Los retrasados se asombran de que el capitalismo esté en crisis pese a la Mano Invisible del Mercado.
Por el contrario: las crisis son la esencia del capitalismo; éste lleva en sí mismo la semilla de su propia destrucción.
La supuesta libertad del mercado, que Marx llamó anarquía de la producción, lleva a los capitalistas a competir hasta rebasar la demanda relativa (la de quienes necesitan un bien y tienen con qué comprarlo).
A partir de allí, el excedente relativo no encuentra compradores, los productores quiebran y despiden trabajadores, la abundancia se convierte en miseria.
La epidemia de quiebras sólo deja en pie a las empresas más poderosas, con lo cual el capital se concentra en un número cada vez menor de manos.
De hecatombe en hecatombe, el capital comercial termina siendo dominado por el industrial, y éste por el financiero.
El capital financiero, última aberración del monstruo que sólo gana con la pérdida de todos, no necesita producir bienes concretos para multiplicarse y perder contacto con la realidad económica.
Abusando de su poderío militar durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos obligó en 1944 en Breton Woods a los países de Occidente a respaldar sus monedas con reservas en dólares, a partir de lo cual compró al mundo pagando con papel verde impreso.
Ahogado en la inundación de papel verde, en 1974 Richard Nixon reconoció que el dólar que obligaba a aceptar al mundo como respaldo de sus monedas a su vez no tenía respaldo, lo cual según Noam Chomsky aniquiló el sistema económico mundial de la posguerra "en el cual Estados Unidos era de hecho el banquero del mundo, papel que no pudo retener en adelante" (Chomsky: El beneficio es lo que cuenta; 1999, 24).
Pero la especulación con papel sin respaldo se desató al punto de que, durante la década que concluye en 2004, la cuarta parte de las 500 mayores multinacionales estaban dedicadas a la economía monetaria; pero poseían más de 73% de los activos, copaban el 24% de los ingresos, el 35% de las utilidades, el 32% del capital y el 16% de la fuerza de trabajo de dicho medio millar de gigantes (Gastón Parra Luzardo, El poder global y la integración, 2006, 11).
Según Chomsky, la producción de bie
nes reales ocupaba en 1971 el 90% de la economía y sólo el 10% era especulativo, mientras que "En 1990 los porcentajes se habían invertido y en 1995 alrededor de 95 por 100 de unas cifras incomparablemente mayores era especulativo, con unos movimientos diarios que superaban la suma de las reservas en divisas de las siete mayores potencias industriales" (Chomsky: 1999, 25).
Jean de Maillard añade que para 1999 el intercambio financiero no productivo de bienes reales representa "1.300 millardos de dólares diarios: casi cinco veces el presupuesto anual de un Estado como Francia... Esta escala de magnitud está completamente desconectada de la economía real ya que las exportaciones mundiales de bienes y servicios no representan más que 18 millardos de dólares diarios, es decir, una cantidad setenta veces menor" (Maillard: Un monde sans loi, 2000, 28).
En este carnaval de cifras garantizadas por papeles respaldados por nada, para ganar comisiones los agentes financieros reparten una piñata de papelillo de créditos hipotecarios mal garantizados que luego venden y revenden inflándolos a cada operación hasta que la burbuja estalla dejando a deudores, acreedores y banqueros en el aire.
Banco tras banco caen como piezas de dominó. Los más fuertes devoran como hienas a los débiles. El Bank of America compra a precio vil al arruinado Merrill Lynch. El cuarto banco de inversión del planeta, Lehman Brothers, quiebra hundido por 50.000 millones de dólares en créditos hipotecarios. Pierden su trabajo 30.000 personas.
En lugar de rezar a la milagrosa Mano Oculta del Mercado, los estafadores exigen al comprensivo Estado neoliberal que les regale paracaídas de oro pagados por los contribuyentes. La Reserva Federal de Estados Unidos les entrega 85.000 millones de dólares de fondos públicos para comprar 80% de la quebrada aseguradora AIG, lo que constituye la mayor privatización de una entidad financiera del mundo.
Bush exige a la Cámara de Representantes y luego al Senado un fondo de 720.000 millones de dólares (mayor que la deuda de América Latina) para comprarles a buen precio a los pobrecitos banqueros sus arruinados negocios. Así aplica el punto 5 del programa de Marx en el Manifiesto Comunista, "Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio".
En la petición de fondos ni una letra prevé castigo para los especuladores ni los obliga a devolver las sumas desfalcadas ni protege a los deudores hipotecarios contra el desalojo. El socialismo, apuntó Eduardo Galeano, después de todo no es tan malo a la hora de repartir las pérdidas.
En estas raterías se entretiene la cúpula de ladrones que gobierna el mundo mientras el Banco Mundial, que considera pobres a quienes subsisten con menos de un dólar al día, revela que son pobres más de 3.000 millones de personas, la mitad de la humanidad, y también lo es la cuarta parte de la población de los países desarrollados.
Señaló Marx que la burguesía "remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas".
A estos remedios peores que la enfermedad, añade el capitalismo la alimentación del sistema bancario con el narcotráfico, la aceleración del holocausto ecológico, las guerras que reactivan la producción armamentista y ocupan desempleados como carne de cañón.
La crisis desmorona la economía ficticia especulativa para ajustarla a la economía real: Reajustemos la tiranía de la élite de especuladores parásitos a la democracia de la productiva humanidad.
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