Nació en 1334. (Hijo de Alfonso XI de Castilla y de María de Portugal y Sobrino de Pedro I el Cruel rey de Portugal). María era hija de Alfonso IV el Temible rey de Portugal. La princesa María, como se llamaba la cónyuge de Alfonso XI, era una jovencita desgarbada y de complexión enfermiza cuando casó con el rey de Castilla. (Susanne Chantal). Más tarde habría de revelarse, como veremos luego, con el mismo ardor y violencia que caracterizaron a su padre y a su hermano Don Pedro el Cruel de Portugal. Al parecer, no fue muy del agrado del erótico rey castellano la personita escuálida de su prima y mujer, como lo demuestra el total y absoluto abandono en que la tuvo desde el primer momento de su matrimonio, entregándose por el contrario, al amor de una bellísima Sevillana llamada Leonor de Guzmán. No sospechaba el rey el odio y el rencor que anidaba en el pecho de Doña María, su legítima mujer, Rencor que había de estallar entre fulgores sangrientos al mes escaso de su muerte. Tan pronto el rey hubo expirado en el sitio de Gibraltar, Doña María hizo encarcelar a su rival Leonor de Guzmán y después de someterla a toda clase de humillaciones, ordenó que la estrangulasen. Crimen que fue cometido para espanto de todo el reino. No contenta con esto, repartió todos los bienes de su victima entre los asesinos. (Sainz de la Peña).
Fue proclamado rey a los quince años como Pedro I. Murió asesinado por su hermano Enrique el de las Mercedes a los treinta y cinco años. Así lo describe su contemporáneo el Canciller López de Ayala. “Era alto, blanco, rubio, e ceceaba un poco en la fabla. Era muy cazador de aves. Fue muy sufrido de trabajos. Era muy temprado e bien acostumbrado en el comer e beber. Dormía muy poco e amó muchas mujeres. Fue muy trabajador en guerra. Fue codicioso de allegar tesoros e joyas... E mató a muchos en su regino, por lo cual le vino todo el daño que avedes oído”. No falta quien le crea loco y degenerado –señala el historiador español Ballesteros- “En nuestros días -continua el historiador- examinando su esqueleto y en particular su cráneo, se observan anormalidades. El psiquiatra español Vallejo Nájera lo ubica dentro de los paranoides sanguinarios. Dice este autor: “La personalidad de Don Pedro nos ofrece acusadísimos los rasgos paranoides; es altanero, es justiciero, es rencoroso, es cruel y es lúbrico, al mismo tiempo que magnánimo, inteligente, protector de los humildes y azote de los soberbios”. “A medida que se avanza en su historia, se nota más y más la odiosa conducta de este monstruo... a quien por honor a la humanidad debemos suponer atacado de una especie de vértigo” “con que sea verdad la mitad de las crueldades que los cronistas le atribuyen, pocos reyes antes o después de él han sido tan feroces”. “¿De dónde ha salido pues –se pregunta el historiador Modesto Lafuente- esta idea de rehabilitar a Don Pedro?”. El historiador lo atribuye a los manejos lisonjeros de un historiador en tiempos de Isabel la Católica y al deseo de Felipe II de limpiar un poco la imagen de su antepasado. Felipe II ordenó por real decreto que en lo sucesivo Pedro I de Castilla fuese designado como Pedro el Justiciero y no como lo conocía la tradición desde hacía tres siglos.
Su amor a la justicia es su cualidad más sobresaliente, y más paranoica. Una justicia expeditiva que suprime la leguleyería, que ejecuta y castiga por sospecha sin atender a la condición social del enjuiciado. A su hermano Fadrique, lo hace asesinar a las puertas de su despacho por dos maceros. Con el pueblo es cordial y afectuoso, sale de noche disfrazado y se mezcla con el pueblo. “Cruzando los hierros bajo una máscara, con los alguaciles; denunciando al día siguiente a los oficiales de justicia o a tal o cual gentil-hombre que había sorprendido molestando a la ronda o cortejando a las muchachas. Su crueldad es extraordinaria. A su viejo servidor Garcilaso, lo hizo decapitar y echó su cadáver en una plaza de toros donde los animales terminaron por despedazarlo. La leyenda afirma que luego de asesinar a su hermano Fadrique, le dio su cabeza de alimento a un perro. Lo que es cierto es que luego de consumar el fratricidio, lo tiró por la ventana, para espanto de la muchedumbre. Sainz de la Peña, tan defensor de Don Pedro. No deja de reconocer este monstruoso hecho. En su misma presencia lo hizo asesinar por sus maceros. Cuando bajo al patio, como el infeliz Don Fadrique agonizaba, entregó el rey su puñal a un moro para que le diese el golpe de gracia. El mismo mató a cuchilladas a uno de los acompañantes de su hermano, arrebatándosela a su hija, en quien el infeliz había buscado desesperado protección. Seguidamente, como si nada hubiese sucedido- “pasó a la sala de los azulejos y se sentó a la mesa”
Años más tarde, asesina a sus otros dos hermanos Juan y Pedro, de 19 y 14 años, respectivamente. Su apologista Sainz de la Peña no puede menos que decir que este acto fue el punto más negro de la vida del monarca. A su madre María de Portugal la hace expulsar del reino. A un príncipe moro Abu-Said, que solicitó su protección, luego de atenderlo a cuerpo de rey, lo condujo a prisión, lo torturó y apostrofó. Finalmente, lo montó sobre un burro, lo llevó a la plaza de toros y con su propia mano lo mató con una jabalina. A un fraile que le hace una profecía lo manda a quemar vivo. En cambio a un campesino que le hace el mismo augurio, lo deja salir ileso. En Medina del Campo, inició su era de terror haciendo ejecutar, sin fórmula de juicio, a dos ricos homes. En Toledo llegó a ejecutar a todos los sobrevivientes y en su campaña de 1360, hizo freír vivos en calderos a los vecinos. De esta forma, le responde Enrique II el de las Mercedes, al Príncipe Negro cuando éste lo concita a abandonar sus pretensiones sobre Castilla y su guerra contra su hermano Don Pedro: “...aquel a quien combato ha asesinado a la Reina doña Blanca, su mujer; a la reina Doña Leonor su tía; a Doña Juana y a Doña Isabel sus primas y a otras nobles damas cuyos bienes ha embargado. Ha dado muerte a tres de sus hermanos: Don Fadrique, Don Juan y Don Pedro; al infante Juan de Aragón, su primo; y al señor Albuquerque, su bienhechor. Ha hecho ejecutar a numerosos leales gentilhombres; ha profanado los lugares sagrados...” En otra ocasión apuñaló a Iñigo López Orozco y a otro caballero que trató de impedirle el crimen, lo que produjo un serio disgusto en su aliado el Príncipe Negro.
