Estados Unidos y las derechas locales han sufrido grandes derrotas políticas en América Latina en la última década y ello explica que las elites de Washington hayan decidido privilegiar la política de fuerza en la región. Acuden al único recurso en que Estados Unidos conserva abrumadora superioridad no importa si para ello tienen que renunciar al cosmético lavado de imagen ensayado por Obama en la cumbre de Puerto España. Esto es lo que hay detrás del restablecimiento de la IV Flota, de la decisión de instalar bases militares en Colombia, y también, del extraño golpe de Estado en Honduras.
Al hablar de bases nos referimos a un entramado de instalaciones más o menos formales desplegadas desde territorio continental de Estados Unidos pasando por Puerto Rico, América Central y Antillas Holandesas hasta Colombia, -e incluso hasta Paraguay- con misiones de espionaje electrónico y satelital así como recepción y reabastecimiento de aeronaves de combate o destinadas al transporte de fuerzas expedicionarias de reacción rápida. En suma, toda una red de posiciones para el control territorial de América Latina y sus recursos naturales y el apoyo a las operaciones subversivas de la CIA. Su primer objetivo: destruir la revolución bolivariana y apoderarse de las descomunales reservas de energéticos de Venezuela.
Lo nuevo no es el uso de la fuerza, que Estados Unidos ha empleado sistemáticamente en sus planes desestabilizadores contra los procesos revolucionarios en Venezuela, Bolivia y Ecuador, como lo ha hecho desde hace medio siglo contra Cuba, además del cruel bloqueo. La novedad es el retorno a un énfasis en lo militar no visto en América Latina desde la década de los ochentas cuando se produjeron las invasiones de Granada y Panamá que ya coloca la presidencia de Obama por sobre la de Bush en lo que concierne a la militarización de la región.
La larga serie de victorias políticas –electorales y no electorales- de los movimientos y gobiernos populares y progresistas de la región, sus avances en la trasformación social y, sobre todo, en la unidad e integración continental con el surgimiento del Alba, Unasur, Petrocaribe, el Banco del Sur y Telesur, así como la capacidad mostrada por los gobiernos de la región para enfrentar al margenU(o en contra) del dictado imperial asuntos como la agresión yanqui-uribista a Ecuador o el intento de golpe de Estado separatista contra Evo Morales configuran una inédita situación de grave retroceso de la hegemonía estadunidense en la región. Ello parece haber arrastrado a los grupos dominantes de Estados Unidos a la conclusión de que tienen perdida la batalla política por las masas de América Latina y no les queda otra salida que apoyarse en la fuerza de los (pocos) Estados aliados o, en última instancia, la de sus propias armas.
Pero lo que demuestra esta actitud no es la fortaleza del imperio y las derechas locales sino su debilidad. Carentes de argumentos, desde el caracazo y el levantamiento indígena de Chiapas se evidenció su incapacidad para ganar la batalla ideológica y política por América Latina. A ello hay que sumar el descalabro de la nueva política de dominación mundial lanzada el 11 de septiembre de 2003 con las debacles militares en Irak y Afganistán, la derrota israelí a manos de Hezbollah en Líbano y el terrible contragolpe ruso en el Cáucaso a la arremetida georgiana montada por Estados Unidos e Israel. Como colofón, la crisis financiera capitalista y sus terribles efectos socio-económicos. Todos estos factores han desmoralizado a la derecha y profundizado su derrota ideológica y política pero están muy lejos de haber provocado su rendición o parálisis, como lo demuestran los hechos citados al principio de esta nota.
Por ello es fundamental para la independencia de América Latina ganar con las masas en la calle la batalla por convertirla en zona de paz. En lugar de unas cuantas bases de guerra crear miles de “bases de paz” a lo largo de nuestra América. Es muy simbólico que la primera convocatoria por la paz fuera una rotunda respuesta popular al patético “día contra Chávez” a que estaba convocando para el 4 de septiembre sectores de derecha de Colombia y Miami con CNN como amplificador. Inspirándose en el ejemplo de Puerto Rico, que sacó a la Marina yanqui de Vieques, América Latina no debe descansar mientras quede una base militar de Estados Unidos en su territorio.
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