La constitución en la Rivera Maya(Cancún), México, de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe merece con creces la “trascendencia histórica” que le atribuyó el presidente de Cuba Raúl Castro. El discurso de Raúl allí, por cierto, es digno de estudio por su filo conceptual, sustancia solidaria y humanista y realismo político. Poco más de un año antes de Cancún se había dado el paso inicial expresamente hacia aquel destino, como consta en la declaración acordada en Costa de Sahuipe, Brasil, donde convocados por el presidente Luis Inacio Lula da Silva se reunieron por primera vez los 33 países latinoamericanos y caribeños sin la presencia de Estados Unidos y Canadá en la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo(CALC).
Con la decisión adoptada en México en la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe, que reunió a la CALC y al Grupo de Río, comienza a tomar cuerpo institucional el proyecto de unidad de Simón Bolívar y José Martí gestado hace dos siglos. Quién hubiera imaginado lo cerca que estaba el alumbramiento hace escasamente once años cuando asumió la presidencia de Venezuela Hugo Chávez, que tanto ha hecho por convertir en realidad el ideal bolivariano. Hasta entonces era Cuba en solitario quien sometida por el imperio a un bloqueo redoblado y a duras penurias materiales continuaba aferrada a aquella utopía de los padres libertadores y a la de continuar la lucha por la igualdad, la justicia, la fraternidad y la solidaridad entre los seres humanos resumida en la palabra socialismo.
La creación de esta organización es una necesidad impostergable para la concertación política, la cooperación e integración de una América Latina con rumbo independiente y unificador a la que la OEA no puede aportar sino obstáculos, subordinada como ha estado desde su fundación en 1948 a la política exterior agresiva e injerencista de Estados Unidos. Bautizada como “sentina” por el Canciller de la Dignidad cubano Raúl Roa, la OEA ha dado desde entonces el visto bueno de manera desembozada a todas las dictaduras militares e intervenciones armadas instrumentadas por Washington contra América Latina. Si en los últimos años no lo ha podido hacer con la misma desfachatez es porque la nueva correlación de fuerzas en la región se lo ha impedido. Así y todo, no ha sido capaz de ayudar a desmontar un solo conflicto creado por Estados Unidos con sus vecinos como lo demuestra su inacción ante la agresión yanqui-uribista a Ecuador o frente al intento de golpe “cívico” contra Evo Morales o la parcialidad de su secretario general hacia el Departamento de Estados en lo relacionado con el golpe de Estado en Honduras. Esta contrariedad ha sido muy bien ilustrada por Evo en su memorable discurso en Coyoacán, ciudad de México, al expresar “donde esté presente Estados Unidos no se puede garantizar con paz y justicia social la democracia”. Evo y Chávez también han destacado la importancia de ligar la diplomacia con la lucha de masas, pues sin esta no es posible construir la unidad “por arriba”.
Aunque el paso dado por los gobiernos latinoamericanos inspira justificado optimismo, no sería prudente ignorar que la nueva organización habrá que construirla en dura lucha ideológica con los gobiernos de derecha de América Latina y sometidos sus impulsores a las provocaciones de Estados Unidos, como la grosera embestida de Uribe contra Chávez en la Rivera Maya, fulminada por Evo como un intento de sabotaje a la cumbre de un “agente del imperio”. Más aún, viendo hacia delante, los gobiernos populares deben preparase para trabajar en un Grupo de Río presidido por Sebastián Piñera, un engendro del pinochetismo.
No obstante, es muy esperanzador el hecho de que haya recaído en Venezuela la responsabilidad de organizar en julio de 2011 la próxima cumbre y de elaborar los documentos de la nueva organización, que deben estar listos y consensados para esa fecha: propuesta de estatutos, autoridades, presupuesto y plan de acción. Los gobiernos progresistas están aquilatando la lucha ideológica como un recurso fundamental para avanzar en la estructuración de la unidad latinoamericana y las decisiones tomadas en México lo confirman. Prueba de ello los contundentes pronunciamientos de apoyo al reclamo argentino sobre Malvinas, de condena al bloqueo de Cuba y, por supuesto, la Declaración de Cancún. Se palpa el cambio de época de que habla el ecuatoriano Rafael Correa.
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