W., 54 años, funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos. Asesor para la Oficina de Asuntos Latinoamericanos. Trabajó para la administración federal tanto con republicanos como con demócratas. Graduado en Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard, es uno de los principales diseñadores de las políticas antidrogas del gobierno central.
Traducción directa del inglés por los autores
Pregunta: ¿Por qué el gobierno de Estados Unidos insiste tanto con el problema de las drogas ilegales, o mejor aún, en el combate contra el tráfico de esas drogas?
Respuesta de W.: Porque esa es una verdadera prioridad para nuestros intereses estratégicos, tantos los actuales como los de un futuro a medio plazo. No es cualquier tema: le aseguro que es un tema de alta prioridad. En eso se juega buena parte de nuestro proyecto como nación.
Pregunta: ¿Pero por qué es tan importante?
Respuesta de W.: Pues porque eso nos brinda una posibilidad perfecta para actuar. El tema, en sí mismo, es ya de por sí muy sensible. Casi me atrevería a decir que es más bien “sensiblero”. Lo es ya en forma natural, y por supuesto lo será mucho más si lo sabemos manipular convenientemente. Y por cierto, de esto no me caben dudas: lo hemos sabido manipular. Desde hace ya muchos años, yo diría que como unos treinta, lo hemos instalado, tanto en nuestro país como en todo el mundo, como un problema importante. Es cierto que a nadie le gusta convivir con un drogadicto. Es lo mismo que un alcohólico: son personajes un poco irritantes, molestos. Si a eso se le suma una buena campaña para satanizarlos, se pueden conseguir resultados fabulosos. Con la droga lo hemos logrado, por supuesto que sí. Buena parte de la gente está tocada por este tema, con una mezcla de sentimientos: asustada, espantada, preocupada. A nadie le gustaría tener un hijo drogadicto, ¿verdad? Un drogadicto produce cierto escozor, digámoslo así. Por tanto, todo el mundo se cuida en esto. Hay un sentimiento de temor y al mismo tiempo de rechazo. Bueno, eso nos sirve.
Pregunta: ¿Les sirve? No está claro; ¿en qué sentido sirve? ¿A quién y para qué sirve?
Respuesta de W.: Bueno, hablemos claramente. En el mundo hay mucha gente que consume drogas ilegales. ¡Muchos! En los países ricos: nosotros y Europa, hay millones de gente que consume. Al menos una vez en su vida es probable que casi un tercio de toda la población mundial en alguna ocasión haya probado alguna droga ilegal. La marihuana, ya lo sabemos, es lo más fácil, lo más habitual. Es sencillo conseguirla, no es tan dañina, hasta da cierta categoría. En ciertos ambientes, que no son pocos, es casi una obligación fumarse de tanto en tanto un cigarrito de marihuana. Y el éxtasis ya se ha popularizado bastante también. Las drogas más fuertes, la cocaína y la heroína, eso ya es palabra mayor. Pero, seamos francos: se consumen mucho también. Pero, miren, les voy a decir algo: todo esto lo tenemos bajo control. Sabemos con bastante precisión cuántos drogadictos podemos permitirnos, hasta dónde tensar la cuerda. Un puñadito –porque, en definitiva, eso son– nos es funcional. Si se nos fuera de las manos y todo el mundo se volviera consumidor compulsivo, ahí sí que tendríamos un problema. Pero eso no sucede. Nuestros muchachos saben bien cuánto distribuir. Necesitamos unos cuantos que queden pegados, para asustar con eso. Hoy día cualquiera sabe lo que es un drogadicto y lo que eso significa. Pero necesitamos muchísimo más que se le haya perdido el miedo a las drogas y que todos quieran permitirse algún consumo por ahí. Es como tomarse un trago: no todo el mundo es alcohólico crónico, pero sí todo el mundo se echa su cerveza o su whisky. A los fabricantes de alcohol eso les viene muy bien. Bueno, con la droga pasa otro tanto: da dinero, mi amigo. ¡Da mucho dinero! Pero además –eso es lo que más me interesa a mí como funcionario público, visto que no soy un magnate banquero– lo más importante es que permite desarrollar nuestros planes de control social global.
Pregunta: ¿En qué sentido es un plan de control social?
