Como nunca antes en la historia de la lucha de clases en Venezuela empresarios se habían convertido en los voceros principales de las reivindicaciones económicas y hasta políticas de los trabajadores como en la actualidad, aunque nada digan sobre la necesidad o importancia que deben ser los trabajadores los fundamentales protagonistas de los profundos cambios socioeconómicos que se requieren para construir un mundo donde reinen la justicia, la libertad, la equidad y la solidaridad que son negadas por el capitalismo a la mayoría de la población humana. Andan pescando en río revuelto, pero han aprendido a nadar en contra de la marea y por eso no se duermen para que la corriente no se lleve los camarones, porque éstos son para los ricos y no para los pobres. Sólo dejan en libertad al cangrejo `para que ande robándole cerveza a los pobres. En la Venezuela actual pareciera que Fedecámaras es una Central Unitaria de Trabajadores y no lo que realmente es: la organización política de los empresarios por la defensa a ultranza de la propiedad privada sobre los medios de producción y el disfrute de la riqueza por unos pocos en perjuicio de los muchos.
Ciertamente, existe la teoría del socialismo conservador burgués expuesta por Marx y Engels en “El Manifiesto Comunista”, donde destacan, entre otras cosas, el verdadero objetivo del mismo: “Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna, pero sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ella. Quieren perpetuar la sociedad actual, pero sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural, se representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués elabora en un sistema más o menos completo esta representación consoladora. Cuando invita al proletariado a realizar su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se ha formado de ella”.
Son muchísimos los argumentos de que se valen los empresarios, por naturaleza contrarios al socialismo que predica el predominio de la propiedad social sobre la propiedad privada, para defender en este tiempo a los trabajadores, a la clase obrera, precisamente, para confundirlos y hacer que se resignen a las “benevolencias” y filantropías del capitalismo. Los empresarios, por ejemplo, protestan contra los bajos salarios que devengan los obreros, contra la inflación que deteriora el poder adquisitivo del salario real, contra la falta de condiciones que garanticen la salud y la vida de los trabajadores en las empresas del Estado donde laboran, contra la negación de discusión de contratos por el Estado para evitar éste que mejoren las condiciones de trabajo y de salario de los obreros, contra la falta de políticas que favorezcan la posibilidad de construcción de viviendas dignas para los trabajadores, contra la falta de políticas que permitan una loable recreación para los trabajadores, contra el retardo en el pago de las prestaciones sociales a los trabajadores que se jubilan… y paremos de contar. Los empresarios hacen, conscientes del sentido político de sus intervenciones actualmente, lo que deben hacer los sindicatos como la organización genuina de los trabajadores para la defensa y conquista de mejores reivindicaciones salariales y de trabajo. Gato por liebre para aquellos trabajadores que todavía no han adquirido “conciencia para sí”. Es como si los jueces de la Inquisición hubiesen sido los defensores del derecho a la libertad de cultos y de ideologías.
¿Realmente, se podría creer en empresarios que defienden a capa y espada los intereses del proletariado? Sí pero más No. ¿Es esa respuesta una contradicción insoluble? Si pero un poco de No.
Expliquémoslo: la historia pasada es la prueba más patética de que la práctica conforma el criterio de la verdad. Los hechos pueden ser alterados, deformados o deteriorados en la teoría pero no en la práctica. El capitalismo, hasta ahora, se fundamenta en el dominio y privilegio de la propiedad privada sobre los medios de producción, en la explotación de la mano de obra asalariada como productora de la riqueza, en la obtención de plusvalía para el capitalista como producto que no remunera el plustrabajo del obrero, en el expansionismo político para ejercer dominio de unos pocos Estados sobre muchas naciones, en el reparto geográfico del mundo entre las pocas potencias imperialistas que lo dominan y en el saqueo económico de la riqueza de la humanidad para favorecer o enriquecer cada vez más a una reducida minoría clasista en perjuicio de la inmensa mayoría social. En fin: son los más poderosos, ricos e influyentes empresarios económicos – a través del monopolio en el mercado mundial o economía de mercado- los que le dictan las pautas políticas de dominación al mundo. Si eso no es así, entonces, habría que creer en que Dios fue el invento de un artesano para que hombres con sotanas difundieran la oferta de mercancías como el supremo profeta de sus designios.
