Hoy la cantidad de material "inflamable" en el entorno del mundo eclipsa. Están visibles los síntomas de inestabilidad, injerencias, agresiones, agitación, convulsiones y cuatro hojas más de etcétera. A la palestra de esta arena mundial sumida en una atmósfera explosiva salta Donald Trump.
Los políticos del establishment (controladores de la humanidad), tanto en EEUU como en el resto del mundo, han observado su ascenso al poder con consternación. Se le culpa de forma abierta de sumir al mundo en una crisis política y económica aún más intensa. Aunque, en honor a la verdad, Trump no es el arquitecto de la crisis mundial ni tampoco lo es ningún otro individuo. Se trata, al contrario, de la manifestación de una crisis orgánica de un sistema (capitalismo salvaje) que ha llegado a sus límites históricos y se encuentra en un callejón sin salida.
Sin embargo, aunque Trump no haya creado esta crisis, sus acciones, sus agresiones, han intensificado, le han aportado un carácter todavía más frenético e inestable, ha profundizado la crisis del capitalismo salvaje. Ha logrado perturbar el orden mundial y ha roto acuerdos que la burguesía mundial había construido sobre cimientos débiles con el fin de salvaguardar una apariencia de normalidad.
Trump no ve esta hecatombe mundial de esta forma. En sus discursos ha alardeado sobre el éxito de su política internacional: "No vamos a disculparnos por América. Vamos a levantarnos por América. Basta de pedir perdón. Nos volverán a respetar. Sí, América ha regresado".
Al hablar de América, en realidad habla de sí mismo. Como él mismo siempre tiene que ser el número uno (el más grande, el más rico, el más poderoso y el mejor de los mejores), de igual forma debe serlo el país que lidera. En el estadio de Annapolis, que pertenece a la Academia Naval de EEUU, Trump les dedicaba las siguientes palabras a unos cadetes: "La victoria sienta bien, ¿no es verdad? No hay nada como ganar. Siempre tenéis que ganar». Cualquiera y cualquier cosa que se ponga en su camino debe ser aplastada sin piedad, de la misma forma que pasó por encima de sus competidores en el terreno de los negocios, recordemos que es un empresario del mundo inmobiliario en la política.
A través de su obtuso afán por la línea política de "América primero", Trump ha dañado las relaciones de los Estados Unidos con sus aliados tradicionales. En el plano internacional, EEUU se encuentran aislados como no lo habían estado en los últimos 50 años.
Trump muestra de forma abierta la naturaleza agresiva del imperialismo estadounidense. Intimida y acosa a otros países sin tapujos, incluso a aquéllos que han sido tradicionalmente aliados de EEUU. Alardea sobre el poder infinito del imperialismo estadounidense y no lo piensa dos veces antes de humillar a sus mejores aliados. Dice en público lo que otros anteriormente habían susurrado en los rincones oscuros del Despacho Oval, del Departamento de Estado y del Pentágono. Este es su pecado capital, un pecado por el que el establishment de Washington no puede perdonarlo.
Existe más que un tanto de hipocresía en las palabras de los burgueses que critican a Trump. ¿Acaso la línea política que Trump sigue es distinta a la que siguieron en el pasado Truman, Eisenhower, Kennedy, Nixon, Reagan o Bush? De hecho, ¿se distingue tanto de aquélla que siguió Barack Obama? Ahí están las acciones criminales del imperialismo estadounidense en Vietnam, Guatemala, Chile, Nicaragua, Indonesia, Cuba e Irak, como ejemplo. Luego, de forma inmediata, observamos la violencia, la falsedad y la brutalidad que siempre han distinguido a las políticas imperialistas de EEUU. Sus agresiones han sido históricas contra los países de la Tierra.
La diferencia es que la línea política de Trump es mucho más abierta y evidente que la de sus predecesores hipócritas. Estos actuaban de forma muy parecida a la de Gloucester en la obra Enrique VI de Shakespeare:
"Vaya si sé sonreír, y asesinar mientras sonrío;
y lanzar ¡bravos! a lo que aflige mi corazón;
y humedecer mis mejillas con lágrimas artificiales,
y componer mi rostro según lo exija cada ocasión".
Un análisis psicológico de Trump no es difícil para llegar a la conclusión de que su afán obsesivo por el poder se trata de un síntoma de una psique poco estable. Las similitudes entre el político Trump y el especulador inmobiliario Trump han sido el eje de una especulación general. La filosofía de "la ley del más fuerte" que pone en práctica el político Trump es una consecuencia directa de las leyes capitalistas de la economía de mercado. Trump, con su personalidad, su psicología y sus instintos refleja de forma perfecta la naturaleza real de la clase a la que representa subsumida en el capitalismo salvaje.
La economía de mercado es una jungla en la que bestias voraces se dan a la caza entre ellas. Es una cuestión de supervivencia del más apto. No hay lugar para la moral o el sentimentalismo. Se trata de una cuestión de matar o morir. El mostrar clemencia hacia tus competidores en un símbolo de debilidad. Y los débiles en la jungla suelen acabar muertos. Esto es el capitalismo salvaje en su barbarie.
Si se trata de locura, es una locura que emana directamente de un sistema socioeconómico demente. La máscara sonriente de la democracia representativa ha caído para desvelar la verdadera, horrenda cara del capitalismo estadounidense y su vástago primogénito: el imperialismo. Esta es la escuela de la vida en la que Trump se crió desde el principio y la que ha amoldado su actitud hacia la vida, la política y el mundo en general. Esta sed insaciable por el éxito que le hizo avanzar en el campo de los negocios lo ha arrastrado a una ambición política que consume todo y que al parecer disfruta..
