Hace dos días, Estados Unidos, ese país "único, excepcional e indispensable", ese nuevo pueblo elegido por la Providencia Divina para servirnos a los otros pueblos de modelo inalcanzable en cuanto a igualdad, libertad y democracia, celebró un año más de su Declaración de Independencia. Es un acto que, aunque viejo, repetitivo y agotado, resulta importante porque el texto que proclama esa Declaración, que asombró a la aristocrática Europa en 1776, sigue siendo modelo válido para gobiernos y países que por inercia, cobardía, complicidad o servilismo, siguen aceptando hoy en forma dócil que Estados Unidos, imperio criminal decadente pero aún poderoso, no deja de ser "un eterno faro de igualdad, libertad y democracia cuyo destino providencial es dirigir al mundo entero", tal como lo proclama a diario su actual, agresivo y achacoso presidente, buen retrato por cierto de lo que es hoy ese imperio.
En textos, artículos y ensayos previos creo haber desmontado con argumentos sólidos ese cúmulo de mitos arraigados y de hábiles mentiras que Estados Unidos produce y hace consumir al mundo; y que su propio pueblo, manipulado e ignorante, se traga, como aquellos viejos cristianos embrutecidos a los que se acusaba de comulgar con ruedas de molino. No es cosa de recrear esos argumentos en el corto espacio de un artículo de prensa. Comentaré solo unos hechos claves ignorados que muchos deberían conocer y no conocen.
De la Declaración de Independencia de Estados Unidos, obra de Thomas Jefferson, uno de sus Padres fundadores, interesa solo el preámbulo, sobre todo esta frase: "que todos los hombres han sido creados iguales y que su Creador (es decir, Dios, VA) los dotó de derechos inalienables como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Jefferson tapa aquí una seria contradicción suya con una manipulación hipócrita. Y en su momento ya ambas estaban claras. Si Dios crea a todos los hombres y les da derecho a vida, libertad y búsqueda de felicidad, Jefferson debe explicar por qué en Estados Unidos unos hombres, los blancos, sobre todo si son ricos, disfrutan de esos derechos, mientras otros, los negros, al ser esclavos, carecen de ellos: de derecho a la vida pues sus amos pueden matarlos, de libertad pues son esclavos, y de buscar la felicidad porque quien carece de derecho a vida y libertad no puede ser feliz.
¿Entonces? ¿Es que los estadounidenses se atreven a cambiar la voluntad de Dios, que hizo a los hombres iguales? Por supuesto que no. Jefferson no osa decirlo. Entonces, ¿es que los negros no son hombres, es que no son humanos? Así es: son solo objetos mercantiles, cosas, que se compran y se venden, se maltratan a gusto y se botan cuando no sirven. Pero Jefferson, rico propietario esclavista como eran los virginianos, tampoco se atreve a decirlo. Deja la duda abierta. Todo queda en maniobra, silencio manipulador, hipocresía. Y hay más. La tal "búsqueda de la felicidad" es solo un pegoste que inventa para evitar decir que el tercer derecho inalienable es el derecho a la propiedad. Como liberal, Jefferson sigue a Locke y sabe que éste define la sociedad civil por la propiedad, pues sin ella no hay sociedad civil. Pero si hablase de propiedad, él y los esclavistas en cuyo nombre escribe, quedarían al descubierto como tales, y no podrían hablar más de libertad. Lo que tenemos como Declaración de Independencia estadounidense no es, pues, una bella proclama libertaria sino un documento hipócrita, manipulador y mentiroso que, pese a toda la habilidad e inteligencia de Jefferson, queda al desnudo si se lo lee con cuidado y atención.
