“¿Por qué Estados Unidos la tiene cogida contra Venezuela?”, me preguntó un estudiante universitario. Intentaré responderle a él y a quienes se formulan la misma interrogante. Ocurre que, a poco de ser electo, Hugo Chávez comenzó a mostrarse como un Presidente distinto a todos los que nos han gobernado desde 1908, cuando Juan Vicente Gómez le dio un “golpe suave” a Cipriano Castro, solicitó el apoyo de EEUU, que inmediatamente envió unidades navales a apoyarlo.
A partir de entonces todos los gobiernos han tenido políticas exteriores dependientes del Norte; nunca hubo divergencias significativas, el país había perdido la soberanía que habían conquistado nuestros libertadores.
Con la llegada de Chávez al poder, todo cambió. El lenguaje y los hechos los mostraron como alguien distinto; que ni las oligarquías locales ni Washington podían controlarlo, influirlo. Aunque al comienzo quiso que las relaciones con EEUU fuesen de respeto a nuestra independencia, su política hacía suponer que esto sería imposible. Vean si no. Prohibió que los marines desembarcaran en nuestras costas durante la tragedia del Litoral, retiró a la Armada y a la Fuerza Aérea de las maniobras conjuntas dirigidas por los estadounidenses, sacó a la Misión Militar de Fuerte Tiuna. Eran demasiados, pensaban allá. EEUU respondía, esta vez violando los contratos dejó de suministrar mantenimiento y repuestos a los aviones F16 y prohibió que cualquier país que usará tecnología norteamericana vendiera equipos armados al país, Brasil no pudo suministrarle aviones de entrenamiento ni España unidades navales.
Pero Chávez iba más allá. Comenzó a hablar de socialismo del siglo XXI, contra el capitalismo, y se definió antiimperialista, en lenguaje casi en desuso. Además, fue reiterativo contra el mundo unipolar, reforzó las relaciones con Rusia y China, y las convirtió en alianzas estratégicas. En algo debió contribuir la presencia de estos países en la región.
Alguna influencia debió tener en las elecciones de Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Uruguay, que fueron ganadas por fuerzas progresistas que cambiaron la geopolítica continental, y ayudó a estabilizar a Cuba y Nicaragua. En la OEA, como nunca antes, EEUU perdía votaciones. Siendo candidato presidencial, Barack Obama declaró que “la creciente influencia en América Latina del presidente venezolano Hugo Chávez no debe sorprender en Washington, dada la poca asistencia económica que EEUU dedica a la región”. Era mucho mas que eso.
Fue más atrevido, comenzó a gestionar la unidad continental. Agrupó, con Fidel Castro, algunos países en la Alba, y creó Petrocaribe. Acercó a los países angloparlantes del Caribe, que por años miraban a Londres y a Washington. No se conformaba. No fue de la nada como surgieron Unasur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), una organización americana sin EEUU ni Canadá, pero con Cuba. Estaba apoyado por Lula y Kirchner. Esto se les hacía insoportable. Se acentuaron los ataques y denuncias contra el gobierno de Chávez, en alianza con la derecha venezolana y los grandes medios de la región.
Nueva etapa. A la inesperada y extraña muerte de Chávez, tanto en el Norte como en la derecha, y particularmente aquí en Venezuela, creyeron que había llegado el momento. Para aprovechar la circunstancia, desconocieron a Nicolás Maduro como Presidente, convencidos de que no soportaría una embestida frontal desde afuera y desde adentro. Al nuevo gobierno no le dieron tregua, en tanto éste mantenía las políticas y objetivos del gobierno de Chávez. El presidente Obama dictó el decreto que denuncia a Venezuela como una amenaza para la seguridad de Estados Unidos (¡!), y su política exterior fue condenada por unanimidad en la Cumbre de las Américas en Panamá. Olvidó que habían dejado de ser su patio trasero. Pero no desmayaban en su política agresiva contra Venezuela, expresada en guerras económica y mediática Poco antes de abandonar el gobierno prolongó la vigencia de ese repudiado decreto.
Tomado de Últimas Noticias
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