Los principios básicos del mercado tienen profundas raíces en su subconsciente, moldean cada uno de sus pensamientos y acciones. Basto, excluyente, xenófobo, ignorante, cerrado de mente, codicioso, egoísta y completamente impasible hacia las consecuencias de sus acciones en las vidas de otros: estamos ante la personificación absoluta del espíritu del capitalismo salvaje. Trump es la recapitulación del sistema, su amoralidad inherente, su brutalidad y su violencia. Es su más pura y absoluta expresión.
Un hombre sin principios ni una ideología en concreto, como Trump y como era de esperarse, tiene un sentido limitado de la historia y en consecuencia una limitada comprensión de la geopolítica. Su planteamiento hacia el mundo está basado de forma exclusiva en el control presidencial. Este monomaníaco extremo no tiene confianza alguna en la línea de política exterior establecida por el Departamento de Estado, en el Consejo de Seguridad Nacional ni en la comunidad de inteligencia. Esto es algo que tiene en común con Richard Nixon, una clase de individuo a la que se asemeja. Lo ha ignorado porque le trataban como si no fuera nadie antes de que fuera elegido, y porque lo han perseguido y sometido a una caza de brujas desde entonces.
Esto es algo que su ego desproporcionado nunca podría permitir. Y es así como ignorando a los "expertos", cree que puede controlar el mundo desde lo alto de la Torre Trump. En un discurso dirigido a su público idólatra, el presidente desahogó sus sentimientos de frustración hacía este rechazo injusto e injustificado. En un mitin en Minnesota presumió sobre su riqueza e inteligencia, preguntándose por qué no se le consideraba una "élite" a pesar de su cartera de propiedades:
"Siempre se dirigen al lado contrario como la élite. ¿Pero por qué van a ser la élite? Tengo un apartamento mucho mejor que el que tienen ellos", dijo el presidente de EEUU. "Soy más inteligente que ellos. Más rico que ellos. He llegado a ser presidente y ellos no. Y soy el representante de la nación más grande, más inteligente, más leal (sic) que existe en la Tierra".
Esta es la voz de un parvenu (de alguien que ascendió en la política) al que se le niega la entrada a un club exclusivo al que quiere acceder. Su odio hacia el "establishment de Washington" está motivado sobre todo por sentimientos de envidia y resentimiento. Representa de forma exacta los mismos intereses de clase, solo que, según su opinión, los representa de una forma mucho más efectiva que los liberales decadentes y débiles del Partido Demócrata o los miembros del establishment en el Partido Republicano. Y con todo, su ingenio único no recibe el reconocimiento que se merece. Habiendo sido elegido presidente del país más poderoso de la tierra, no es capaz de comprender la razón por la que todavía no se le deja entrar al club.
Pues bien, con tales antecedentes la política exterior de Trump supone un elemento novedoso y desestabilizador para la crisis general del capitalismo global. Los estrategas veteranos del capital observan este espectáculo desconcertante cada vez más alarmados. The Economist publicó un artículo con el insólito título de: "Presentes para la destrucción: Donald Trump menoscaba el orden internacional basado en reglas", y comienza con las estridentes palabras: "Puede que Estados Unidos tengan ganancias a corto plazo, pero a largo plazo el mundo sufrirá sus daños".
Robert Kagan, un analista conservador de Washington, escribió: "Los años 30 no volverán a ocurrir de la misma forma que lo hicieron: todavía no hemos llegado a ese punto. Pero la gente se olvida que el orden establecido después de la Segunda Guerra Mundial fue una aberración. Dependía de los Estados Unidos para mantenerse vigente. Con Trump, estamos volviendo a un mundo de competición multipolar. Es un mundo distinto y más peligroso que en el que crecimos".
Mientras que The New Yorker publicó: "Trump hace implosionar al orden mundial". Hablaba de la "diplomacia [de Trump] del todo nada que de forma intrínseca aumenta el peligro de que se desate un conflicto". Y terminaba con esta perla: "… el gobierno de Trump, los Estados Unidos han sido testigos de un quebrantamiento chocante de los conceptos establecidos a largo plazo: el orden mundial liderado por los EEUU., las alianzas clave, los acuerdos comerciales, los principios de no-proliferación, los patrones de la globalización, las instituciones internacionales, y, sobre todo, el de la influencia de los EEUU". O sea, el caos generado e insoluble, además de total, también es permanente, si es que no nos empeñamos en transformar este mundo agónico.
Un año después de que Trump llegara al Despacho Oval, una encuesta de Gallup en 134 países constató que la aprobación del liderazgo estadounidense había caído en picado, de un 48% a un 30%. "Esta bajada histórica pone la aprobación del liderazgo estadounidense al nivel de la aprobación de China. Es algo nunca visto", concluía Gallup.
La selenidad del capitalismo salvaje está dando muestra de que sus propias contradicciones han sido incapaces para gestionar un mundo muy mal gestionado en el que la especie humana si no reacciona vamos encontrar que ni siquiera habrá un "plan b" para garantizar la subsistencia humana o la de toda forma de vida, en el corto plazo. En esto no hay adjetivaciones ni subjetividades, es la realidad, al margen de cualquier dogma artificioso. Es la historia en tiempo real.