La Declaración de Independencia nos lleva a la Constitución de los Estados Unidos. Esta es de 1787, pero la fecha sobra porque, igual que ellos, esa Constitución es inmodificable, excepcional y única y por eso mismo eterna. En realidad, tiene 234 años y hoy es un mamotreto jurásico en el que un artículo anuncia que "en 1808 (sí, en 1808) se acabará la importación de personas", hipócrita forma de referirse a la importación de esclavos negros; otro artículo, con buscada redacción confusa, dice que en la elección de representantes (es decir, de diputados), que se hace por cifras de población, a los negros, que son esclavos, carecen de derechos y no votan, se los contará como personas, pero valiendo cada uno solo 3/5 de un blanco; y un tercero deja claro que en el país todo esclavo del sur que huya al norte del mismo, donde no hay esclavitud, deberá ser devuelto al sur a seguir siendo esclavo. Esto es, que la esclavitud es en realidad el régimen vigente en todo el país. Eso está escrito en esa Constitución elitesca, racista y esclavista que todavía se promociona como modelo insuperable de democracia y libertad y que de manera insólita la mayoría del mundo actual sigue aceptando servilmente como si lo fuese. Comienza con la frase "Nosotros el pueblo", para proclamar que el pueblo es su autor y protagonista. Cinismo puro. Pero ¿quiénes fueron sus autores? ¿Quiénes sino la élite dirigente y rica? Es decir, los terratenientes esclavistas de Virginia, los abogados de Boston, los empresarios, navieros, comerciantes y agiotistas, todos blancos. ¿Eran ellos el pueblo? Washington era el terrateniente esclavista más rico del país, seguido de Mason, Madison, Jefferson y otros grandes propietarios, varios de los cuales eran también pensadores y hombres cultos, cuidadosos de su poder y conscientes de sus intereses. Uno de esos Padres fundadores, Patrick Henry, se hizo famoso por gritar en 1775: ¡Dadme libertad o dadme muerte! Era virginiano, comerciante y dueño de esclavos. ¿Es que nunca escuchó a uno de sus esclavos gritar lo mismo? ¿Y es que ningún indio masacrado al que se echaba de sus tierras lanzó antes de morir el mismo grito?
¿Y el verdadero pueblo? Mientras la Constitución cínicamente da a entender que son los ricos, Madison, Hamilton y Jay en los famosos Papeles de El Federalista lo describen como "una chusma despreciable a la que hay que mantener lejos del poder". ¿Existe una élite más hipócrita, manipuladora y cínica que la de Estados Unidos?
La inmodificable Constitución tiene remiendos llamadas enmiendas. Al comienzo de las primeras 10 se garantiza el derecho a portar armas. En las que siguen hay de todo: a tres aprobadas en 1865 sobre la libertad de los negros la Corte Suprema las congeló por un siglo. Y la esclavitud fue reemplazada por la segregación racial. En 1913 se pudo elegir a los senadores. En 1920 pudieron votar al fin las mujeres. Antes, en 1919, se aprobó la puritana Ley Seca, enmienda que hubo que enmendar en 1934 restableciendo el libre consumo de alcohol.
Desde sus mismos orígenes esa Constitución fue un claro modelo de hipocresía; y sus enormes fallas y contradicciones, que quizá no se veían o no se querían ver en un principio, han ido quedando claras a medida que con el paso del tiempo su envejecimiento las pone en evidencia. Convocar una Constituyente democrática y aprobar una nueva Constitución parece algo imposible. Lo impide la ilimitada soberbia de ese imperio, combinada con la indiferencia de su población y el temor de su clase gobernante a enterrar la momia jurásica para reemplazarla por una Constitución moderna, democrática y participativa. Y es que para intentar hacerlo. el país y su clase dominante tendrían que reconocer que han vivido por siglos en la mentira y que sus políticas de dominación imperial, de violencia, guerras, invasiones y saqueo de países, han provocado millones de muertos, y que un día tenían que reconocer el alcance de esos feos crímenes, descritos cínicamente como luchas por la democracia y la libertad, y que había que pagar por ellos o al menos pedirle perdón al mundo por haberlos cometido sin pizca de vergüenza.
Tomado del diario Últimas Noticias.