En Albuquerque, no habiendo podido apoderarse de Alfonso de Guzmán, se desquitó haciendo quemar viva a la madre del fugitivo, después de haberla torturado ferozmente. Murió asesinado por su hermano, Enrique de Trastamara, en los campos de Montiel.
Dice el Romance:
“Encima del duro suelo
Tendido de largo a largo
Muerto yace el rey Don Pedro
Que le matara su hermano
Nadie lo osa alzar del suelo
Nadie quiere sepultarlo
Ante la gente plebeya
Querían despedazarlo
Por ser hombre tan cruel y tan mal complexionado
Ninguno llora por él
Nadie le hace por el llanto
Todos le tienen por bien
Huelga de velle finado
Bendicen a Don Henrique
Que es el que lo había matado
Todos decían a una
Oh buen rey Henrique Honrado
Dios te dará galardón
Por el bien que has causado
En apartar de este mundo
A tan cruel tirano.
Se casó con Doña María Padilla. Esta era pequeña de cuerpo, elegante, hermosa, jovial, llena de gracia voluptuosa y con un talento natural nada común. La tradición la señala como bruja. Dice la leyenda de la época que Don Pedro, fascinado por la Padilla, representábase a su mujer como un objeto repugnante. En cierta ocasión –apunta Sainz- un cinturón que Doña Blanca le regalara al rey, se transformó a los ojos espantados del monarca en una serpiente. La ascendencia de María Padilla sobre el rey fue indiscutible hasta su muerte. A sus advertencias e indulgencias se debe que muchos salvaran la vida. De ella tuvo cuatro hijos: Alfonso, Beatriz, Constanza e Isabel. Su muerte sumió a Don Pedro en profundo dolor.
Como es dado observar a través de la casuística presentada, si se recorre la ascendencia de los enfermos mentales que encontramos en las familias reales de Europa en nuestros días es posible y sin mayores contratiempos trazar una línea continua de ascendencia, que rara vez excede del tercer nivel de consanguinidad, a través de veinte y dos generaciones y de siete siglos (1320-2008); lo que nos permitiría llegar a una serie de conclusiones sobre la transmisibilidad genética de las enfermedades mentales. En Carlota de México, se dieron cita la herencia indeseable de los Orleans, de los Plantagenet, Habsburgo, de los Borbones y de los Coburgo. Leopoldo de Coburgo se casó con Luisa de Orleans de este matrimonio nacieron varios hijos de los que se desprende la actual dinastía belga. Uno de ellos habría de ser la mujer de Maximiliano, Carlota de México. La locura de la bellísima emperatriz estalla a los veintisiete años (1866). Una sobrina de Carlota, la princesa Luisa, esposa de Felipe de Coburgo e hija de Leopoldo II de Bélgica, padeció de enajenación mental, pasándose largos períodos de su vida en un sanatorio. (Leopoldo de Coburgo era tío de la reina Victoria de Inglaterra y por ende de Isabel II). Carlos II el Hechizado (último de la Casa de Austria 1665-1700). Era el hijo de Felipe IV y de Mariana de Austria, un ser enteco, deforme y flaco de espíritu, que sumió a España y Europa en la desazón desde el primer momento de su nacimiento. Ulfías dice que en él, el conocido tipo étnico de los Habsburgos llegó a la caricatura. Su quijada inferior era tan saliente que apenas se le juntaban las dos hileras de dientes. Carlos II de España era un hombre débil y enfermizo –escribe Maura- que mostraba accesos de abulia, súbitos arrebatos de cólera, esterilidad genésica, melancolía casi habitual y ataque de alferecía. “El bellaco sucedió al imbécil”, escribe sobre Fernando VII, Salvador de Madariaga. Considera a este rey como el más despreciable que ha tenido España. Como de menguada condición moral. “Era un hombre cobarde, vengativo, fríamente cruel, desleal, ingrato y exento de escrúpulos, en su corazón no tuvo cabida la clemencia, a sus labios nunca asomaba la risa y raras veces la verdad. Veamos qué aspecto ofrece el horizonte genealógico de estas familias que descienden de Pedro I el Cruel de Portugal. (Y todos ellos descienden de Pelayo de Asturias, año 718). Incluyendo a Juan Carlos I de España. ¡Por qué no te callas!
Los gobiernos del Genocida Bush y del Narcoparaco Uribe, superan en crímenes y terror a estos dos Pedros, al de Portugal y al de Castilla. El uno asola, destruye, saquea y asesina a los pueblos del mundo con bombas inteligentes. El otro descuartiza y asesina al pueblo colombiano utilizando motosierras. Entre ambos tienen inundados de droga y aterrorizados a los pueblos de nuestra América-Latina.
Salud Camaradas.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialismo o Muerte.
¡Venceremos!