Cuando Perón dijo "El año 2000 nos encontrará unidos o dominados", hubiera acertado más diciendo "el siglo 21" porque en el 2000 todavía estábamos dominados, pero ya había aparecido Chávez para unirnos. Y esa unión fue lo que se midió en Panamá.
No cuenten los fariseos cuantos países apoyaron o no, y cómo, a Venezuela: reconozcan que ninguno se alineó con Estados Unidos, salvo Canadá porque es una colonia cuyas políticas las dicta Londres sometido a Washington.
Canadá y Estados Unidos impidieron el consenso de la Cumbre, por no estar de acuerdo en las propuestas de declarar a la salud como un derecho fundamental de todos los ciudadanos, de fomentar el intercambio de información y la cooperación energética, de promover la disminución de gases que incrementan el efecto invernadero. Estados Unidos y Canadá se negaron a discutir temas relacionados con el tráfico ilícito de armas de fuego (que beneficia a sus empresas) y el derecho a la privacidad en las nuevas tecnologías de la comunicación e información.
La canciller de Panamá, Isabel de Saint Malo, lo expresó con una frase tan elegante como su apellido: "Hay consenso en un 95 por ciento"… Sólo esos dos países del norte, de los treinta y cinco que asistieron a la Cumbre, impidieron el consenso, y el encuentro se tuvo que cerrar con una sencilla declaración institucional del presidente panameño Juan Carlos Varela.
Queda en el aire si se puede (o se debe) prescindir de Estados Unidos y Canadá en la próxima Cumbre de las Américas porque, como dijo Evo Morales, "con una mentalidad patronal, colonial, imperial y con políticas de neoliberalismo, no se puede avanzar". La esterilidad gringa viene de lo que decía Martí: "La libertad no puede ser fecunda para los pueblos que tienen la frente manchada de sangre", y los Estados Unidos, desde la Segunda Guerra Mundial, ha promovido y participado en más guerras que todos los demás países del planeta. Decenas y decenas de millones de seres humanos han sido sacrificados por los intereses geopolíticos pueriles de un país utilizado por sus fabricantes de armas para vender muerte en el mundo, con la excusa de promover la democracia y la libertad.
Pero allá ellos con su tragedia y su patética democracia decadente: en Panamá también estuvo presente la esperanza del nuevo mundo amoroso, la Patria Grande que busca "la solidaridad no como un fin en sí mismo, sino como un medio encaminado a lograr que nuestra América cumpla su misión universal". En Panamá los países se dividieron, como los hombres se dividen, "en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen".
América Latina comparte la misma historia en el mismo idioma, no tiene conflictos armados por razones raciales, religiosas o separatistas. Hace muchos años que nuestros pueblos no sufren de una guerra en forma. La pena de muerte está prácticamente abolida, el 24 de febrero celebramos el 48 aniversario de la firma del Tratado de Tlatelolco para la Prohibición de Armas Nucleares en la América latina y el Caribe.
Y hablando de lo nuclear, el estallido de las primeras bombas atómicas hizo exclamar, con tristeza, al General Omar Bradley (1893-1981) "El nuestro es un mundo de gigantes nucleares e enanos éticos"; pero en Panamá se vio que América Latina se ha vuelto no sólo lo que se esperaba de ella, sino la esperanza de la humanidad y, gracias a la unificación del Sur que es decir gracias a Chávez y sus amigos, la prueba de que hoy el nuestro es un mundo de enanos nucleares y gigantes éticos.
En Panamá quedó claro que Washington puede ganar batallas, porque le sobra la fuerza bruta, pero no puede convencer a nadie. Y mientras América Latina mejora día a día, a pesar de la injerencia imperial, Estados Unidos se deteriora y se erosiona en sus contradicciones internas, se vuelve "el lado obscuro de la fuerza" al ritmo en que sus ciudadanos pierden libertades y derechos. Panamá fue un despliegue histórico de grandes tendencias y voluntades, cuyas consecuencias históricas aún están por verse.
Pero Panamá fue también una representación, que tenía de comedia, drama y epopeya, por los que estaban y lo que estaba en juego. Y para que en la obra no faltaran bufones, allí llevaron contratada a una compañía itinerante de ex presidentes de distinta tarifa, a los sempiternos "disidentes" cubanos y a los débiles opositores venezolanos, potpurrí de malvados y mediocres, cuyas intervenciones tuvieron un efecto comparable al de un perro ladrándole al avión de Maduro, con una diferencia: hace mucho que los perros no le ladran a los aviones.