Respuesta de W.: Me explico. Las poblaciones, lo sabemos, deben estar vigiladas, controladas. Se necesita ejercer un poder continuo, porque la gente no se puede autogobernar. Todas esas ideas de poder popular, de autogobierno, etc., etc., ya sabemos que son puras quimeras. La experiencia ha demostrado fehacientemente que los regímenes comunistas que tuvieron lugar el siglo pasado fracasaron todos. La gente no sabe ni puede gobernarse por sí misma. Es ahí donde entramos nosotros. ¿Para qué están los gobiernos si no? Nosotros, el gobierno de los Estados Unidos de América, la primera potencia del mundo, con la economía más fuerte del mundo, el primer poder militar del mundo, tenemos la obligación de velar por el orden planetario. Y para eso es que implementamos distintas medidas. No importa que lo que se diga sea cierto o no: mentiras piadosas, podríamos llamarlas. Es como con los niños: ellos creen en Santa Klaus. Sería cruel quitarles esa ilusión. Si ellos creen en esa historia, si eso les sirve para crecer, para estar felices, ¿por qué habríamos de quitárselo? Quiero decir: los que mandan, los padres en este caso, siempre necesitan una cuota de…. ¿cómo decirlo?, de mentira piadosa para llevar a los hijos por el buen camino. Lo mismo sucede, salvando las distancias, con los grandes poderes: hay que saber ingeniárselas para controlar positivamente a las grandes masas. Los emperadores de la antigüedad lo hacían con el látigo. Hoy somos más civilizados, y para eso tenemos todo un arsenal de recursos técnicos infinitamente más sofisticados. Entre esas cosas, hoy tenemos los medios de comunicación. Y gracias a ellos, entonces, podemos desarrollar esto del narcotráfico. Con eso controlamos. Con-tro-la-mos. ¿Está claro? Las poblaciones deben ser controladas, llevadas de la mano. Hay que decirles por dónde ir. Pero el arte consiste en hacerlo sin que la misma población lo sepa, sin que se dé cuenta que está siendo conducida. Un francés, Paul Valery, dijo algo muy inteligente: “la política es el arte de evitar que la gente tome parte en los asuntos que le conciernen”. Es como con los niñitos. Se creen lo de Santa Klaus, y hasta quedan contentos con eso. Y cuando lo descubren ya de más grandes, no se enojan por haber sido engañados; porque en realidad, no fueron engañados. Al contrario, reconocen que eran una necesidad, hasta agradecen. La gente, entonces, necesita ser guiada.
Pregunta: Usted habló de “control social”, que no es lo mismo que “guiar”. ¿Podría explicarnos un poco más detalladamente esto? ¿Por qué hay que “controlar” a la gente?
Respuesta de W.: Porque la gente sola está demostrado que no sabe comportarse. En cualquier país sucede lo mismo: si un día, por el motivo que sea, no hay policía, comienzan los desmanes, los saqueos. Si un día se descomponen los semáforos, las ciudades se vuelven un caos. Alguien tiene que guiar, ordenar, conducir. Eso es el control social. Para eso trabajo yo y mi agencia. Desde hace años yo vengo haciendo ese trabajo: me encargo de evitar estallidos sociales, de mantener a la gente bajo control. Y esto de las drogas nos viene como anillo al dedo. Como le decía hace un instante, hay empresarios que hacen muchísimo dinero con esto. Como se dijo alguna vez: “si es bueno para la Ford, es bueno para Estados Unidos”, de la misma manera se podría decir: “si es bueno para los bancos que mueven todo ese dinero, es bueno para Estados Unidos”. Gracias al negocio les puedo asegurar que se mueven muchos, pero muchísimos dólares. Y eso es bueno para el país. Pero además, gracias al miedo que infunde todo el mundo de las drogas, al ser un tema tan sensible este, es fácil crear todo un monstruo con el que controlar. La gente con miedo, lo sabemos, es más fácilmente controlable, manipulable. Con las drogas, si bien mucha gente las usa, también mandamos el mensaje de: “¡cuidado, te pueden agarrar!” Eso, dentro del país, nos es útil. Pero infinitamente más útil nos es de fronteras afuera. Gracias al monstruo del narcotráfico –un monstruo similar al terrorismo, al fundamentalismo musulmán– podemos intervenir en cualquier parte del planeta donde nuestros intereses vitales así lo indiquen. ¿Ustedes se han dado cuenta cabalmente de lo que significa, por ejemplo, descertificar a un país que no colabora con la lucha contra el narcotráfico Eso nos da pie para hacer lo que queramos. En nombre de esa lucha podemos tomar cualquier iniciativa, desde legal hasta militar. ¡Eso es grandioso! Donde sea, podemos intervenir. Donde sea y cuando sea, con la excusa del combate a los narcos, podemos actuar. Antes se necesitaba consensuar las acciones en Naciones Unidas; eso era pesado, engorroso. Además, podía haber países contrarios a nuestros intereses que nos obstaculizaban los proyectos. Pero ahora no. Reconocido como está por todos los sectores el flagelo de las drogas y de los que las trafican, ¿quién se opondría a que interviniéramos para salvar a nuestra juventud, o incluso, a la juventud del mundo Lo nuestro es una tarea humanitaria. Salvamos al mundo de la caída en un infierno. Bueno, eso es la lucha contra el tráfico de narcóticos: la llave que nos posibilita golpear donde necesitemos hacerlo. Así de simple. Y permítanme decirles que tenemos con qué golpear. Déjenme leerles el documento del Comando Espacial de la Fuerza Aérea “Plan Maestro Estratégico para el año 2004 y más allá”, publicado el 5 de noviembre de 2002. Literalmente puede leerse ahí: “Una capacidad de ataque viable, pronta y global, ya sea nuclear o no nuclear, permitirá a Estados Unidos golpear rápidamente contra objetivos de alta retribución, difíciles de vencer, desde distancias seguras dando a los comandantes en guerra la habilidad veloz para negar, retrasar, engañar, trastornar, destruir, explotar o neutralizar objetivos en horas o minutos, en vez de semanas o días, incluso cuando las fuerzas propias o sus aliados tengan una escasa presencia avanzada”. Cada vez que veo cosas así, me emociono. ¡Ese es mi gobierno! ¡Esa es la fuerza que tenemos! Y si los narcotraficantes son nuestro enemigo, pues ahí estarán nuestros muchachos…
Pregunta: Pero el consumo de drogas, ¿es realmente un peligro, o no? Usted decía que lo tenían bajo control. ¿Por qué dice ahora que los narcotraficantes constituyen un peligro, son el enemigo?
