciones financieras globalizadas, las que ya no operan como factores de poder e influencia sino como agentes directos. En otras palabras, la cuestión latinoamericana, en concreto las elecciones del 14 de abril del 2013, en Venezuela, representan una extensión de la necesidad de eliminar potenciales espacios de supervivencia de los actores del conflicto meso oriental. Puede decirse que es la “pata en el Cono Sur del Plan Colombia”, y que tiende a crear las condiciones para una eventual y muy posible intervención militar norteamericana en la subregión. Que no se descarte esta realidad.
Es decir, la agenda golpista de la derecha venezolana, apoyada por el Imperio Norteamericano, no está en consecuencia ajustada a un interés de los “gringos” por mantener las democracias en la región, sino en minimizar los espacios de cooperación entre el Medio Oriente y el continente Americano. No hay un sustento ideológico y táctico que justifique las acciones del Gobierno de los E.E.U.U., en su obsesión de protegerse de quienes sí han sabido hacerle daño a sus intereses en el extranjero. La República Bolivariana de Venezuela no debe cambiar su estatus de país libre y soberano, en cuanto al tipo de relaciones internacionales que desee establecer y consolidar, por ejemplo, los convenios y negocios con la República Islámica de Irán.
A todas estas, en el tablero mundial hay dos fuerzas contendientes que se disputan la supremacía: una, los Estados Unidos de América; dos, la Unión Europea; el Japón, que era el tercer competidor, se ha quedado rezagado, como consecuencia de la crisis que soporta desde 1992, a la que se sumó la asiática desde 1997, que afectó el poderío del Asia. Los E.E.U.U., son la única superpotencia que queda con la capacidad de intervenir en cualquier parte del mundo, sin embargo, el poder se ha vuelto más difuso y han disminuido las cuestiones a las que pueda aplicarse la fuerza militar. En ese sentido, los E.E.U.U., aunque superpotencia militar, ya no pueden imponer su voluntad porque ni su fuerza ni su ideología se prestan a las ambiciones imperiales. Bajo esas condiciones, una guerra abierta contra las fuerzas insurgentes en Colombia, por ejemplo, tiene el mismo límite que, en su momento, impuso el pueblo vietnamita.
En la experiencia bélica norteamericana está el éxito relativo de las guerras de baja intensidad en América Central en los años 80, así como las victorias fáciles en la Guerra del Golfo, en Granada y Panamá; y los ocho años consecutivos de expansión sostenida de la economía norteamericana, llevados de la mano por el ex presidente Bill Clinton, llegaron a ilusionar de que se estaba en su momento de gloria y que podían implementar una guerra relámpago contra Colombia, teniendo como pretexto el problema de las drogas.
Esa realidad se ha desvanecido, y el actual presidente de los E.E.U.U., B. Obama, ha sido enfático en afirmar que el crecimiento ha caído y los riesgos de una recesión son evidentes. La guerra estratégica contra Colombia puede ser un mecanismo para reactivar la economía de los E.E.U.U., pero esa palanca es deleznable, pues bien podría ocurrir, nuevamente, lo que ya pasó en Vietnam que, en lugar de tabla de salvación, fue un peligroso pantano en el que se fue hundiendo progresivamente el Imperio. La desaparición del imperio del mal, como llamaba el ex presidente Reagan, a la U.R.S.S., en 1991, la lucha contra el narcotráfico, la defensa de los derechos humanos y la expansión de las democracias de mercado, sirven de cortina de humo para impulsar un orden mundial que tiene a la población tomada por sus partes nobles.
Pero todo esto se hace con un fin oculto que interesa de sobremanera al Gobierno de E.E.U.U.: el Amazonas. En esta región de la América del Sur desembocan más de l0.000 afluentes, los botánicos estiman que hay más de 125 mil plantas y una diversidad faunística integrada por varios millones de animales. El bosque amazónico ayuda a regular la temperatura del planeta, consumiendo bióxido de carbono y produciendo oxígeno. Allí se encuentran más del 50 por ciento de los bosques tropicales del mundo y la quinta parte del total de agua dulce con que cuenta el planeta. En la actualidad, estudios científicos demuestran que unas 3.000 plantas resultan esenciales para la obtención de medicamentos, pesticidas, colorantes, fibras, aceites, maderas, alimentos; el futuro la región puede desempeñar un papel clave a la luz de las nuevas potencialidades que se abren con la biotecnología y la ingeniería genética, pues la región «es un centro evolutivo, que sigue formando diversidad biológica. Este territorio fértil en materia prima natural es uno de los intereses ocultos del Gobierno de los E.E.U.U.; interés que les hace elevar discursos en nombre de la democracia y la libertad.
En una palabra, el Gobierno de los E.E.U.U., está interviniendo en Latinoamérica para asegurar sistemas políticos conservadores y de carácter de élites, como la derecha latinoamericana, para entablar convenios de seguridad, con el pretexto de que podrían ser atacados por extremistas islámicos; pero a su vez, matizan la forma de penetrar el territorio de la América del Sur para tomar partido de sus recursos medicinales que son la verdadera garantía de supervivencia de la raza humana en lo que queda de existencia del planeta tierra.
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