Es completamente cierto que toda regla tiene su excepción. Ha habido y no podemos negar que existen algunos burgueses que se han resteado o se restean con el proletariado en sus luchas por derrocar el capitalismo y construir, sobre lo mejor de su legado, el socialismo. Para no andar en mucha investigación de ejemplos, nada más y nada menos que el más grande colaborador de Marx, para crear el marxismo, fue Engels, un rico maravilloso que abrazó el socialismo y sus aportes tienen una dimensión invalorable. Y si vamos al caso de Venezuela, Gustavo y Eduardo Machado se pierden de vista como ejemplo de ricos que dedican casi toda su vida a la lucha por el socialismo. Esa es una verdad irrefutable pero como excepción, repito, de la regla, porque si la mayoría de los burgueses se restearan con el proletariado no habría ninguna necesidad de lucha de clases y, en el fondo, los socialistas serían más bernstenianos que marxistas por aquello de que “el objetivo final, sea cual fuere, es nada; el movimiento es todo”; es decir, las reformas conducirían, sin necesidad de lucha de clases ni partidos políticos ni sindicatos, pacífica y armoniosamente al socialismo y la revolución no sería la locomotora de la historia sino el inevitable resultado de las “buenas” intenciones de los burgueses que superan los ”malos” instintos revolucionarios del proletariado.
Pero los hechos reales, que son las verdades, pueden o dicen mucho más que las palabras. Casi todos los empresarios son opuestos a que exista una política de escala móvil de salarios que vaya de la mano cada vez que suban los precios de las mercancías y, fundamentalmente, de primera necesidad o, mejor dicho, cada vez que la inflación toque los bolsillos de los trabajadores para anuciarles la reducción de su salario. Cuando se discute un contrato colectivo en una empresa capitalista, por lo general, el patrón termina cediendo –muy por debajo- de acuerdo a la carta que pone sobre la mesa y que no pocas veces coincide con la que el sindicato lleva debajo de la manga de la camisa. Siempre alega, para su provecho, que la materia prima está muy cara, que se encuentra al borde la quiebra, que no recibe los dólares suficientes para adquirir la materia prima que le hace falta para una buena producción, que ésta no es bien recibida en el mercado, pero nunca deja de reconocer que sólo la propiedad privada sobre los medios de producción y la inversión de capital privado son las únicas garantías de progreso y de una economía próspera para satisfacción de las necesidades de toda la sociedad. Gato por liebre.
Ciertamente, en progreso y desarrollo, el capitalismo ha cumplido el rol que jugó el esclavismo frente a la comunidad primitiva y el feudalismo ante el esclavismo. Nadie debe dudar de su gestión revolucionaria y de transformación económicosocial. Pero, tampoco debe dudarse que, ahora, la propiedad privada sobre los medios de producción y el Estado que se levanta sobre ella, son causales no sólo del estancamiento del desarrollo económicosocial sino, incluso, de las guerras que se hacen para mantener al mundo con un nivel insoportable de miseria para los muchos y de goce de riqueza para los pocos.
¿Cómo podría creerse en empresarios que se identifican con el socialismo? Muy sencillo: poniendo sus medios de producción, su capital y sus conocimientos al servicio del Estado proletario y de su programa de transformación socioeconómico; y, al mismo tiempo, no sólo pagando buenos salarios a sus obreros por trabajo realizado o por lo producido sino, muy importante como prueba de su fidelidad al socialismo, repartiendo a final de año el mayor porcentaje de la plusvalía entre sus trabajadores. ¿Qué más pruebas que esas? Pero un empresario que se rija por el estricto esquema capitalista para él enriquecerse al máximo con el trabajo mal remunerado de los obreros y negándole a éstos buenas reivindicaciones económicas, será socialista en el Cielo o en el Infierno o en el Purgatorio pero no en la Tierra ni que haga sana transición a ésta desde el Limbo, donde sus dichos tienen demasiados trechos con el hecho.
El obrero debe desconfiar del patrón privado, aunque éste le jure por Dios y todos los santos que es un socialista convencido en el dicho. Lo más importante es el hecho recortando lo máximo posible el trecho. Y esto significa, para cualquier socialista, poner los intereses de los trabajadores por encima de las aspiraciones individuales. Simplemente, es un comentario en este tiempo en que los empresarios se hacen eco de las reivindicaciones de la clase obrera pero nadie debe dudar, sin estar ofendiendo a nadie, que eso termina por ser no más que un dicho que niega el hecho porque no se ha inventado un trecho para comprobarlo colectivamente. ¡Bienaventurados los ricos que ponen su fortuna a favor de la causa de la emancipación de la humanidad!