La ocupación territorial de África por las potencias colonialistas europeas alcanza su plenitud en la primera mitad del siglo XX. Pero entender ese masivo y brutal proceso colonizador exige partir de las décadas finales del XIX, en que el proceso estalla y se impone por la fuerza. En efecto, hasta entonces Europa se había limitado a controlar puestos costeros para intercambio mercantil y compra y secuestro de esclavos a lo largo de las costas atlánticas africanas. Cierto que Inglaterra, que quiere apropiarse de Sudáfrica en rivalidad con los boers holandeses de El Cabo, ejerce protectorado reciente sobre Egipto, y que Francia se apropia desde 1830 de Argelia, pero ambos eran África blanca, mundo árabe. De modo que el enorme centro de África era todavía libre de colonialismo europeo (aún si desde el siglo XVI Portugal poseía Angola y Mozambique) y que esas extensas y diversas tierras centroafricanas se repartían entre numerosos reinos y gobiernos negros. Y es esto lo que Europa occidental decide quebrar brutalmente a partir de 1880.
La idea de esa Europa colonialista, formada por Inglaterra, Francia, Bélgica, Alemania e Italia, todas potencias rivales hambrientas de nuevas colonias, es repartirse África como una apetecible torta de cumpleaños. Pero como el pionero del proyecto es el genocida rey de Bélgica, Leopoldo II, que quiere toda la torta para él solo; esto es, toda África central para convertirla en un inmenso reino propio y vivir de su saqueo, los otros rivales deciden frenarlo y, con acuerdo anglo-francés, Alemania convoca una Conferencia en Berlín en 1884 para lograr un acuerdo entre todos, como los que hacen las bandas de atracadores antes de asaltar juntos un banco. Limitan a Leopoldo que, no obstante, se queda con un Congo enorme como propiedad personal. Y en un mapa de África se reparten los extensos territorios africanos. Los principales beneficiarios son Inglaterra y Francia, las potencias más fuertes, que se disputan desde entonces el dominio de casi todo el continente. Alemania, unificada tarde, logra escasas colonias, y peor parada sale Italia, la más débil. Y luego, con el mapa en la mano y la trampa en el corazón, pasan todos a la conquista del continente, utilizando toda su fuerza política y militar para someter a esos reinos africanos al dominio colonial europeo disfrazado de camino seguro hacia el progreso.
Mas la conquista no es fácil, pues los pueblos africanos se rebelan y protestan en defensa de sus culturas y sociedades, despreciadas por los europeos. Y los gobernantes y reyes negros protestan ante Europa y su proyecto colonial. Envían cartas y misiones a varios países. De ellas la más conocida es la misiva que, con una misión diplomática, le envía Lobengula, rey de los matabele, a la reina Victoria para protestar por la agresión del imperialista Cecil Rhodes contra sus tierras. De nada sirve, porque la superioridad recnológica y militar de los europeos es aplastante: lo son sus divisiones militares, sus fusiles de repetición, sus cañones y su uso de las recientes ametralladoras Gatling que matan a los defensores negros como moscas. Aplastada su tropa y tomado su país, Lobengula huye y en la fuga es asesinado. Lo mismo ocurre en otros casos. Países y reinos africanos son sometidos uno tras otro en los años que siguen, y los colonialistas europeos destruyen, reúnen y reorganizan esos territorios en función de su interés, su fuerza real y sus rivalidades. Para fines del siglo XIX toda áfrica ha sido sometida por Europa quedando Inglaterra y Francia como las dueñas de la mayor parte del continente. Hay empero una significativa y única excepción. Y es Etiopía, entonces llamada Abisinia, porque el poderoso reino etíope, dueño de una larga historia cristiana y de un buen ejército, derrota en forma aplastante, en 1896, en la batalla de Adua, a las tropas italianas que han intentado someterlo a su dominio.
(Varios historiadores añaden sin razón a Liberia. Esta es un país creado por Estados Unidos (EU) en el que una minoría de ex esclavos negros urbanos y estadounidenses, formados en el capitalismo y enviados al África, se le imponen como clase dominante rica a la población negra africana rural y pobre del país, convirtiéndola en mano de obra barata y mal pagada. El país, bautizado como Liberia en 1847, es un protectorado de EU. Europa por supuesto no lo toca en su expansión, y ese peculiar país en el que negros ex estadounidenses son los amos ricos, y negros africanos su clase obrera pobre y explotada, en nada se parece a esa heroica Etiopía que en Adua defiende su independencia de una brutal colonización imperial europea.)
En fin, que para 1900 la Europa occidental colonialista es dueña ya de África y en medio de inevitables choques y rivalidades empieza a desarrollar en ella sus planes de dominio político, de imposición cultural y de saqueo. Para 1914 las protestas negras han ido perdiendo fuerza, las clases dominantes africanas se van sometiendo dócilmente a ese dominio, y los europeos llegan hasta a organizar tropas coloniales negras, cuyo mejor ejemplo son las senegalesas que, desde 1914, participan, junto con otras similares, en la Primera guerra mundial defendiendo con armas los intereses colonialistas de sus amos.
Los resultados de esa Guerra imperialista entre poderosas potencias capitalistas europeas que compiten por el dominio del mundo son todos bien conocidos. Carece de sentido por ello repetirlos. Las vencedoras, Gran Bretaña y Francia, despojan de sus colonias y hasta de territorios a la derrotada Alemania, a Austria-Hungría y al Imperio Turco. El firme sistema colonial europeo sobre África no se modifica con su resultado, salvo que Inglaterra y Francia, las vencedoras, aumentan su poder, y que las escasas colonias alemanas cambian de dueño. El torpe y despótico Tratado de Paz que se firma en Versalles en 1919, deja el sistema colonial intacto. Y si acaso vale la pena recordar algo que siempre se olvida o ignora es que Japón exige eliminar de los Tratados el lenguaje racista y que no se siga hablando en ellos de "amarillos". La propuesta recibe apoyo mayoritario, pero Woodrow Wilson, el hipócrita presidente de EU, que domina la reunión, que pasa por pacifista y por demócrata y que en realidad es un racista que desprecia a negros, chinos y japoneses y es abierto simpatizante del Ku Klux Klan, impone su veto, y el lenguaje racista se mantiene.
Entre el fin de la Primera guerra y el inicio de la Segunda el colonialismo europeo en África se muestra consolidado y fuerte: pocas rebeliones, solo protestas y sobre todo creación de organismos de lucha que denuncian el colonialismo europeo y apoyan el derecho de los pueblos africanos a ser libres. Hay un país inquieto: Italia, que no olvida la derrota de Adua que le impidió en 1896 completar su territorio colonial en el nordeste de África y que pese a quedar entre los vencedores de la Primera guerra, no sacó ventaja de ella. El triunfo del fascismo renueva esa esperanza y Mussolini lo confirma desde 1930. Prepara la guerra y sin declararla invade Etiopía con un enorme ejército en octubre de 1935. Los etíopes resisten y recuperan territorios, pero la superioridad militar de Italia es total. Y para aplastar a los etíopes, Mussolini ordena al mariscal Badoglio usar armas químicas y bacteriológicas no solo contra militares sino contra civiles, atacando ambulancias, escuelas y hospitales. Es una guerra criminal, que horroriza a los pueblos africanos y es denunciada con timidez por la Sociedad de Naciones. La Italia fascista triunfa, se apodera de Etiopía, y el emperador etíope huye a Inglaterra. En 1941 acaba la ocupación italiana. El fascismo es derrotado y desde 1945 la lucha africana por su libertad renace. Lo vimos ya en artículo anterior.