Evo Morales fue ratificado con el setenta por ciento de los votos en un
referendo que terminó siendo ratificatorio, dejando con ello al
descubierto a una oposición que a través de la manipulación mediática,
pretendió hacerle creer al mundo que las acciones vandálicas y
desestabilizadoras por ellos ejecutadas, eran las consecuencias del
rechazo popular al gobierno del presidente indígena.
Lo lógico era que la oposición se replegara después de haber quedado
demostrado que siete de cada diez bolivianos respaldan al Presidente.
Continuar con la agenda de violencia podría convertirse en un suicidio
político. Pero la oposición boliviana quemó sus naves y decidió avanzar
en su plan desestabilizador y separatista, que ya ha entrado a la etapa
fascistoide.
¿Son imbéciles los dirigentes de la oposición boliviana al no darse
cuenta que su accionar será rechazado por los gobiernos latinoamericanos?
¿Son tan estúpidos que no han previsto las presiones que dichos gobiernos
harán en el seno de la OEA para evitar que Evo sea derrocado?
Definitivamente no son imbéciles ni estúpidos, son tan solo apátridas que
siguen las instrucciones del imperio.
Venezuela perdió más de treinta mil millones de dólares entre el 2002 y
el 2003 gracias a un plan similar dirigido por el pentágono. Nos
recuperamos porque el país tiene una fuente de ingresos muy alta,
representada por el petróleo; pero ese no es el caso de Bolivia.
El plan de los gringos es sumir al país en una gran crisis económica y
una fuerte inestabilidad política que pueda arrojar cualquier resultado a
su favor, entre los cuales no puede descartarse uno como aquel en el que
el presidente Jean Bertrand Aristide fue depuesto, secuestrado y
abandonado en un país africano por tropas norteamericanas.
Cualquiera podría preguntarnos el porqué de un plan tan violento y
racista como este, si el no tener éxito pudiera significar que los
líderes de la oposición boliviana terminen condenados por genocidio.
La respuesta a esa interrogante pasa, en primera instancia, por la visión
del mundo que tienen los pitiyanquis bolivianos y los pitiyanquis en
general. Para ellos los gringos son seres superiores y contra sus
designios nada se puede.
Se sienten protegidos por el imperio más grande de la historia y eso es
garantía de impunidad. En el peor de los casos se asilan en el norte y
disfrutan allá del pago por sus servicios.
En segundo lugar, está el mal ejemplo de la revolución bolivariana. El
que los responsables de los crímenes, de las pérdidas mil millonarias,
del sabotaje, de los atentados y del golpe estén libres, es un excelente
argumento con el que los yanquis estimulan a los apátridas del
continente.
La guerra está declarada y Bolivia es el escenario de lucha. El triunfo
de la canalla incendiaría el continente. Las oligarquías de Ecuador,
Nicaragua, Venezuela, Argentina, Uruguay, cual lobos hambrientos se
lanzarían en firme a desestabilizar los gobiernos progresistas y sojuzgar
a unos pueblos que abrazados están a sueños de libertad, justicia e
igualdad.
América Latina se juega su futuro en Bolivia. A los yanquis les urge una
victoria urgentemente, después de tanta derrota consecutiva. Por ello
han enfilado sus baterías contra el que luce más débil.
Luego vendrán uno a uno los demás, de allí la importancia de las
elecciones que en lo interno celebraremos e próximo 23 de noviembre. Las
gobernaciones y alcaldías que gane la oposición serán usadas para darnos
la misma medicina que en estos momentos le suministran a nuestros
hermanos bolivianos.
Tenemos entonces dos tareas inaplazables por el bien del continente:
empujar duro a favor de Evo y Bolivia y arrasar a la oposición venezolana
el próximo 23 de noviembre. Ninguna otra tarea es más importante que
éstas para quien se sienta revolucionario.