Luego de tres meses, Biden empieza a definir políticas para América Latina. Lo tenía pendiente. Total, el patio trasero es lo último que se barre. Hasta ahora se ha ocupado de tres temas capitales: Europa, Rusia y China. A Europa le calmó las tímidas inquietudes de sus dóciles gobiernos causadas por los excesos agresivos de Trump. Pero para mostrarle con claridad que Estados Unidos, con él al frente, está de vuelta dispuesto a reimponer su liderazgo, la tiene invadida militarmente con el operativo Defense Europe, cuyo principal despliegue armado con misiles tendrá lugar el mes que viene. En fin, Europa es cosa fácil. En cambio, su política de bordear la guerra nuclear amenazando a Rusia y China no ha tenido el menor éxito. Ambas lo pusieron en su sitio y al parecer, aunque sigue amenazando, esa política hasta ahora lo que busca es aplicar su modelo usual de hacer pasar derrotas por victorias, como hace para tapar su vergonzoso desastre en Afganistán. O, como hace negociando desde posiciones de fuerza para buscar acuerdos exitosos, algo improbable en este caso, porque una cosa es Europa y otra muy distinta Rusia y China.
¿Y qué propone Biden para América Latina? Por supuesto, salvo detalles, cambios formales y limosnas, nada nuevo. Puro maquillaje. Ninguna sorpresa. ¿O es que todavía hay alguien que crea que ese imperio criminal pueda proponer cambios de fondo realmente favorables a nuestros países, cambios distintos a disfrazar su usual dominio sobre ellos? Veamos esos cambios. Señalo de entrada algo central pues por lo pronto no es una política para América Latina sino sólo para la parte que más le interesa a Estados Unidos: la tocante a México, Guatemala, El Salvador y Honduras. Por lo pronto en los restantes países, es decir, en casi toda nuestra América, sigue vigente de hecho lo establecido por Trump o por gobiernos gringos anteriores. Estados Unidos respalda en todo a Colombia y nada dice sobre los asesinatos masivos que el gobierno de Duque ha cometido hace poco. Sigue acusando a Cuba de terrorista por decisión de Trump y a Venezuela de dictadura ante la cual, también siguiendo a Trump, continúa calificando al servil títere Guaidó de “presidente encargado” del país, acosado y bloqueado éste por su gobierno.
¿Cuál es la fuente de ese repentino interés? La imparable migración masiva de pobres de esos países a Estados Unidos. Para impedirla, éste creó el muro. La idea es vieja: el muro lo inició Clinton. El problema llegó a su clímax con Trump. Este cometió graves delitos contra los migrantes. La frontera con México estalló y el insoluble problema se hizo bilateral. Trump decidió terminar el muro, pero prometió forzar a México, acusado de culpable, a pagar su enorme costo. La crisis se profundizó. Trump no logró que se terminara el muro ni que México lo pagase. Se lo paralizó. Pero su fracaso fue más aparente que real porque logró un triunfo a medias. Y es a partir de lo logrado por Trump con México que se basa la primera parte del plan de Biden, pues Trump forzó al gobierno mexicano a desplazar en gran parte el explosivo problema migratorio de su frontera norte con Estados Unidos a su frontera sur con Guatemala y El Salvador. Y puede decirse, en cierta medida, y al menos para eso, que Trump trató a México casi como parte de Estados Unidos, pues su frontera tensa con él terminó siendo solo la del sur.
Y es que a México le interesaba ese desplazamiento porque la invasión de migrantes lo afectaba más que a Estados Unidos. Y para desplazar al sur el incontrolable problema migratorio, México pagó lo que acabó por hacer el papel de muro. Creó y pagó una Guardia Nacional militarizada acompañada de controles y represión permanente en esa frontera sur para impedir el paso de migrantes de Guatemala y El Salvador, que debían así pararlos en su lado, y sobre todo a los hondureños, que eran y son la mayoría.
