Tras el primer debate televisivo que hemos visto entre Obama y McCain, los gobiernos latinoamericanos que van por la senda del Socialismo del Siglo XXI no debieran esperar mucho del relevo presidencial que se avecina en Estados Unidos. Gane quien gane, Obama o McCain, el sistema capitalista del Imperio es la esencia del Estado.
Estados Unidos vive desde antes, y hoy más que nunca de la especulación financiera y de la industria y el comercio que depende y requiere sobre todo de la explotación laboral. Y eso lo saben y defienden a ultranza y al unísono gobierno, instituciones y sociedad civil, esta última que lo consiente en tanto en cuanto sea allende sus fronteras.
Esperar un cambio importante en ese sentido, sería tanto como pensar que los países de la OPEP han pensado siquiera en renunciar a la explotación petrolera por razones ecológicas o que los ingleses, por austeridad, van a licenciar a la reina Isabel.
Las campañas políticas en Estados Unidos no se libran en términos ideológicos, como se están librando las batallas políticas en estos momentos en países como Venezuela, Ecuador y Bolivia, que cabalgan en el ojo del huracán con sus reformas políticas y sociales; o como se acaban de librar los debates presidenciales en Nicaragua con Ortega y más recientemente en Paraguay con Lugo. O como desde hace años ya, algo se le restó al predominio capitalista en Chile, Argentina y Brasil con la elección de gobiernos menos comprometidos con el libre mercado que quienes les precedieron. O en la forma tan ardorosa como la incipiente izquierda colombiana combate la rancia derecha que se entronizó en el país al final del ya lejano y añorado gobierno de Alfonso López Pumarejo (1936), y que en este largo régimen de Uribe aprieta como cincha y punza como espuela.
Las sucesiones presidenciales en Estados Unidos son como los cambios de guardia en el Palacio de Buckingham: sólo ceremonia.
Es probable que muchos de nosotros, emocionalmente, prefiramos ver en el Salón Oval a Obama que a McCain: quizás porque es afrodescendiente, o por joven y simpático y, lo más seguro, porque no es de la cuerda de Bush, ese carnicero próximo a retirarse a su rancho en Texas con más de un millón de muertos a las espaldas.
Con Obama pasa lo que pasó con Kennedy, que muchos de nosotros todavía lloramos como si fuera deudo propio, y fue Kennedy precisamente, quien propuso y financió las primeras autodefensas en Colombia para combatir desde la periferia del Estado de derecho a esos ‘bandidos’ de Marquetalia que, con tiro fijo a la cabeza, no se dejaron robar de un pelotón de uniformados ni las gallinas ni sus mujeres.
Y si el ejemplo resulta muy parroquial (que lo es), entonces téngase en cuenta que la Alianza para el Progreso, de cuya paternidad nadie duda, no fue más que una profundización de la injerencia e intervención de Estados Unidos en los asuntos internos de los países latinoamericanos.
Y así sucesivamente: desde el “Destino Manifiesto” hasta “la Guerra Preventiva”, Estados Unidos es un Imperio y sus gobiernos, por ende, imperiales. Por tanto, téngase presente que Obama o McCain, sea quien sea, proseguirá la senda neoliberal que emprendió el Imperio desde el 70 con Reagan y que continuaron profundizando distintos gobiernos republicanos y demócratas (y en especial tras la caída del Muro de Berlín), “todos a una” como en Fuente Ovejuna.
Y si me apuran, diría que en la presente crisis financiera, cuya apreciación parece ser la mayor diferencia que perciben los electores norteamericanos entre Obama y McCain, tienen más responsabilidad los demócratas que los republicanos, aunque Obama en este primer debate haya dicho lo contrario y Mccain haya tenido que callar por aquello de que, como decimos por acá, “la ropa sucia se lava en casa”.
Aparte de que fue en el gobierno del venerable Clinton donde se echaron a andar los TLC, último asalto del capitalismo salvaje sobre los despojos dejados por libre mercado emprendido desde Reagan, también fue en este libidinoso mandato que se soltaron las amarras del sector financiero con la derogación de la Ley Glass-Steagall de 1929 que puso freno a la especulación financiera de entonces que produjo la Gran Depresión.
Y para que no quede ninguna duda de que la debacle del sistema financiero estadounidense es asunto de ambos partidos, no sólo porque tanto Obama como McCain han recibido cuantiosos millones de dólares para sus campañas de esas mismas empresas que ahora van a la bancarrota, sino porque la irresponsable liberación del sector financiero con que Obama puyó a McCain en el primer debate al atribuírsela exclusivamente al gobierno de Bush, fue propuesta desde el inicio del gobierno de Clinton por el entonces Secretario del Tesoro Robert Rubin, hoy poderoso asesor en temas económicos de Obama e impulsada en el Congreso por el senador republicano, Phil Gramm, uno de los principales asesores de McCain.
La lucha por la independencia de Latinoamérica, la que impulsa con vigor y entusiasmo, y también a veces con mucha imprudencia, el presidente venezolano Hugo Chávez, no tendrá respiro con Obama o McCain porque, como lo dijo el Libertad Simón Bolívar: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”.
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