"Primero se llevaron a los comunistas
pero a mi no me importó
porque yo no era.
En seguida se llevaron a unos obreros
pero a mi no me importó
porque yo tampoco era.
Después detuvieron a los sindicalistas
pero a mi no me importó
porque yo no soy sindicalista.
Luego apresaron a unos curas
pero como yo no soy religioso
tampoco me importó.
Ahora me llevan a mi
pero ya es tarde.
Bertold Bretch"
El silencio cómplice del mundo desarrollado ante el desastre humano y ecológico que está produciendo el sistema capitalista neoliberal nos recuerda a la actitud asumida por Francia (Daladier) e Inglaterra (Chamberlain), cuando luego de las diferencias con Hitler admitieron que se podían permitir las anexiones territoriales del nazismo porque eso evitaría la guerra.
La verdad detrás de todo aquello era que tanto Francia como Inglaterra justificaban los zarpazos del nazismo con la velada intención de que la bestia atacaría al enemigo real del capitalismo: el socialismo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Fueron animados por la conseja, tan vieja como falsa, de que “los enemigos de mis enemigos mis amigos son”, incurriendo así en fatales errores al costo de decenas de millones de muertos.
No hay nadie en el mundo con dos dedos de frente y una pizca de honestidad que no esté convencido del desastre total al que le conduce el neoliberalismo y los planes hegemónicos del imperio estadounidense. Todos apuestan a que habrá tiempo para arreglar las cargas luego de que la irresponsable osadía del imperio termine por aplastar a ese fantasma que recorre el mundo –especialmente América Latina- en la forma de la dignidad de los pueblos, de su búsqueda de la igualdad, la justicia y el amor perdido: la Revolución Socialista del Siglo XXI.
Cualquier cosa se justifica y se apoya bajo una complicidad suicida. La bestia –igual que la nazi- terminará destrozándonos a todos, incluidos desde luego, ellos mismos. La humanidad asiste al fin del mundo dominada por intereses egoístas y ciegos, avaros y desalmados sin atreverse siquiera a alzar su voz de protesta demasiado distraida en la contemplación de su ombligo.
Afganistán, Iraq, Palestina, Líbano, Irán, Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador… son las presas ofrecidas en sacrificio para calmar la ambición ciega de la bestia. Como Daladier y Chamberlain, pronto –mucho más pronto de lo que imaginan-, descubrirán la insaciabilidad de la bestia. El imperialismo estadounidense neoliberal lleva a la humanidad a su término destrozando pueblos y el medio ambiente sin que las personas que pueden y deben se atrevan siquiera a mostrar su desacuerdo.
La humanidad enfrenta una crisis energética y alimentaria de proporciones gigantescas exclusivamente motivadas por la ambición capitalista. Sobran hoy recursos y tecnología en el mundo para detener la catástrofe en tiempo record. Bastaría sólo orientar una parte de los recursos y esfuerzos destinados tanto a las guerras por la hegemonía como al consumismo exacerbado capitalista para que la humanidad retome la senda perdida.
Rosa Luxemburgo nos entregó la consigna “Socialismo o Barbarie”, hoy fatalmente desbordada por el capitalismo hasta convertirse en “Socialismo o Muerte”. Llevemos entonces la mirada hacia la esencia del socialismo, que no es otra que la preeminencia del amor al prójimo y a la madre tierra; la producción social orientada a la satisfacción de las necesidades reales para la vida; la igualdad, la cooperación, la solidaridad y la justicia, o la muerte de la humanidad y el planeta a manos de la ambición, el egoísmo y la explotación capitalista.
A la humanidad le llegó la hora de las grandes decisiones. Necesitamos un cambio urgente de rumbo o de lo contrario nos llegará la muerte. Esa es la realidad que hoy en nuestra querida Venezuela se está viviendo. Ese es el combate final que la humanidad libra en estas tierras nuestras. Nos corresponde a los venezolanos librar esta batalla. El poderío del capitalismo es inversamente proporcional a la conciencia de los pueblos. Toquemos los corazones de nuestra gente, hagamos que despierten de una vez a esta realidad contagiando desde la coherencia y el ejemplo la salvación socialista. No podemos elegir entre vencer o morir…debemos vencer, como acertadamente concluía José Félix Ribas. Necesario, imprescindible y determinante es vencer.
Nuestras comunidades no pueden caer en la duda siquiera por un segundo, por más que muchos de nuestros “revolucionarios” lo sean de pantalla y mascarita. Un cristiano no deja de serlo por el antitestimonio histórico de tanto papa, obispo o cura; si así fuera no habría un solo cristiano verdadero en el mundo. Al contrario, estos antitestimonios lo espolean, animan y hasta despiertan su indignación positiva. Un revolucionario no puede renunciar a la salvación de su patria, de su tierra o de sus hijos porque un alcalde, un gobernador o quien sea no pase de ser un camaleón herido por la filosofía de vida capitalista ¡Ya basta!, ¡Conciencia!, conciencia revolucionaria, conciencia socialista, conciencia del momento. Sólo así, venceremos.
Vamos a salvar la Revolución, vamos a salvar a la humanidad, vamos a salvarnos…Patria y Socialismo…o muerte…y no moriremos ¡carajo!
¡¡¡A DESALAMBRAR!!!
¡CON CHÁVEZ TODO, SIN CHÁVEZ NADA!
¡La lucha es larga, la victoria es nuestra!
¡VENCEREMOS!
martinguedez@gmail.com