Respuesta de W.: Tienen razón, creo que no fui lo suficientemente claro. Me explico mejor: hemos montado, fundamentalmente a través de los medios masivos de comunicación, y Hollywood nos fue fantástico para esto, un cierto temor a las drogas. Pero con eso, al mismo tiempo, las hemos colocado como una realidad de estos tiempos. Nos guste o no, todos tenemos que vérnosla con las drogas. Así logramos que sea un producto más a consumir. Es decir, primer objetivo cumplido: una mercadería más que da dólares, como cualquier producto que se mercadea y se impone, sean televisores, carros, zapatos o leche malteada. Pero con eso se anuda el segundo objetivo, que es lo que hemos logrado imponer pacientemente gracias a un acabado trabajo de goteo. Es decir: hacer ver las drogas como el producto de unas mafias tenebrosas que nos meten un virus venenoso. ¿No sé si me logro hacer entender? Las drogas son una porquería, pero si se consumen: tanto mejor. Bienvenido el consumo. Con las drogas nunca va a haber estallidos sociales, que es de lo que yo me tengo que ocupar. Ojalá no sean nuestros hijos las que las consumen, claro. Pero alguno las va a comprar. Lo importante, al menos en lo que a mi trabajo concierne, es conectar el campo de las drogas con el delito, con el crimen. Se trata de hacer ver que tras las drogas ilegales –que seguirán siendo ilegales, por supuesto, porque si no, se nos termina el negocio– las drogas ilegales, entonces, deben presentarse como la consecuencia de unos delincuentes peligrosísimos que se constituyen en un peligro social y contra el que nosotros, como gobiernos, como padres de familia, como buenos ciudadanos, estamos obligados a actuar. ¿Quién podría oponerse a eso? La coartada es perfecta: si mi hijo se vuelve drogadicto, la culpa la tienen estos mafiosos del demonio de Colombia, o de México, o de Afganistán, que nos mandan estos venenos. Conclusión: hay que actuar contra esos delincuentes internacionales. Y actuar con fuerza, con mucha fuerza. Hay que montar una gran campaña para mostrar que esos criminales andan sueltos y representan un monumental peligro para la civilización, así como antes lo fueron los rusos, o los chinos de Mao. ¿Me entiende? La gente se termina creyendo cualquier cosa, y si se trata de temas sensibles como la seguridad de los hijos, está dispuesta a aceptar lo que sea. Pablo Escobar dijo alguna vez: “no soy de Medellín, Medellín es mío”. Quizá él mismo se lo creyó, y hasta llegó a ser cierto en parte. Estos mafiosos tienen, sin dudas, una considerable cuota de poder. Pero nosotros, el verdadero poder del planeta, necesitamos unos cuantos Pablo Escobar por allí, unos cuantos Arnoldo Noriega, para montar nuestros planes. Seguro que estos tipos son unos hijos de puta. Pero, como dijo Roosevelt refiriéndose a Somoza en Nicaragua, “son ‘nuestros’ hijos de puta”. Podemos militarizar el mundo completo para apresar a esos monstruosos delincuentes. ¿Para qué invadimos Panamá en 1989o Para extraditar a este peligro andante, este hijo de puta de Noriega. ¿Me entienden? ¿Qué nos posibilita un hijo de puta como Escobar en Colombia? Muy fácil: el Plan Colombia. Es decir: hemos logrado hacer creer que estos malandrines, tal como ustedes me lo preguntan, son el enemigo. ¡Entiéndanlo, muchachos! Ese es el montaje. El peligro sigue estando en la gente, en las masas, en esos niñitos que son los pueblos y que no pueden andar si no es con el apoyo nuestro, de los predestinados. Mi trabajo consiste en eso: en tener tranquilitos, maniatados, bien ordenaditos a los millones de personas que andan por ahí. ¿Quieren que se los diga de otra manera? Mi trabajo y el de mi equipo, desde esta oficina gubernamental que dirijo, consiste en mantener bien controlada a la gente. Por eso usamos el argumento del narcotráfico.
