Las líneas gruesas de la política de Estados Unidos (EEUU) nunca han cambiado ni siquiera cuando la presidencia y las dos cámaras del Congreso pasan del control de un partido a otro. Eso está históricamente demostrado. El alarde pacifista de Donald Trump hace rato que fue echado al basural de la historia norteamericana; la política exterior de Washington retiene el curso injerencista y belicista trazado por Bush padre, Clinton, Bush hijo y Obama.
Mientras tanto en EEUU, las promesas de Trump de hacer renovar la economía del país y mejorar la vida de los olvidados norteamericanos blancos empobrecidos se las está llevando el viento. Los economistas de la Universidad de Princeton, Anne Case y Angus Deaton escribieron que "los blancos no hispanos de edad mediana (45-54 años) menos educados fallecen en forma desproporcionada debido a la mayor incidencia de las muertes por desesperación", especialmente los que sufren mayor desempleo y menos oportunidades de encontrar trabajo. Los estudiosos revelaron que la tasa de mortalidad creció el 30 % más de este sector de la población que la de los afroamericanos. Por su parte la China denunció ante las Naciones Unidas que según estudios 40 millones de estadounidenses viven en la pobreza.
Los antecedentes más remotos de la política exterior de EEUU dan cuenta de cómo el hemisferio latinoamericano ha sido atacado en los últimos doscientos años mediante intervenciones militares, invasiones abiertas, injerencias políticas y de constantes violaciones a la soberanía de los Estados de prácticamente todas las naciones de Nuestra América, llamada también la Patria Grande por parte de un imperio naciente que se fortaleció después de la Primera Guerra Mundial y, emergió como potencia tras la Segunda Guerra Mundial.
Los antecedentes vienen desde el siglo XIX. En 1823 el presidente James Monroe elaboró una declaración de principios basándose en un “destino manifiesto” para invocar su política criminal en materia internacional. La “doctrina Monroe” proclamó el principio estadounidense de “América para los americanos” tras rechazar, además, cualquier intervención desde Europa en América. Esta descontextualizada lógica está alimentada por la metafísica gringa al considerarse un pueblo elegido por Dios en la búsqueda de la felicidad.
En el referido siglo inició una voraz guerra bajo la bandera colonialista, saqueo, apoderamiento de territorios, convenios truncados y anexiones. Esta vorágine en la que mostraba ya su hambre imperial, de dominio, le permitió agrandar sus trece colonias inglesas en un extenso territorio. Allí está el ejemplo de México a quien le fue despojado más de la mitad de su territorio; el botín de guerra de Puerto Rico y Filipinas, la compra de Alaska a la Rusia zarista al igual que la de Luisiana a Francia, las inverosímiles anexiones de Florida y Hawai, entre otras con el mismo estilo. EEUU es un ejemplo de cómo se edifico tras guerras, la fuerza bruta y otras hojas más de etcétera.
Vale acotar que la historia en sus huellas, por ejemplo, certifica la existencia de la “República de la Florida” que se mantuvo durante 66 días (desde el 29 de junio de 1817 hasta principios de septiembre) en el momento en que el general Gregorio MacGregor bajo las órdenes de Bolívar tomó militarmente la ciudad de Amelia situada en la parte nororiental de la Florida y proclamo dicha República.
La tendencia militarista de EEUU colocó al mundo en la senda de una guerra global contra toda forma de vida en la Tierra en la que no quedaría ni tan siquiera piedras sobre piedras. Las siete bases militares adicionales en Colombia elevan su total planetario a 872 lo que no tiene equivalente con ninguna potencia pasada o presente, literalmente han invadido al mundo.
Por tal como está planteada la criminalidad estadounidense lo que está en marcha es el apoderamiento de los recursos energéticos, la biodiversidad y el agua. Este es el fondo de estas virulentas guerras. Y los poseedores de esos recursos son Estados en su mayoría soberanos que han trazado importantes avances en el ejercicio de su autodeterminación y soberanía, y sus pueblos no se quedarán de brazos cruzados para defenderse de las agresiones imperiales vengan de donde vengan.
El núcleo duro del imperio está constituido por un oligopolio de capitales que adoptan la forma corporativa para desde allí tomar las grandes decisiones del “gobierno mundial” desde el armazón de instituciones que le brindan “legitimidad democrática” bajo la premisa de lo privado sobre ´público. Allí están, por ejemplo, las Naciones Unidas, la OTAN, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, y cuatro hojas más de etcétera, constituida como expresión de los intereses angloamericanos de las finanzas y el petróleo, principalmente. Su función es filtrar y adecuar las grandes opciones de carácter estratégico, dominio y control del mundo.
Como contraste la vorágine imperial en la excesiva afición por los gastos militares tanto dentro y fuera de su Estado tiene como telón de fondo una de las crisis económicas más severas de la historia del capitalismo. Allí está la chatarra del dólar. El imperio del dólar como moneda emblemática de su poderío ha sido una herramienta fundamental para controlar al mundo. Hoy ya no es así. Han emergido en la nueva geoeconomía internacional otras propuestas y opciones alternativas que se están distanciando de la yunta petrofinanciera angloamericana que ha estado en un papel dominante desde el pretérito siglo XX. Esto supone sino una quiebra de su hegemonía en materia económica, el inicio de su caída financiera como ductor de las finanzas mundiales.
En consecuencia, al revisar la historia de ayer y la de hoy podemos visualizar que el plan expansionista de EEUU configurado desde 1823 con la vetusta y obsoleta “doctrina Monroe” que estuvo actualizada en forma continua y sucesiva por tres siglos consecutivos, los pueblos del mundo al unísono le están diciendo adiós no solo a esa criminal doctrina sino también al “sueño americano”. Monroe finalmente podrá descansar en paz.