Hay una señal fundamental que invariablemente me llama la atención en mi larga trayectoria de participante y observador político en el Perú y esta impresión me tiene aún desconcertado. Me refiero a que en general los grandes lineamientos y planes de los partidos de izquierda son letra muerta, algo sin vida ni proyección real, pues la dirigencia no lucha para la realización de esa plataforma bien elaborada y pensada, la que sólo sirve de paraguas, sino por una modesta, escasa y a veces nula participación en el Congreso Nacional. Entonces ante la imposibilidad de ser gobierno la acción práctica de la dirigencia de la izquierda se divorcia de la teoría y el programa. Desde este punto de vista, concebido como una derrota anticipada, toda unidad a nivel de la dirigencia y militancia se convierte en casi innecesaria; actuación censurable, debido a la falta de seriedad con la que se asumen estos programas y el nombre de la izquierda. El resultado de este comportamiento desmoralizado y pesimista termina en una especie de donación de un bolsón de votos de la izquierda entendida como el amplio espacio del campo popular que, sin alternativa factible, se une detrás de una candidatura con expectativa. De esta manera todas las jornadas de lucha sindicales y políticas contra los gobiernos de turno son apropiadas fácilmente por el candidato de la posibilidad transformadora.
Ollanta Humala, luego de su visita a Caracas y la conversación con el presidente Hugo Chávez hizo un llamado a la unidad política de todas las organizaciones sociales y fuerzas de izquierda del país -según dijo- las puertas están abiertas en este proyecto nacionalista en condiciones de igualdad. A este llamado por su importancia acudieron el Frente Amplio
de Izquierda y el Partido Socialista; y debería haber asistido también Avanza País. Pero, ¿cuáles deberían haber sido los puntos principales de un acuerdo, los frondosos programas de las organizaciones puestos por delante o la mejor estrategia para asumir el futuro gobierno y enrumbar el país en el camino de la transformación económica y social? No debemos olvidar, ni por un instante, que la enorme mayoría de peruanos exige un cambio radical del sistema político corrupto de los partidos tradicionales amparados todavía
por el estatuto de Alberto Fujimori, el mismo que simula ser la Constitución del Estado. No olvidemos tampoco que todos los partidos de izquierda, el movimiento popular y el propio Ollanta Humala aspiran a la recuperación del estado de derecho restituyendo la única constitución válida (1979) a ser modernizada o reformada por una constituyente. Si esta aspiración es indiscutible, seria y cierta, estamos hablando de un gobierno completamente
distinto a cualquier otro en manos de los caducos líderes de la derecha y sus matices: Lourdes Flores, Valentín Paniagua y Alan García. Hablamos, por consiguiente, de un gobierno y un congreso de decantación casi inmediata que volverá a las urnas en el tiempo en que la nueva constitución sea promulgada. En el entretanto la administración del Estado no podrá llevar a cabo los grandes proyectos diseñados concienzudamente por el conjunto
de la izquierda y el propio Partido Nacionalista Peruano (fundación de la segunda
república.) Vuelvo a repetir, de ser veraces los programas izquierdistas y no saludos a la bandera o paraguas necesarios para convertirse en el brazo izquierdo del cuerpo funcional de la derecha, los cuadros orgánicos y representativos deben primero llegar al gobierno; y eso no se logra sentándose a la mesa del Acuerdo Nacional para avalar la reafirmación
del neoliberalismo que se impugna desde todas las trincheras.
Los comunicados del Frente Amplio de Izquierda y del Partido Socialista que dan por terminadas las conversaciones con Ollanta Humala son sin duda válidos, sin embargo, adolecen de una visión mucho más amplia de los intereses en juego. El candidato de la confluencia (principal capital político) en tanto caudillo de la gesta anti sistema que encontró en el camino, acusado de visos autoritarios, no es un hombre libre del todo en cuanto a compromisos asumidos para la inscripción de su fórmula. El cascarón de la UPP que le abrió la puerta ante el Jurado Electoral es un enjambre de apetitos desmedidos de técnicos y cuadros de tercera y su propia fórmula de vice presidentes (improvisados de última hora) también puede dar lugar a una coladera de lobos con piel de oveja. Quiero decir que a las alturas en que se produjo el llamamiento a la unidad era imposible patear el tablero
(poniendo en peligro el capital político frente a la legalidad derechista) y de lo que se trataba, sin cuotas o disparates, era de llevar la mayor calidad posible a un parlamento desastroso e inmoral como el actual que apenas representa el 8% de la población según las encuestas más serias. No obstante, la ruptura de las conversaciones no es total y todavía
estamos a tiempo de conformar ese gran bloque de organizaciones políticas y sociales,
patrióticas, de izquierda, nacionalistas, progresistas y antiimperialistas, como lo define el Frente Amplio de Izquierda y apoya el Partido Socialista. Se trata de hacer política, no dogmatismo ni sectarismo, en la reconstrucción del país que, como se sabe, requiere de muchos pasos seguros bajo los grandes lineamientos que todos suscriben: gobierno democrático de cambio; nueva constitución del Estado que incluya el derecho a la revocatoria de mandatos de las autoridades, inclusive del Presidente y Congresistas; política económica anti neoliberal, descentralización del país, restauración de la moral pública y privada, etc.
Nos hubiera gustado una fórmula presidencial más confiable (con candidatos de consenso) encabezada por Ollanta Humala, hombre que llenó el espacio de las luchas, los paros nacionales y las movilizaciones contra Alejandro Toledo, dejado a merced por la falta de liderazgo, es cierto. Sin embargo, en el pensamiento integral de la transformación del país aquello es secundario. El país de las mayorías nacionales enfrenta una disyuntiva radical perfectamente definida, además alineada a las corrientes de los grandes cambios políticos de la región, donde destacan los gobiernos de Argentina, Uruguay, Brasil, Venezuela, Cuba y a futuro Bolivia; en esta dirección el bloque social y popular que apunta al cambio enfrenta a una clase política desgastada y putrefacta, consumida a sí misma por la inmoralidad construida a través de años de abuso, engaño y descaro. Tanto que los propios líderes tradicionales quieren mejorar su imagen prohibiendo la reelección al parlamento de sus congéneres a fin de evitar el merecido castigo de parte de los electores. El tiempo apremia y no se debe llegar al último minuto de la inscripción de las listas al parlamento para llegar
al indispensable acuerdo de una unidad amplia y consistente del campo popular
que, ante una derecha dividida en tres candidaturas principales obedientes
al sistema de descomposición, tendrá la opción de ganar en primera vuelta.
Finalmente, queremos creer, necesitamos creer que nuestros representantes del campo popular son dirigentes celosos, honestos y cumplidores de sus anuncios públicos. Ollanta Humala con su llamado a la unidad en igualdad de condiciones, el Frente Amplio de Izquierda y el Partido Socialista en su vocación unitaria a favor del pueblo; y si fue fácil lograr un consenso con la derecha en el llamado Acuerdo Nacional, mucho más sencillo y
factible será lograrlo entre ideas revolucionarias afines sin cuotas numéricas sino
por calidad y compromiso de los candidatos.
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