Pregunta: ¿No le parece un poco cínico todo esto? ¿No es, en efecto, una monstruosidad inventar todo esto para controlar a la gente?
Respuesta de W.: Miren, si venimos con esos pruritos de moralidad, no entendemos nada. ¿Para qué creen que están los gobiernos? ¿Para gobernar para el bien de todos? ¡No seamos ingenuos, muchachos! Me permito citar palabras de ese comunista que fue Lenin, el cabecilla de la revolución bolchevique. ¡No vayan a creer que soy comunista!, por favor. Pero creo que vale la pena citarlo, porque realmente da en el clavo. El decía, en un libro de 1917, escrito un tiempito antes de la revolución comunista, un libro que se llama “El Estado y la revolución” que “el Estado es el producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase”. Brillante concepto. El Estado, la maquinaria estatal está para defender a una clase. Que luego se haga creer que es para todos, que vela por el bien público, etc., etc., ese es nuestro trabajo, los que inventamos estos programas para tener tranquilita a la gente. Los gobiernos –y mucho más que nadie el gobierno de los Estados Unidos de América, el país más poderoso de la historia– los gobiernos están para administrar… y para defender a los poderosos. ¿Para quién creen que trabajo yo: para las compañías multinacionales o para los sindicatos? ¿Para la Coca-Cola y la General Motors o para Michael Moore, o para los asalariados que no superan los 25.000 dólares anuales, o para todos esos inmigrantes ilegales que nos invaden y a los que tenemos que pagarle seguro social? Seamos serios, no digamos pamplinas: el gobierno tiene la obligación de defender los intereses de los encumbrados. Antes a mí me daba vergüenza decirlo tan abiertamente, pero llegué a la conclusión que no hay que ser cínicos, que no hay que tener un doble discurso. El narcotráfico es un arma de dominación que nos permite a nosotros, la primera potencia del mundo, seguir siendo potencia. Si necesitamos los productos de la Amazonia, o el petróleo de Venezuela, o el gas de Afganistán, ¿por qué no usar el tema de la planta de coca o de amapola como una buena excusa para cercar esa zona y caerles cuando lo consideremos más oportuno? Y si además esas zonas están plagadas de guerrilleros izquierdistas ¿qué mejor justificación que un flagelo de dimensiones colosales, una nueva plaga bíblica, para mandar nuestros muchachos? O, mejor aún, nuestras bombas teledirigidas. Lo de “narcoguerrilla” es un buen invento, funciona. Una vez que lo pusimos a rodar, la gente lo repite. Y unir dos monstruos de esas proporciones nos es útil. Miren, muchachos: no nos hagamos los tiernos, los ingenuos. A la gente hay que ponerla en vereda, y ese es mi trabajo.
Pregunta: ¿Pero no le remuerde la conciencia hacer esto?
Respuesta de W.: ¿Remorderme la conciencia? Y… ¿por qué? Si para hacer todo esto me pagan. Y les aseguro que no me pagan nada mal. Este es mi trabajo, y más bien me siento orgulloso de él.
Pregunta: ¿Y qué diría si su hijo sale drogadicto?
Respuesta de W.: Ah… sería triste, ¿no? El que se hace consumidor crónico se jodió, es muy difícil salir de eso. Tengo dos hijos adolescentes, un varón y una mujer, y siempre les digo que no consuman, que sean responsables. Creo que lo mejor es hablar mucho con ellos. Soy un buen cristiano.
Esta entrevista es una docu-ficción que representa el pensamiento político de la estrategia global del gobierno estadounidense. Por ser justamente una ficción, no se le realizó concretamente a ninguna persona en especial sino que se armó a partir de elementos reconstruidos, documentos y declaraciones varias. Pero muestra a cabalidad los mecanismos del poder con que se mueve la Casa Blanca. Pese a ser, técnicamente, una ficción, su espíritu es una descarnada realidad de nuestro mundo contemporáneo.
Constituye un capítulo del libro de Marcelo Colussi y Ramón Martínez “Narcotráfico: un arma del imperio”, de próxima aparición en la República Bolivariana de Venezuela.
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