La estupidez entra por casa

Recuerdo que cuando faltaban pocos días para la llegada del año 2000 se fue haciendo cada vez más pública la discusión teológica, histórica, astrológica, apostólica y romana sobre el cambio de milenio y se afianzaron las disputas científicas entre los que pretendían imponer la tesis de que el nuevo conteo debería comenzar el primer minuto del primero de enero del 2000 y los que afirmaban que lo correcto era iniciar el nuevo calendario milenario el primer minuto del primer día, del primer mes… pero del 2001. Mientras los almanacólogos se mataban en esta discusión generando remolinos neurónicos a millones y millones de ciudadanos del mundo, incluyendo a Eduardo Galeano, al genial uruguayo lo que se le ocurrió fue lanzar también su propuesta milenaria: que a partir del nuevo milenio se tipificara en las constituciones, leyes y códigos penales del mundo el delito de la estupidez.

Imagínense por un momento que la propuesta de Galeano se hubiese aprobado. Me imagino que se estarían desarrollando los juicios para determinar los grados de estupidez y las sanciones para cada tipo de estupidez cometida en el reciente conflicto generado por el ataque de fuerzas militares colombianas al territorio ecuatoriano. Es decir, cuantos años de cárcel se darían a los miembros de las FARC por guardar los recibos de pago de trescientos millones de dólares otorgados por Chávez; o cual debería ser la condena por mantener nombres-códigos secretos guardados en el computador portátil; o por mala praxis guerrillera, porque todo guerrillero que se precie de serlo tiene que conocer técnicas mínimas de encriptación. Hasta mi amigo Tony Boza que no es investigador ni guerrillero sabe encriptar; o por no usar esa herramienta tecnológica tan de moda en estos días como el pen drive o flash memory, en los que se puede guardar toda la información de la computadora y cargarla en un bolsillo. Y hasta por el delito de no haber visto nunca la famosa serie “Misión Imposible” en la que se enseñaba al televidente como ser un experto delincuente y de la que todo el mundo recuerda la emblemática frase “esta grabación se autodestruirá en cinco segundos”. Habría que agregar a la lista de imputaciones contra las fuerzas insurgentes de Colombia, otra querella por la estupidez de llevarse una computadora para un campamento ubicado en un lugar donde no hay electricidad. Al asesino de Iván Ríos habría que condenarlo por no haber entendido que la oferta del gobierno colombiano fue pagarle más de dos millones de dólares por la entrega –vivo o muerto- del jefe insurgente, pero no librarlo de la decena de acusaciones que pesan sobre él. Ahh! Pero Uribe y su quipo de gobierno no escaparían al juicio del supremo tribunal de su país. Habría que definir cuantos años de condena le tocarían al ministro colombiano de defensa por reconocer que sus misiles son más inteligentes que él, cuando describe el efecto selectivo de los cohetes que despedazaron a la gente, destruyeron el campamento, dejaron boquetes de casi dos metros de diámetro, pero resguardaron a las computadoras. ¡Ajá! Y ¿cuantos años de cárcel habría que meterle al propio Uribe por intentar enjuiciar a Chávez llevando como prueba ante tribunales internacionales las impresiones en papel bond, letra arial, punto cartorce y sin tabulación, obtenidas de las célebres computadoras? ¡Claro! Después de haberles hecho las respectivas pruebas gafológicas que determinaron que los textos fueron escritos puño y letra por el propio Raúl Reyes. En este caso se hablaría del delito de lesa inteligencia en grado de ridículo.

Pero el delito mayor tiene que ser el de creer que el resto del mundo es estúpido, como piensan los de Globovisión y RCN entre otros estúpidos mediáticos que fueron capaces de invertir su maquinaria empresarial, su tiempo y su personal profesional para avalar el intento de imponer con estúpidos analistas, la estupidez de las estúpidas pruebas presentadas por los estúpidos funcionarios del gobierno de Uribe para condenar a Correa y a Chávez. Y en esa gama de clasificaciones penales habría que determinar la pena para los que dicen tantos disparates, que dan pena. En este caso habría que extraditar a Manuel Rosales para que en Estados Unidos lo condenaran a tres cadenas perpetuas, más doscientos años, seis meses, ocho días, siete horas y una noche con Condollezza Rice. Por su parte Miguel Bosé habría cometido el delito de cantar en un concierto por la paz: “seré tu amante bandido… bandido”. Por su puesto Bush, por promover la discusión de tan estúpidas pruebas en el estúpido parlamento de su estúpido país, queriendo utilizarlas para incluir al gobierno de Venezuela en la estúpida lista de terroristas, tendría que afrontar tres veces la pena capital: primero la cámara de gas letal para sacarle el olor a azufre… después la silla eléctrica para ver si con las descargas se le consigue aunque sea un fósil de neurona que permita el estudio de tan extraño espécimen… y finalmente la horca en la torre petrolera más alta de la Exxon Mobil.

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Darvin Romero Montiel


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