Pero la presión de los migrantes sobre esa frontera sur es terrible y a pesar de los controles muchos pasan a México y siguen hacia el Norte. Y a México se le complican las cosas, las cifras han crecido y siguen creciendo, son enormes y no hay represión ni pandemia que la paren. Además, esa frontera ha empeorado la crisis de los estados mexicanos vecinos que son los más pobres del país: Campeche, Tabasco y Chiapas, cuya miseria y cuyos problemas sociales se vuelven incontrolables.
Biden parte de ese escenario para intentar mejorarlo. Lo ha hecho con la situación de la frontera de su país con el norte de México y declara estar dispuesto a legalizar la situación de 11 millones de migrantes ilegales que están viviendo ya en Estados Unidos, pero afirma que no aceptará más. Toca otra vez a México atacar el problema de la migración y resolverlo con sus países vecinos. Y para eso Biden está de acuerdo en que su gobierno ayude tanto a México como a los tres países implicados en el imparable flujo migratorio.
Y esta es la segunda parte del plan de Biden, de la que encargó a la vicepresidenta Kamala Harris, cuyo discurso reitera viejos lugares comunes sobre amistad, ayuda y colaboración de Estados Unidos con América Latina, pura basura inútil ya gastada. Pero hay frases a retener, como que su destino y los nuestros están entrelazados, y que Estados Unidos va a reforzar su liderazgo porque éste es su hemisferio. Porque mientras un grande estrangula a un pequeño también ambos están entrelazados. Y cuando Estados Unidos nos espeta que debe liderar este su hemisferio ¿en qué otra cosa podemos pensar que no sea en Destino Manifiesto y Doctrina Monroe y en que nuestros países, los primeros en caer bajo su dominio serían los últimos en librarse de él? Y eso si se da el caso.
El objetivo directo y concreto de Biden y Harris es parar la migración: hacer que los migrantes se queden en sus países. Ambos entienden que son pobres, que en sus países mueren de hambre, mengua y violencia y que por eso emigran al norte. Entienden también que hay que enfrentar las causas y así lo proclaman. Pero ahí se pierden al no asumir su responsabilidad y ser incapaces de enfrentar esas causas.
Estados Unidos tiene casi un siglo saqueando y arruinando esos países y es responsable central de su crisis y su pobreza. De eso ni una palabra. Habría que preguntarle a la vicepresidenta Harris qué sabe ella de la United Fruit Company, de Jacobo Árbenz, de monseñor Romero, de las intervenciones estadounidenses, del Batallón 316 en Honduras, y de las masacres de indígenas en Guatemala y El Salvador como la de El Mozote. Y si quisiera enfrentar las causas reales de la miseria causante del flujo de migraciones en esos países, tendría que promover y apoyar en ellos reformas agrarias y gobiernos populares y patriotas, lo que sería pedirle al imperio que no siguiera siendo imperialista y se hiciera revolucionario.
Así Biden y Harris reducen la causa de esa pobreza a la corrupción de los gobiernos (sin admitir que esta es en gran parte obra de Estados Unidos). Y para enfrentarla y mejorar la vida de los migrantes potenciales ofrecen dinero. ¿Cuánto? Una miseria: 310 millones de dólares. Y como no puede darse ese dinero a gobiernos corruptos ni a los pobres, propone que lo manejen y distribuyan organizaciones filantrópicas gringas como las Fundaciones Ford y Rockefeller, las de Soros y otras. Y por supuesto las infaltables y falsas ONGs que el poder imperial maneja.
Esto es lo que hay. No intento profetizar nada, pero no parece que de ese plan superficial y mezquino pueda salir mucho ni que el imperio deje de ser lo que es. De modo que no es descartable que, si fracasa, como es probable, se vuelva a tiempos de represión, cárceles, fronteras y matanzas y a acusar a los explotados de ser responsables de la violencia, como hacen siempre las derechas.
Tomado del diario Últimas Noticias.