Faltan menos de dos meses para las elecciones presidenciales en la República Bolivariana de Venezuela el próximo 3 de diciembre. Las campañas políticas ya están encendidas al rojo vivo, y el tiempo que resta de aquí a los comicios no hará sino seguir aumentando su intensidad.
Según los distintos sondeos que recorren el país, todo indica que la candidatura del actual presidente Hugo Chávez va adelante en las preferencias con una cómoda ventaja. Si bien las encuestas varían según el color ideológico de quienes las aplican, en estos momentos todas muestran una clara diferencia a favor de Chávez con alrededor de un 60 % de preferencia –que es aproximadamente el porcentaje histórico con que él o su movimiento ganaron en todas las elecciones previas. La oposición no supera el 20 %.
De momento se mantiene una cantidad alta de candidatos: 10 en total. De todos modos la situación se polarizó entre las dos figuras de Hugo Chávez y el que fuera designado por la embajada de Estados Unidos como representante opositor: Manuel Rosales. Esto último fue producto de una maniobra política que dejó en el olvido la promesa de elecciones internas en las filas opositoras; de un día para otro, seguramente evaluando los perfiles de los posibles candidatos a las primarias y sus posibilidades reales en la futura contienda electoral, los otros nominados para esas internas (Julio Borge y Teodoro Petkoff) desaparecieron de la escena política dejando el camino expedito para Manuel Rosales. Los otros candidatos que formalmente presentan su nominación para este 3 de diciembre no existen como fuerzas políticas reales. Son, en todo caso, parte de una estrategia pensada por la derecha republicana. No disponen de recursos para sus campañas, no aparecen en el juego político preelectoral y ante la población votante no pasan de ser absolutos desconocidos.
Podría pensarse que todas estas fuerzas políticas (que en realidad no son tales) son una maniobra distractiva, de fragmentación del electorado; o bien parte de un montaje destinado a retirarse de la contienda a último momento para crear la sensación de inestabilidad institucional. Lo que sí está claro es que no cuentan seriamente para el 3 de diciembre. Las cartas de la oposición están jugadas verdaderamente con Manuel Rosales, actual gobernador del estado Zulia.
Rosales apunta básicamente a la clase media urbana. No es un candidato de las grandes mayorías populares, de los sectores excluidos, de toda la población que hace algunos años comenzó a verse beneficiada con los programas sociales del gobierno revolucionario. Su mensaje despide un profundo olor antibolivariano, y ése es prácticamente el único punto de toda su campaña. Más allá de un discurso pretendidamente conciliador y de unión nacional, todo se dirige a desmontar los logros alcanzados por el proceso que se inició con la presidencia de Hugo Chávez. Dado que la situación económica general no deja de mantenerse próspera (ya son más de 10 trimestres de crecimiento ininterrumpido) beneficiando a los distintos sectores sociales, el centro de su propuesta se concentra en un furioso “anticomunismo” propio de la Guerra Fría. Los resortes que pretende mover en su campaña van por el lado de atacar la “dictadura autoritaria”, el “castro-comunismo”, avivando a una temerosa clase media con el fantasma de las expropiaciones y poniendo énfasis en una violencia delincuencial que, según la forma en que es presentada, constituiría el principal problema nacional. Evidenciando una falta total de solidaridad despreciando las estrategias de integración latinoamericanistas y poniendo el énfasis en soluciones individuales, el mensaje insiste en “terminar de regalar la riqueza propia”, es decir: cesar con las políticas de apoyo energético para con otros pueblos vecinos y dar marcha atrás con las propuestas del ALBA.
Producto de una larga cultura política de terror ante los fantasmas del comunismo “engulle niños” que se hereda de décadas pasadas, la clase media a la que se dirige responde a este discurso. Sus índices de popularidad son mucho más altos que los de cualquier otro candidato de la oposición. Aunque –esto es fundamental– muy lejos está de las movilizaciones pro Chávez. No obstante, todo el plan que ha orquestado su maquinaria mediático-electoral va en la vía de minimizar el apoyo al actual presidente e inflar su nivel de aceptación. La premisa es sencilla: “miente, miente, miente, que algo queda”. De hecho, por ejemplo, lejos de los niveles reales de medición de todas las encuestas confiables, su aparato político (no sin el apoyo de la embajada de Estados Unidos) ha lanzado la noticia de una diferencia en la opción electoral cada vez más pequeña –Chávez aventajaría hoy a Rosales supuestamente por un escaso 10 %–, y en el estado de Zulia ya estaría arriba en la preferencia popular.
El montaje mediático es fuerte, y se sabe que todo eso tiene impacto. De todos modos el pueblo bolivariano –la amplia mayoría de la población, los históricamente excluidos, el “pobrerío” en su sentido más amplio– sigue respondiendo a su candidato, y la maquinaria política de la revolución no deja de hacer un muy buen trabajo. La meta de los 10 millones de votos para el 3 de diciembre –un 70 % del electorado– no parece tan inalcanzable.
¿Qué escenarios son posibles entonces?
Muchos, sin dudas. En todos juega un principal papel protagónico la política de Washington.
