Bomba en Panamá debería hacer alusión a la presencia de Puerto Rico en la Cumbre de las Américas, en calidad de país soberano, cuyo pueblo celebraría con panderos y congas, improvisando cantos alegres por la libertad.
También Bomba en Panamá podría ser un libro o filme sobre los sucesos de noviembre del 2000, cuando un comando terrorista, liderado por Luis Posada Carriles, introdujo en ese país un poderoso explosivo contentivo de –al menos- diez kilos de C4, con el fin de asesinar al Comandante Fidel Castro Ruz, quien asistiría a dar una conferencia en la Universidad panameña.
Los terroristas, apoyados y financiados desde Estados Unidos, obviaron el hecho de los estudiantes y profesores que morirían en el Paraninfo, donde se estimaba la asistencia de unas seis mil personas.
Develado el plan criminal gracias a la acción preventiva de la Inteligencia Cubana, los agresores fueron capturados, pero dos días antes de entregar el gobierno, la saliente presidenta Mireya Moscoso, sorprendió al mundo liberando por indulto al capo mayamero Posada Carriles, un tipo cruel sin par, sobre quien pesan solicitudes de extradición en Venezuela y Cuba, por la voladura de un avión de Cubana de Aviación.
Pero esta vez quien puso la bomba fue el presidente gringo Barack Obama, al dictar una orden ejecutiva que califica a Venezuela como “amenaza”.
Esta jugada imperialista, anunciadora de sanciones, embargos y bloqueos, ha tenido una respuesta unida y firme de los Estados soberanos del continente, quienes se han pronunciado a través de toda la gama de organismos de integración existentes; y más allá de nuestras latitudes, la opinión internacional da la razón a Venezuela.
No ignoramos la duda que ronda en el aire sobre si el “decreto” fue una torpeza de Obama, o, como indica toda lógica dialéctica, es la continuación de la estrategia injerencista que ya se había iniciado en el Poder Legislativo del “imperio”.
Panamá vuelve a la historia universal como arena de la confrontación Bolivarismo versus Monroísmo, como los nombra Liévano Aguirre en su obra antológica.
Al istmo bolivariano asistirá nuestro Presidente Nicolás Maduro con una explosión de dignidad popular, tras haber acumulado la solidaridad de la gran mayoría de las naciones del planeta, y haber reunido varios millones de firmas ciudadanas que reclaman la derogatoria inmediata del bodrio obamista.
El fantasma de Posada Carriles hay que vigilarlo, cierta derecha fanática intenta sabotear la negociación Washington-La Habana, falange que celebra la muerte de algún bolivariano. Son los mismos que desde Miami, Madrid y Bogotá azuzan la desestabilización de la democracia venezolana.
Entiéndase entonces el título de este artículo en todos los sentidos posibles, y tomemos todas las previsiones frente a un enemigo enfermo de ambición y odio.