Este mes se cumplen 52 años del derrocamiento del presidente Jacobo Arbenz. Su derrocamiento fue decretado por la United Fruit, máxima beneficiaria de la tierra y el sudor del pueblo guatemalteco. Una vez decidida la extirpación del proceso democrático guatemalteco, el Departamento de Estado y la OEA hicieron el resto para ejecutar la sentencia. Fue precisamente en Caracas donde se celebró la X Conferencia Interamericana de la OEA, en una Venezuela entonces gobernada por el muy bien visto general Marcos Pérez Jiménez, el divorcio vino después y por las mismas causas de siempre: problemas con el bolsillo. En esa conferencia la delegación guatemalteca, virtualmente sola, se batió contra el feroz y ladino Foster Dulles y la caterva de gobiernos cipayos de la región.
De poco le valió presentar sólidos argumentos a la delegación guatemalteca. De nada sirvió la desgarradora denuncia de una futura invasión a Guatemala. La sentencia de muerte al gobierno democrático de Jacobo Arbenz fue celebrada con buen güisqui en el Hotel Tamanaco. Poco después, el régimen democrático y progresista de Arbenz era derrocado y en su lugar colocada una dictadura entreguista que restauró los intereses afectados de la United Fruit. Se acabó en Guatemala toda referencia a reforma agraria o justicia social. Los guatemaltecos que no murieron fueron a parar al destierro.
Lo que vino luego fue el horror que el imperio llama operación quirúrgica. Había que extirpar todo vestigio de dignidad que hubiese sobrevivido a la invasión. Las cifras de los asesinatos ejecutados fueron conmovedoras. Dirigentes sociales, estudiantes, sindicalistas, docentes, periodistas y en general gente del pueblo, desaparecían diariamente de sus lugares de trabajo, estudio o vivienda para aparecer luego mutilados, ejecutados y con huellas de crueles torturas. Tales crímenes fueron ejecutados por los “escuadrones de la muerte”, brigadas de mercenarios creadas al alimón por la oligarquía terrófaga y la CIA.
Podemos y debemos imaginar el horror de ver aparecer en las calles cuerpos cercenados, desfigurados o decapitados en forma cotidiana. Ese fue el precio que EE.UU. y la derecha fascista hizo pagar al pueblo guatemalteco por su osadía de libertad y justicia. Es preciso aclarar que esta tragedia fue aún más tenebrosa dado el manto de silencio que los medios de comunicación nacionales e internacionales colocaron sobre estos crímenes.
Cabe preguntarse, apelando a un pasaje evangélico “¿Si esto hacen con el árbol verde, qué no harán con el árbol seco?”. Si esta fue la “lección” que el fascismo le reservó al incipiente y tímido proceso de cambios que adelantaba el mesurado prof. Jacobo Arbenz, ¿Qué tendrá en mente el asesino de Bush cuando le dice a una “inmigrante” venezolana (dicen que la Poleo), que “tardará un poco, pero tu país estará bien”?. ¿Qué podría esperar el pueblo venezolano, dadas las tremendas desproporciones entre lo intereses agrarios de la United Fruit y las reservas petroleras más grandes del planeta?. ¿Si eso hicieron por cambures que no harán por petróleo?.
El compromiso insoslayable con la defensa de la Revolución es de todos. Hay que hacer a un lado egoísmos y personalismos y meterle el hombro y el corazón a este proceso revolucionario. Todo cuanto contribuya al debilitamiento de la revolución debe ser considerado severamente como un acto de traición. Es tiempo de unidad y esfuerzo. En principio todos debemos apuntalar el objetivo de una mayoría superior al 50% del REP, vayan ellos o no vayan a las elecciones. Todos debemos convertirnos en ojos y oídos de la patria a fin de detener las acciones del paramilitarismo que medra disfrazado de pueblo. Todos debemos convertirnos en contralores sociales y anular la letal influencia de corruptos y burócratas. Todos debemos ser uno con el Presidente. Es ahora o nunca.