En estos momentos Venezuela provee el 15 % del petróleo que consume el gigante del norte. Por otro lado las reservas petrolíferas venezolanas –las más grandes del planeta– aseguran un regular suministro aún para varias décadas. Esta es una clave para entender lo que aquí se juega. La otra clave es la propuesta socialista en marcha que lidera Hugo Chávez. Un personaje político de esa talla que pasó a ser un referente de las izquierdas y las fuerzas progresistas a nivel internacional, cuya acción ha servido para detener la puesta en marcha de la propuesta de neocolonización impulsada por la derecha estadounidense conocida como ALCA y que está liderando una revolución que avanza hacia el socialismo, todo ello no es tolerable por Washington. De ahí que han hecho y seguirán haciendo lo imposible para quitarlo de en medio. Esos son los elementos determinantes para entender la política del imperio hacia Venezuela y lo que pasará este 3 de diciembre.
¿Permitirá la Casa Blanca que gane Chávez sin tropiezos y continúe profundizando el proceso iniciado en 1998? Sin dudas que no. De todos modos la historia es algo más complejo que puras conspiraciones de la CIA. No sólo de intrigas palaciegas se trata; los pueblos también cuentan.
El imperio está dificultando al máximo la reelección de Chávez, y como mínimo da la batalla en el campo democrático-electoral. De ahí que puso como candidato a alguien que le hace su trabajo en Venezuela. Sin embargo todo indicaría racionalmente que Rosales no puede ganar a través de las urnas. ¿Qué hará Washington el 3 de diciembre por la noche si el recuento de votos no da como ganador a su designado? Formalmente deberá aceptar al vencedor de la contienda, Hugo Chávez para el caso; pero eso es lo externo, lo diplomático. Por lo pronto es de esperarse que trate de impedirlo, que pavimente el camino de mil dificultades para que ese día no pueda haber un movimiento bolivariano triunfador. Y ello implica desestabilización.
¿Qué puede hacer el imperio? Negociar no; los imperios no negocian sino que ponen las condiciones. De todos modos la avalancha bolivariana sigue en aumento y eso no se puede detener tan fácilmente; aún está en el aire el recuerdo de la masiva movilización popular durante la intentona golpista del 2002 que fue la que impidió el derrocamiento de Chávez. ¿Nuevo golpe de estado entonces? ¿Intervención militar? ¿Denuncia de fraude en los comicios? ¿Desacreditación de las elecciones y desconocimiento del ganador legítimo? Las opciones son muchas y diversas.
Es puro ejercicio de futurología decir aquí qué puede estar tramando el gobierno estadounidense para esa ocasión. Pero por la información de que se dispone, y haciendo una lectura medianamente objetiva de la situación, todo indica que no se va a quedar cruzado de brazos. Se especuló incluso con el posible asesinato del candidato Manuel Rosales como forma de complicar el escenario: un mártir siempre viene bien y da la posibilidad de denunciar abiertamente al “régimen antidemocrático de Chávez” abriendo las puertas a la intervención externa, vía Organización de Estados Americanos en todo caso. Es decir: las opciones son amplias y diversas.
Se especuló también –y fueron más que especulaciones; hubo acciones concretas que el gobierno revolucionario pudo detener a tiempo– de la secesión del estado de Zulia. Ello podría abrir igualmente un escenario que ponga en serios aprietos la marcha del proceso bolivariano: la autoproclamación de Rosales ganando las elecciones a nivel de su estado, la reacción oficial negándolo, el inmediato pedido de independencia como zona autónoma, la llegada de fuerzas externas para contener la situación. El guión no es nada nuevo, y otro tanto se está preparando por parte de la oligarquía santacruceña en Bolivia. Es decir: un nuevo montaje mediático, más que nada destinado a la opinión pública internacional, que favorezca una intervención de Washington “digerible” para el mundo.
No es nada improbable que se busque generar acciones de desestabilización ciudadana los días previos a las elecciones creando un clima de ingobernabilidad. Los mercenarios, según reiteradas denuncias, ya estarían listos para entrar en acción. El terror siempre sirve a los fines desestabilizadores, y en eso no es ninguna novedad que los gobiernos estadounidenses tienen un rico historial.
Fraude propiamente dicho, en términos técnicos, sin dudas va a ser muy difícil de denunciar, dado que numerosos observadores internacionales estarán presentes para la contienda electoral. De todos modos no sería de extrañar que a través de la maquinaria mediática la derecha nacional –siempre con apoyo estadounidense– construya un escenario que le posibilite salir a gritar a los cuatro vientos que el proceso no fue transparente. Una vez más: “miente, miente, miente, que algo queda”.
Ante todo ello la tarea del gobierno y del pueblo organizado no es sino profundizar la movilización y la toma de conciencia como única forma de estar preparados para todo tipo de maniobra desestabilizadora.
La única garantía de profundización de una revolución es la organización popular; para prueba: lo que llevó a los pueblos que triunfaron en sus procesos antiimperialistas y socialistas a lo largo del siglo XX (ahí están Cuba o Vietnam sin dar marcha atrás), y lo recientemente acontecido en Venezuela durante el golpe de Estado del año 2002. Sin pueblo organizado no hay cambio social; las élites son eso: élites, y harán lo imposible para continuar manteniendo sus privilegios. Las revoluciones son poder popular, y sólo el poder desde abajo, la democracia participativa, la superación de la máscara democrático-burguesa puede garantizar el cambio real.
Y si gana Hugo Chávez, incluso con los 10 millones de votos que se fijó como meta, en modo alguno quiere decir que ahí terminó el combate. Ahí, en todo caso, comienza una nueva fase: la profundización del socialismo del siglo XXI.