El debate sobre el Esequibo está poniendo en evidencia una contradicción con la visión que siempre mantuvo el Comandante Chávez sobre la controversia territorial. Los enemigos históricos de la integración latinoamericana y caribeña repiten, incesantemente, que el gobierno bolivariano renunció a esta justa reclamación y claman por acciones dirigidas al rescate de un territorio del cual fuimos despojados. Chávez nunca abandonó el reclamo sobre el territorio Esequibo. Desarrolló un enfoque integral en el contexto de la nueva geopolítica mundial.
En 1962, el gobierno de Rómulo Betancourt con su Canciller, Marcos Falcón Briceño, logra que la ONU admita que el Laudo Arbitral de 1899 es Nulo e Írrito. Decisión que impactó al mundo y abrió cauce a nuestro justo reclamo. Un hecho determinante que, en ese momento, pudo ser parte de una estrategia del Departamento de Estado de Kennedy para frenar el avance de una pequeña corriente comunista (pro-soviética) en el Caribe angloparlante. En 1966 se firma el “Acuerdo de Ginebra” donde Gran Bretaña reconoce nuestra reclamación y se compromete a buscar una solución pacifica que “resulte satisfactoria, grata, buena y prospera para ambas partes”. Un importante logro diplomático que le permite a Venezuela sustentar y canalizar una salida a la controversia territorial y al mismo tiempo puede ser interpretado como parte de una estrategia geopolítica de los centros hegemónicos de poder para retrasar la independencia de Guyana y su influencia en el Caribe.
La lectura de estos hechos en el contexto internacional y en su momento histórico, sirve como un ejemplo que nos exige profundizar nuestra visión de la controversia territorial y ubicarla en armonía con la nueva realidad geopolítica mundial. Esa visión fue la que le permitió a Chávez ir más allá de hechos históricos que hablan de límites, mapas y violaciones perversas. Argumentos que alimentan la complejidad jurídica de un nutritivo contencioso que sustenta el reclamo. Chávez nuca subordinó la trascendencia de una nueva geopolítica que nos conduzca a la integración latinoamericana y caribeña.
En julio de 1999, cuando Guyana le otorgó a la Exxon el bloque Stabroek, Venezuela emitió una Nota de Protesta y denunció ante los organismos petroleros las pretensiones de la transnacional y el abuso del gobierno de Guyana. La Exxon se vio obligada a retirarse y se mantuvo de bajo perfil hasta que le fueron anulados los contratos leoninos que le daban derechos sobre los campos petroleros “Cerro Negro” y “La Ceiba”. En el año 2000 Chávez protestó e impidió la instalación de un “Centro de Lanzamiento de Satélites” en el Esequibo tras un acuerdo del gobierno de Guyana con la empresa norteamericana “Beal Aerospace Tecnologies”. En ambos casos prevaleció la visión del contexto geopolítico y no el debate sobre límites.
En este momento debemos reivindicar la visión integral del Comandante Chávez. Sería un error quedarnos en un discurso meramente nacionalista que se conforma con citar y desmontar las turbias negociaciones tras bastidores protagonizadas, en 1899, por ingleses y norteamericanos en una evidente confabulación contra el país. Un discurso que no acaba de asumir que se trata de un plan para desestabilizar la región convirtiendo la controversia territorial por el Esequibo en una excelente excusa, utilizando a David Granger como comodín para profundizar lo que inició el gobierno de Bharrat Jagdeo y continúo Donald Ramotar vertientes de la degeneración política de un movimiento de conciencia anticolonial y transformadora que fundó Cheddi Jagan en 1950.
Chávez siempre comprendió que la integración complementaria dirigida a romper las asimetrías económicas nos permitiría ir construyendo salidas a nuestros problemas territoriales y fronterizos. Nunca privilegió el debate sobre límites ante la necesidad de integración de América del Sur y El Caribe. Esa convicción le dio impulso al “Acuerdo Energético PETROCARIBE” y a la “Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños” –CELAC- como procesos que definieron una nueva geopolítica desde América Latina.
En estos momentos el Esequibo es una excusa y Guyana el epicentro estratégico del plan, por su ubicación geográfica y centro de decisiones políticas de la Comunidad del Caribe –CARICOM- por ser Sede Permanente de su Secretaría Ejecutiva. La Exxon es el instrumento del Departamento de Estado para darle impulso y continuidad a la “Iniciativa para la Seguridad Energética del Caribe”.
El plan de la Exxon contempla 10 años con inversión y explotación del bloque Stabroek que se proyecta hacía el Delta del Orinoco. Un plan que comenzó con la actividad (durante 3 meses) del barco-taladro “Campeón de las aguas profundas” y establece 3 etapas de ocupación progresiva y sostenida que afectará la Zona Económica Exclusiva de la fachada atlántica y limitará nuestra salida comercial al océano atlántico.
Lo que está en peligro es el Delta del Orinoco con sus implicaciones para las Empresas Básicas de Guayana y el desarrollo de la Faja Petrolífera. Nuestro verdadero enemigo es la Exxon como expresión del capital transnacional e instrumento del Departamento de Estado. El pueblo de Guyana no es nuestro enemigo. Suspender la ejecución de acuerdos comerciales no afecta ni paraliza las acciones de la Exxon, afecta al pueblo de Guyana y le quita fuerza al proceso de integración.
La solución a la controversia territorial tiene su marco jurídico en el “Acuerdo de Ginebra” y pasa por la construcción colectiva de una propuesta que abra paso a la negociación diplomática bilateral evitando la intervención de la Corte Internacional de Justicia. Eso puede llevar mucho tiempo. La salida de la Exxon de las adyacencias del Delta del Orinoco debe ser el objetivo inmediato. Esa batalla exige fuerza política y audacia diplomática para lograr apoyo internacional. CARICOM siempre apoyará a Guyana, pero puede acompañar a Venezuela en la lucha contra las pretensiones de la Exxon. Eso requiere una visión integral desde la perspectiva que desarrolló Chávez.