Dice el refranero popular que “la derrota no tiene amigos”, y ello no deja de ser una gran verdad cuando se trata de personajes que, empinados en el ejercicio arrogante del poder y sostenido en un efectivo aparato mediático nacional e internacional, llega al final de su empedrado camino cargando sobre sí, no solo sus propias derrotas, sino las derrotas de sus antecesores, sus colaboradores, sus aliados y las que seguramente tendrán a quienes le sucedan en el ejercicio del Poder, con la misma visión antihistórica de solución militar a un profundo conflicto social y politico abierto desde el mismo momento los acontecimientos que llevaron a la independencia a Colombia, hace 200 años.
Tal es el caso del presidente Alvaro Uribe Velez, quien después de revivir la oliburguesia santanderiana, agotada en su deshausiada hegemonia moral por su participación en la industria de la droga, la guerra fraticida de sus diversos clanes y la incorporación del narcoparamilitarismo a sus estrategia de Seguridad Democrática, inició una Guerra Total contra las diversas expresiones de disidencia social y política colombiana y, en especial, contra las diversas organizaciones guerrilleras que, en nombre de los campesinos, obreros y demas sectores populares, asumieron en los últimos 60 años, la insurgencia armada como forma de sobrevicencia y resistencia y hoy se confrontan con el Estado oligárquico como poder popular de lo que denominan, la Nueva Colombia.
Pese al supuesto 74% de “favorabilidad” y de su fascista “Estado de Opinión”, a los miles de millones de dólares de los gobiernos de Bush y Obama y, del medio millon de soldados y policias entrenados en las bases de “Entre Rios” y “Toledaima” por militares y mercenarios norteamericanos, a los miles de integrantes de las Guardias Campesinas formadas con paramilitares “desmovilizados”; en ocho años de guerra generalizada, Uribe no ha alcanzado NINGUNA victoria estratégica en el campo de batalla, porque su relativa supremacia militar depende esencialmente, hoy más que nunca, del uso de la inteligencia y el bombardeo aéreo de saturación y persecución, con apoyo de la sofistica tecnología norteamericana, contra las pequeñas unidades guerrilleras en movimiento constante y el uso terrorista de los “falsos positivos”, como medio de paralizar la capacidad de protesta de la población civil en las zonas de influencia insurgente.
Calificar como victoria el hecho de que las Fuerzas Militares del general Padilla tienen presencia y control de las principales ciudades, obligando a las FARC y al ELN a utilizar sus tácticas de unidades moviles de combate, redesplegándose ( como lo aplicó el General Simón Bolívar en la Guerra contra los españoles) a sus curtidos mandos y experimentados combatientes en el amplio territorio colombiano; es tan falso como afirmar que los Estados Unidos ganaron la Guerra de Irak porque hoy tienen menos muertos que el año pasado o, que la OTAN y los Estados Unidos estan triunfando en Afganistan porque lanzaron una ofensiva en el sur que, después de un mes de combates, solo dominan el territorio urbano de la provincia de Helman.
Esta situación en el campo de batalla, no puede ser modificada por los resultados electorales recientes, cuya lógica responde a variados factores, tanto los articulados a la confrontación estratégica entre la Nación Colombiana y el Imperio Norteamericano, como la confrontación histórica entre la alianza oligárquica-burguesa y el inmenso arcoiris de clases, sectores, organizaciones e individualidades que, separados en sus visiones y métodos de lucha, comportan una mayoría nacional inexpresada a traves de los mecanismos electorales y que de muchas maneras asumen divergencia y resistencia a la continuidad de la guerra y al orden social injusto que, el capitalismo colombiano y el imperialismo han mantenido “ a sangre y fuego” en la tierra olombiana.
Por eso, cuando Uribe, invocando su condición del Comandante en Jefe de las Fuerzas Militares de la República de Colombia da órdenes para que las tropas se lancen a la “ofensiva final” contra la insurgencia armada, sus generales miran para otro lado, conscientes que se encuentra en el ocaso de su poder y fuerza de mando. De la misma manera, cuando Uribe como Presidente de la República convoca a los gobernadores y alcaldes a cerrar fila en torno a su derrotada “Seguridad Democrática”, se oyen fingidos aplausos, mientras se esperan los resultados de las elecciones presidenciales de mayo. Asi mismo, cuando le pide a los candidatos que garanticen la Victoria en el conflicto armado y rechacen la negociación con las organizaciones insurgentes, sus herederos putativos Santos y Sanin y sus rivales leales Pardo, Mokus y Petro, lo secundan hipócritamente, en búsqueda de los votos que lo lleven al palacio de Nariño. Y, cuando Uribe visita un país o, recibe un dignatario extranjero, se cumple el rito del protocolo pero sin acuerdos sustanciales, compromisos reales ni pactos de largo plazo, simplemente porque Uribe es un caso patético de necrología política.
Al final de esta historia de derrotas políticas y militares, presentadas por la canalla mediática como de victorias definitivas, solo queda un hombre físicamente envejecido y políticamente agotado, que rumia la frustración de no haber podido pasearse triunfante por las tierras del Caguan de la Paz, las sabanas del Guaviare, ni los platanales del Urabá antioqueño, el selvático Putumayo, el Arauca llanero, los santanderes andinos y la Costa Caribe, teniendo que seguir cumpliendo la opera bufa del Palacio de Nariño, rodeado de arlequines y tramoyadores, que esperan silentes el mes de agosto para bajar su telon y abrir la alfombra roja del continuador de su derrotada guerra
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