No son nuevos los ataques y descalificaciones en mi contra; van desde cartas, memorandos, informes, comunicados, hasta amenazas e improperios con instintos homicidas escritos en papelitos anónimos, por las redes sociales, mensajitos de textos, Whast App y medios de comunicación social en general.
Nada de eso me preocupa, se trata de gente cobarde que actúa bajo el amparo de falsos nombres; ni siquiera me extraña, primero porque esa es la forma de proceder de la oposición llena de rencor en contra de los chavistas y, segundo, porque estoy consciente de que las instituciones del Estado fueron infiltradas por adversarios, que aún hoy en día persisten, siguen allí enquistados conspirando.
Aunque igualmente se da el caso de que muchos son abiertamente oponentes, así lo declaran. Y cuando les conviene, lloran al Gigante Chávez y aplauden públicamente al presidente de la paz, Nicolás Maduro Moros, pero por lo general no dan la cara y envían sus venenos y falsedades a medios opositores al servicio de la desestabilización que, por cierto, quedan sujetos a demandas judiciales para resarcir los daños y perjuicios como le ocurrió al periódico digital La Patilla. Y le puede pasar al Nazi Onal.
Por todos los medios intento demostrar como chavista que, en este país, a pesar de las diferencias ideológicas, cabemos todos. Pero opositor es opositor y el apellido parece ser siempre odio e intolerancia, por eso, en lo que a mí respecta, devuelvo los ataques con la misma intensidad que me atacan; lo expreso de otra manera, el que le eche plomo a la revolución, nunca espere de mí pétalos de rosas.
Tengo derecho a defenderme y moral para hacerlo, además, por qué dejarme someter por esos "rojos rojitos" que quieren estar bien con Dios y con el diablo, o por qué dejarme cercar por un opositor resentido en Venezuela o el exterior. Ser fiel militante revolucionario, no es ningún delito.
A esa gente que me ataca y, en algunos casos asegura estar con el proceso, más bien la invito, sana y humildemente, a demostrar que es más chavista que yo. A dar la cara por nuestro Presidente, desde su trinchera o la tribuna que le sea posible. No soy de los que se esconde en los momentos difíciles y decisivos, y creo que lo que es con Maduro es con todo el que sea revolucionario de verdad.
Ocupé cargos públicos en la gobernación del Zulia, en la desaparecida Cárcel de Sabaneta, he sido alcalde de Maracaibo, ahora soy cónsul general de Venezuela en Milán, Italia, en fin, y me caracterizo por ser respetuoso de los trabajadores, un funcionario disciplinado que acata la línea superior, pero no le puedo permitir a un empleado el saboteo en contra de la revolución desde una misma institución del Estado, menos si la presido.
Estoy claro en el daño que han hecho no sólo los funcionarios corruptos de alto rango infiltrados en las instituciones del Estado, sino también los de medio y bajo rango, sobre todo, aquellos que, de alguna manera, o directa e indirectamente, cumplen labores de atención al público. ¿Y quién paga las consecuencias? Las paga Nicolás Maduro; lamentablemente en este país, el máximo líder revolucionario sigue siendo el responsable hasta de la hojita seca que cayó del árbol.
Creo sin temor a equívocos, que esos mismos empleados prestan un mal servicio conscientes de que van a culpar al Presidente, de cualquier forma, con intención o no, tal proceder encaja perfectamente en el golpe de estado que mantienen los conspiradores en contra del Gobierno.
En Venezuela no hay niños de pecho en cargos públicos, por eso aprovecho la oportunidad para hacer un llamado a los jefes, gerentes de instituciones, a esos que son chavistas de corazón, a ser vigilantes de este tipo de irregularidades que le siguen haciendo un grave daño a Maduro. Hay que estar atento a los flancos de batalla. Es nuestro deber. No podemos prestar un servicio público en contra del Presidente, si realmente lo apoyamos. Y menos pretender que vaya él mismo a cada una de las instituciones del Estado, a defenderse de los conspiradores. Sería el colmo. Hay una condición inherente al revolucionario que se llama lealtad. No lo olvidemos.
Debemos comprender que un usuario o una usuaria llega a una oficina pública a exigir o a efectuar un trámite cualquiera, y si se le ponen trabas innecesarias o no se atiende como merece un ciudadano, obviamente se indigna. Y se molesta, repito, contra Maduro y el proyecto que inició El Gigante Chávez. Esas son las consecuencias a evaluar, he allí el peligro de la situación y eso muy pocas veces se enfrenta. Una debilidad de nuestra parte. Debemos admitirlo.
Y si por eso me atacan, atáquenme, ahí está mi correo, las redes sociales, los medios de comunicación, sigan enviando cartas, señales de humo, si quieren, pero nadie me sacará del camino chavista, futuro de una Patria libre y soberana.