Estoy preocupado y tengo miedo, si, miedo, ¿ para que negarlo?. Siento miedo no por mi, a mis setenta años no debería preocuparme por mi futuro, ya lo que está hecho para mi lo está. ¿Qué más puedo aspirar sino pasar los últimos días de mi vida en sana y total paz. Al lado de mis nietos, viéndolos jugar y hasta hacerlo con ellos mientras los veo crecer. Dedicando el tiempo que me queda a lo que me gusta; ¡escribir! Pero tengo miedo. Tengo miedo por ellos, por mis nietos, por esos niños que veo en la calle alegres, jugando en los parques o camino al colegio tomados de la mano por su padre o su madre.
Tengo miedo de ver destruidos esos parques, los colegios, hospitales y todo lo que las malditas bombas lanzadas desde un avión del imperio se antojen en destruir. Tengo miedo que mi nieto no pueda ver realizado su sueño de convertirse en un director de orquesta o en un ingeniero como siempre me dice que será cuando sea grande. Tengo miedo por las mujeres embarazas que no podrán dar a luz esos niños que llevan en su vientre.
Tengo miedo de ver a mi país destruido, convertido en un Irak, una Libia, o una Siria. Donde la gente deambula buscando entre los escombros a sus seres queridos con la esperanza de encontrarlos con vida. Donde los niños caminan solos, sin padres, sin saber a donde van, hurgando entre lo destruido a ver si consiguen un trozo de pan con que saciar su hambre.
Estamos atravesando un momento bastante delicado. Lamentablemente hay quienes se aprestan a negarlo mientras otros se frotan las manos deseando que ocurra. Los primeros quizás por ese analfabetismo funcional que los arropa y no les permite detenerse a analizar la situación. Los otros, dueños de un fanatismo perverso que piensan solo en su bienestar e intereses propios. Por eso se van, sacan a su hijos del país mientras tienen el equipaje preparado esperando el momento de partir antes que los misiles comiencen a caer. Esos son los apátridas, a los que no les causa ningún dolor que su país sea destruido tan solo por sentir la satisfacción de ver caer al gobierno. Por eso visitan países pidiendo sanciones y la intervención, fundamentándose en mentiras y descalificaciones que de tanto repetirlas las convierten en verdades, la teoría goebbeliana puesta en práctica, que a la larga da sus frutos. Frutos venenosos. Ellos tienen el escudo protector de Miami.
Pero quedan otros, los fanáticos antichavistas que se creen el cuento de las “bombas solo mata chavistas”. Su disociación es tan grande que están convencidos que ellos y su familia será inmunes a los ataques imperiales, que las víctimas serán tan solo los chavistas. ¡IMBECILES!
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