Resulta curioso que la Ley de Consejos de Trabajadores genere polémica. En cuanto a su idea, es indiscutible que proviene de una disertación lógica y necesaria, por parte del Comandante Hugo Chávez, sobre los aspectos que atañen a la labor diaria de millones de venezolanos. Sin embargo, su implementación es campo fértil para la discusión colectiva. Algunos de nosotros hemos tenido a lo largo de nuestra vida como ejecutantes de la actividad profesional, contacto con las organizaciones de trabajadores; sinceramente, no ha sido -al menos en mi caso personal- un contacto feliz. Hace algún tiempo ya, y en esto quiero intencionadamente caer en lo anecdótico, la vida me colocó en el papel de responsable de un proyecto de diseño arquitectónico para un reconocido local caraqueño. Mi sorpresa fue mayúscula, cuando después de acometer el proyecto de remodelación y construcción, una suerte de colectivo de trabajadores con un nombre que no recuerdo (no sé si lamentable o afortunadamente), entró a trompicones en el contexto, apagó las máquinas, se instaló en el lugar y me increpó a conciliar una reunión (de carácter privado, claro). En dicha reunión, se me exigió el 25% del ingreso que iba a recibir. Así, sin más. La justificación era que eso resarciría a los trabajadores bajo mi responsabilidad, ya que eran “afiliados” a su organización.
Para nadie es un secreto que los sindicatos nacen como una forma de organización que lucha (si recordamos a nuestro viejo amigo Lenin) por el poder en el ámbito laboral. Lamentablemente, el pueblo venezolano recuerda aún los avatares de Manuel Cova y Carlos Ortega, dirigentes de la Confederación de Trabajadores de Venezuela. Una oposición frontal, malévola, mercenaria e irracional contra la Revolución Bolivariana. Y es que esta posición no sólo era política. Era una acción cotidiana en los espacios más insumisos por parte de la burguesía, conquistados a pulso por nuestro proceso. Una negación, una dilatación con la mora y el irrespeto por los ideales y valores que enarbola el socialismo. Seamos sinceros. Aún lo vemos a montón en las organizaciones públicas. No vale la pena engañarnos.
Hoy leí en el portal de noticias Aporrea una información que le da cabida a opiniones personales de trabajadores de diversas instituciones, a propósito de la marcha realizada ayer por la aprobación de dicha ley. Lo que me impactó fue ver y oír a trabajadores de la Escuela Latinoamericana de Medicina Dr. Salvador Allende, donde ejerzo funciones como Coordinador de la Oficina de Gestión Comunicacional, acusar en primer lugar a la Directiva de esta Institución de colocarse en una posición de resistencia o prevención contra, precisamente, los trabajadores que quieren conformar un Consejo de Trabajadores. Lo tragicómico del asunto es que uno de estos trabajadores, labora en mi equipo. Cuando veía (oía) sus declaraciones diciendo que le habían negado el permiso a asistir a la marcha, que los reprimían, que les imposibilitaban los espacios para la organización, debo confesarles que me asaltó la impotencia, la indignación. Sobre todo porque mientras escribo estas líneas, tengo en la mano el permiso otorgado, tengo los documentos que constatan el otorgamiento de espacios para la reunión, equipo técnico, etc. También tengo sus reportes de evaluación laboral; y no se vaya sin leer esto, querido lector: también su reporte de inasistencias en el mes. Y es, para decirlo con reminiscencias nietzscheanas, abismal.
Vamos a ver. Podría mostrarle a ud. un sinnúmero de citas de autores que han estudiado el tema de la organización laboral y la lucha que implica de manera seria. Podría disertar sobre estas experiencias y apreciaciones, para llegar a un punto en donde básicamente, no hay retorno. Porque la organización laboral es un derecho y en estos tiempos de guerra contra intereses transnacionales e imperiales, una necesidad. Pero tampoco es un Caballo de Troya, en donde precisamente los trabajadores que menos demuestran efectividad, interés, asertividad (y sé que esta palabra le da urticaria a más de uno), compromiso… sean los integrantes de esta novedad. Y es que no hay que ahondar mucho, ni pensarlo demasiado. Los trabajadores en las Instituciones públicas, y más en las que nacen al fuego de la Revolución se caracterizan por ese compromiso, ese fuego sagrado que nos consume de manera colectiva, que nos hace insomnes, incombustibles, inmortales. Aquellos imprescindibles a los que se refirió Brecht. Entre éstos no suelen figurar los que se dedican a urdir tramas, mentiras y contubernios -más propios de la ociosidad y la necesidad de significarse en la forma más mezquina-. El peligro, entonces, es que los legítimos y necesarios Consejos de Trabajadores, en una perspectiva de ahondamiento del proceso revolucionario emprendido, terminen convirtiéndose en espacios propicios para las ambiciones desmedidas, la iniciativa de los ignorantes, eso sí con voluntades enfermizas de poder. Se terminen convirtiendo en legitimadas células larvadas que, en nombre de la revolución, dinamiten los procesos emprendidos con seriedad y honestidad.
Y acaso estas organizaciones son un reflejo de esto? Cómo saberlo? Cómo aprehender estas iniciativas, con qué se comen? Y más: Por qué estas declaraciones, si parten de una falsedad recurren a la simbología y la hipertextualidad del discurso de la derecha? O es que acusar a una directiva que es sinónimo de liderazgo y entrega, de fortaleza y pasión por el proyecto con epítetos de “infiltrados” no es meter la mano en la bolsa de matrices de la derecha mercenaria contra este proceso, y socavar la imagen y el funcionamiento de las Instituciones? Se nombran a entidades como PDVSA. Quizás la ELAM no tenga el peso ni la importancia en el surco del desarrollo nacional como la anterior, pero coño, es un proyecto de Chávez! Es un hermoso ideal que construimos todos los días, con esfuerzo, con ganas de ponerle el corazón todos los días y yo no he encontrado nada más que estímulos en esa directiva a la cual se agrede deliberadamente.
Me niego. Me niego a ser comedido, a pensar mucho porque un revolucionario siente en las vísceras la injusticia. Y consecuentemente, me atrevo a expresar lo que digo porque estoy convencido, tengo los argumentos, tengo la experiencia de que una organización de trabajadores de estos tiempos no puede permitirse el lujo de alojar en su seno más que aquellos a los que se le admire, vale, sin tantos adornos ni retórica. Aquellos que dejan en la brega algo más que su tiempo cronometrado, los que saltan las limitaciones, los que buscan y encuentran, los que se preparan, los que se aferran a su perspectiva política como signo de irreverencia pero también, de lealtad ideológica. No me jodan, entonces. Desde la humildad de un trabajador más les invito a los promotores políticos de esta iniciativa, a los partidos y a sus representantes discutir. Discutir hasta sangrar los oídos, porque si estamos inventando formas de organización para esta guerra, si estamos sembrando la semilla y las bases de nuevas estructuras, no podemos dejar que esto nazca intoxicado, con la perfidia de una etapa que intentamos, a toda costa, dejar atrás.