En estos días, Joe Biden ha comenzado a hacer públicos sus planes de política internacional. Se nota que esa política intenta recuperar en lo posible el dominio imperial de Estados Unidos sobre el planeta, debilitado seriamente en los cuatro años del desastroso gobierno de Trump, producto de sus errores, arrogancia, despliegue de insultos, bombardeo diario de amenazas, bloqueos económicos y sanciones criminales contra medio mundo.
Ya he dicho que se trata en lo esencial de regresar a la hipócrita política de Obama, pero como después del desastre de Trump todo se ha vuelto más difícil, dada la profunda crisis en que se encuentra hundido su país, Biden debe combinar, como gusta su partido, y más aún en este caso, lenguaje diplomático con amenazas veladas, todo ello acompañado de esbozos de agresión militar, para mostrar que, aunque dispuesto otra vez a conversar, al menos con los grandes y poderosos, Estados Unidos sigue siendo el amo del mundo, el país indispensable, y que por ello no acepta ambigüedades ni dudas al respecto.
Así, para el que no se someta a su hegemonía, más temprano que tarde habrá amenazas, sanciones y violencia. Y los aviones, misiles, drones, acorazados y marines, o mercenarios, que es lo que se prefiere ahora, estarán como siempre listos para actuar (empantanándose en otra criminal guerra sin salida). Dicho en forma gráfica, se trata de sonreír, de no insultar; de copiar lo que en otro plano se hace con la vaselina, cuya conocida propiedad es que puede engrasarlo todo con suavidad facilitando las penetraciones. Se busca no pasar de moderadas amenazas verbales que puedan ser absorbidas sin queja por sus receptores como parte del mensaje imperial, apoyado a cierta distancia en los usuales despliegues de armas y tropas, mantenidos en la retaguardia, pero siempre al alcance de la vista.
Lo principal para Biden es redefinir la política de Estados Unidos frente a sus dos principales rivales: Rusia y China. Pero en esto el maquillaje no funciona porque él se mantiene en la torpe trampa de querer enfrentar a ambos juntos. Trump fue al menos coherente en esto: trató de suavizar la relación con Rusia, envenenada por los demócratas, para centrarse en su feroz guerra de sanciones contra China. Pero Biden también fracasa porque les habla además a los dos países de mejorar relaciones siempre que se sometan a su discurso falso y agotado en el que Estados Unidos sigue pretendiendo ser no sólo dueño del mundo sino paradigma de democracia y de defensa de esos derechos humanos que es el primero en pisotear. Parece no entender que se enfrenta a dos países grandes y poderosos que no aceptan más amenazas ni atropellos de ese decadente Imperio.
A Rusia vuelve a reclamarle sin base interferir en las elecciones estadounidenses y además violar derechos humanos. Rusia le ha respondido poniendo las cosas en su sitio. A China le reclama abusos económicos, robo de propiedad intelectual y violación de derechos humanos. Y China le responde diciéndole que se ocupe de sus problemas y se cuide de seguir interviniendo en el Tibet, Xinjiang y Hong Kong, que son parte de China, como también lo es Taiwan, y que ha decidido impedir la presencia amenazante de sus naves de guerra en el Mar del Sur de China.
Es que el Imperio no cambia ni puede cambiar. Su lenta pero imparable decadencia lo vuelve más agresivo. Y hace una semana el general Charles Richards, jefe del Stratcom, el Comando estratégico de Estados Unidos, publicó un artículo diciendo que su país debe prepararse pronto para una guerra nuclear contra Rusia y China. Y el Pentágono afirma que comparte esa idea. No tengo forma de evaluar su validez. Pero es algo a tomar en cuenta. Y es que todo este tema merece un análisis que exige más espacio. De modo que lo haré en un próximo artículo.
