Sembrar odio

La Segunda Guerra Mundial es el escenario de muerte mas horrendo creado por el hombre. Símbolos del horror son las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. De igual manera, la ciudad de Dresde (Alemania), fue bombardeada y arrasada un par de meses antes de la rendición del ejercito alemán y la toma de Berlín por el Ejercito Rojo. Se dice que el bombardeo de Dresde no fue para destruir el ya agotado po­derío nazi, sino que obedeció al temor que les producía a, Churchill y Rooselvet, el avance incontenible del Ejército Rojo y la necesidad de enviar un mensaje al Kremlin de lo que podía sucederle a las ciudades soviéticas. Esto ocurrió entre aliados, frente al enemi­go común, el nazismo, y fue el anuncio de lo que luego se llamó la “guerra fría”.

Hiroshima, Nagasaki y Dresde, son símbolo de la siembra del odio que fermenta allí donde los Estados Unidos y sus aliados realizan agresiones militares (Corea, Vietnam, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Palestina, Colombia, Honduras), la lista es larga y el odio ¡creciente!

Para evitar la guerra, hace sesenta años se crearon las Naciones Unidas, foro mundial que reúne a 192 países. Un club para el dialogo y la conducción de las relacio­nes internacionales por medios pacíficos. ¿Han cumplido las Naciones Unidas ese obje­tivo? Todo lo contrario, han sido sesenta años de guerras, ininterrumpidos. Las potencias económicas y militares capitalistas han agredido a países miembros de las Naciones Unidas, como les ha dado la gana. Con invasiones, golpes de Estado en países de Latinoamérica, África, Asia. Son sesenta años de agresiones que han sembrado el odio contra el poderío imperialista. ¡De qué sirve pertenecer a las Naciones Unidas? ¿Unidas para qué? ¿Para ser agredidas?

Ante la constante amenaza de las potencias imperialistas y su inmenso poderío mi­litar, a los pue­blos no les queda otro camino sino la lucha de liberación nacional, con los medios a su alcance, y que ahora tildan de “terrorismo”. ¡Terroristas! son los imperialistas con sus genocidios de niños, mujeres y ancianos.

El pueblo afgano, el iraquí o el colombiano, libran la lucha contra el invasor, de igual manera a como lo han hecho los pueblos durante miles de años. Están en el dere­cho de hacer valer la soberanía de sus naciones. La semana pasada, contra la ciudad de Marjah (Afganistán), se lanzó una campaña militar de 15 mil soldados, más el apoyo aéreo y terrestre destinado a masacrar la población civil. El general de brigada, Larry Nicholson, comandante de los marines estadounidenses en el sur de Afga­nistán, explicó detalladamente el carácter de la ofensiva: “Las personas que habitan la ciudad - afirmó - tendrán tres opciones: Una, quedarse, combatir y probablemente morir. La segunda es hacer la paz con su gobierno y reintegrarse. La tercera, escapar. En este caso, probable­mente también tengamos a algu­nas personas esperándolos”.

¿Dónde están los gobiernos de los países que asisten al foro de las ONU y guardan silen­cio ante la soberbia de este “militarote-gorila yanqui” que desafía el respeto a los dere­chos humanos? Otro generalote, de la misma calaña, había dicho cuando la invasión de Iraq: “No quedará piedra sobre pie­dra”. La ciudad de Faluya es testimonio cruento de la amenaza cumplida.

Surge la pregunta inevitable. En caso de existir el inventado “terrorismo” de Bush; Blair y Aznar ¿Por qué Estados Unidos y sus aliados son el objetivo? Ningún funciona rio de la Casa Blanca quiere dar respuesta a esta pregunta cuando algún periodista se la ha formulado. La respuesta es obvia ¡siembra de odio! Una ola de justificado odio contra los EE.UU y sus aliados recorre el mundo, por el despojo de las riquezas (países del Tercer Mundo); las amenazas (Irán, Vene­zuela. Bolivia, Yemen); invasiones militares, (Yugoslavia, Afganistán Irak, Pa­lestina, Colombia); golpes de Estado (Honduras,Níger); o la fórmula reciente de aprovechar un cataclismo telúri­co para invadir un país (Haití). Siembran vientos y pretenden recoger guirnaldas de flores.



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León Moraria

Nativo de Bailadores, Mérida, Venezuela (1936). Ha participado en la lucha social en sus diversas formas: Pionero en la transformación agrícola del Valle de Bailadores y en el rechazo a la explotación minera. Participó en la Guerrilla de La Azulita. Fundó y mantuvo durante trece años el periódico gremialista Rescate. Como secretario ejecutivo de FECCAVEN, organizó la movilización nacional de caficultores que coincidió con el estallido social conocido como "el caracazo". Periodista de opinión en la prensa regional y nacional. Autor entre otros libros: Estatuas de la Infamia, El Fantasma del Valle, Camonina, Creencia y Barbarie, EL TRIANGULO NEGRO, La Revolución Villorra, los poemarios Chao Tierra y Golongías. Librepensador y materialista de formación marxista.

 leonmoraria@gmail.com

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