La crisis actual del capitalismo agravará aún más la situación de los recursos naturales difícilmente renovables del planeta. Por una parte, el capital, para tratar de salir de la crisis, presionará la explotación de recursos naturales y, por la otra, los países del tercer mundo, suministradores de materias primas, víctimas de la crisis global en la cual no tienen arte ni parte, para atender a las necesidades elementales de sus pueblos extraerán más exhaustivamente dichos recursos. El capital ejercerá el chantaje de la pobreza con mayor violencia. En la actual división mundial del trabajo, la única forma de participación permitida a los países pobres es la extracción de materias primas (vegetales, minerales, hidrocarburos), que alimentan las industrias de valor agregado de los países ricos (el G8).
Veamos el caso de los países productores de petróleo. En Venezuela se habla de elevar la producción, en los próximos años, de tres millones a seis millones de barriles diarios. La agudización de la crisis mundial -que ya deja sentir sus efectos en nuestro país por la insaciable hambre de divisas- presionará dicho aumento. Ahora bien, ¿cómo colocar esa producción en el mercado de los hidrocarburos si los países de la Opep -también presionados por la crisis -aumentan la producción? Habría que irrespetar las cuotas con la consecuente caída de los precios. De igual manera, si los países productores de materias primas (vegetales, cobre, hierro, níquel, aluminio, etc.) aumentan la extracción, los precios, ya de por sí muy deprimidos, caerán aún más. Será el nuevo aporte de los países pobres al mantenimiento del consumismo, despilfarro, opulencia, dominio y sumisión capitalista.
A mayor extracción de los recursos naturales difícilmente renovables, mayor pobreza de los países del tercer mundo, mayor depredación de los recursos, mayor contaminación del ambiente. ¿No es esto acaso lo que se va a discutir en Copenhague? El capitalismo no renunciará a la ganancia y los países pobres sometidos al chantaje de sus necesidades elementales, no van a renunciar a la explotación de sus recursos minerales y vegetales para alimentar la hidra de mil cabezas del capital trasnacional, aun a costa de mayor pobreza.
El camino hacia el fin de esta civilización es indetenible. ¿Es acaso posible detener el deshielo de los glaciales o la destrucción de la selva amazónica? Así como tuvo fin la civilización de la piedra, del hierro, del bronce, la civilización del petróleo tiene sus años contados. El anunciado "fin de la historia" tiene en el petróleo el ejecutor implacable: primero, como principal agente contaminador, causante del desequilibrio ambiental; y segundo, por el agotamiento de las reservas. El petróleo no tiene sustitutos. Ningún posible sustituto puede servir como materia prima para atender la demanda de los 400.000 subproductos obtenibles del petróleo. Es una verdad de Perogrullo.
Si con el capitalismo la presión sobre los recursos naturales ha sido la causa del "calentamiento global", con el socialismo, la presión es exactamente igual. De no someterse a los "límites del crecimiento", ambos sistemas son mecanismos depredadores incontrolables.
Esta es la gran realidad a analizar en Copenhague, donde la avaricia del capital y las exigencias de la pobreza se imponen sobre la defensa de los recursos naturales difícilmente renovables. ¡Parar el consumismo! ¡Oh la la!
leonmoraria@cantv.net
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