Donde sí podría marchar el maquillaje es en Europa. Ésta ha mostrado que descartó hace tiempo la idea de ser una alternativa geopolítica. Gobernada por derechas dóciles al Imperio, acusan de todo a Rusia y aceptan la hegemonía estadounidense. A cambio de su servilismo, sus gobiernos solo piden que no se los humille, al menos en público, como hizo en forma brutal Trump. Y eso coincide con lo que Biden quiere hacer. Empero, hay problemas, y en el fondo un sordo descontento. Igual que Trump, Biden quiere forzar a Europa a descartar el gas ruso que tanto le conviene, para comprar el más costoso gas estadounidense, dejando sin concluir el gasoducto Nord-Stream 2, algo que Alemania rechaza. La vaselina tiene límites. El Imperio va a presionar; y no olvidemos que más de la mitad de sus bases militares se hallan en Europa, empezando por Alemania.
En el caso de Israel y Palestina apenas es posible el maquillaje. Biden no puede hacerlo ni le interesa. Su gobierno es tan sionista y defensor de Israel y de sus crímenes como lo fue el de Trump. Es que el poder estadounidense depende de Israel. Casi todos los altos funcionarios de Biden son sionistas; y su dependencia empresarial del sionismo es plena, destacando la que mantiene con Black Rock y sin olvidar que Biden mismo es católico sionista y el marido de la vicepresidenta un sionista conocido. La sola diferencia con Trump es que Biden ofrece limosnas a los palestinos y les hace envaselinadas promesas tan mezquinas como engañosas. De modo que lo acordado entre Trump y Netanyahu no se toca.
Dice Biden querer volver al Tratado antinuclear de 2015 que Irán firmó con Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania, y que, pese a la oposición de Europa, Trump denunció sin base alguna para servir al interés de Israel y sancionar a Irán. No será fácil volver, pues Irán, tras esperar dos años y ver a Europa aceptar la voluntad imperial de Trump, reanudó el enriquecimiento de uranio. Biden ha nombrado un representante suyo defensor del acuerdo, pero su soberbia y sujeción a Israel lo llevan a exigirle a Irán detener su enriquecimiento a cambio de nada, lo que éste con razón no acepta por haber sido el único país que respetó el Tratado mientras Trump lo sancionaba sin razón y los cobardes europeos se rendían a la voluntad del amo. Aquí no cabe maquillaje, pues Biden quiere imponer su voluntad imperial a Irán y no osa disgustar a Israel. Irán no cede, él tampoco. Todo se paraliza, y el Imperio aprovecha para cruzar los cielos del Medio Oriente con sus bombarderos y mostrar un acorazado suyo en el Estrecho de Ormuz. La amenaza imperial está presente y, de darse el acuerdo, parece que no será de inmediato.
Con Cuba, tampoco Biden lo tiene fácil. Obama embolató a los cubanos con su visita y sus promesas, pero Trump se encargó de agredir y bloquear a Cuba llegando hasta a volver a declararla terrorista. No es fácil volver atrás, y Biden necesitará mucha vaselina para lograr algo. Y de paso, imitando en esto también a Obama, haciéndolo para intentar separar a Cuba de Venezuela.
En el caso de Venezuela sería difícil hablar todavía de maquillaje. Hasta ahora solo hay ambigüedad y contradicciones entre el lenguaje y la conducta del gobierno estadounidense. Se menciona sin mucha precisión la posibilidad de que el gobierno Biden, mientras sigue reconociendo como presidente al títere de Trump que es también títere suyo, quizá negocie con el gobierno venezolano aligerando con vaselina algunas sanciones. Sin embargo, hasta ahora lo real es que el Secretario de Estado Blinken reitera su amenaza de endurecerlas mientras Biden guarda silencio. Y en medio de todo, especulaciones en la prensa imperial sugieren que quiere restar protagonismo mediático al tema de esas criminales sanciones contra nuestro país antes de intentar suavizarlas, no se sabe a qué precio.
En fin, parecería que lo que el Monstruo tiene para Venezuela es vaselina rancia.
Tomado del diario Últimas Noticias.