Lo primero que debemos comentar qué es trabajo.
¿Trabajar? ¿Qué es eso?
No voy a responder como un académico pretencioso acudiendo a Marx u otro que pudiera "sacarme las patas del barro", por varias razones. La primera, porque no sabría cómo hacerlo; eso es "mucho camisón pá petra", pretendiendo ser como un académico o lo que llaman "teóricos", pues uno no es sino maestro de escuela, de esos que Aristóbulo les paga, "como si fuesen menos que peón de fábrica"; y, si acudo a libros, pesco algo y pongo unas citas, pudiera eso parecer, con sobradas razones, pretencioso y, además, lo más probable, es que no explique nada. Y es como un vestirse con ropa prestada.
De repente, como sucede abundantemente, lo citado no tiene que ver con el asunto en cuestión o es tan enredado que el lector, como yo mismo, nada entiende. Pues hasta quienes lo hacen tampoco saben qué dijeron porque eso pusieron para impresionar a los lectores y hasta que estos crean. Como para que digan, "ese carajo es todo un vergatario". Es decir, me quede dentro del barro y con las patas sucias. Y la gente pendiente sólo del "patuque" que uno armó. Sobran quienes eso hacen y pareciera hablan para ellos mismos. Además, el título de este artículo, obedece a algo muy común y pedestre, la primera frase se refiere a una respuesta cotidiana, que escucha usted en la calle y en el mercado.
- "¿Tienes papelón?", preguntamos a quien siempre nos lo vende.
- "¡No, no tengo!" Responde el interrogado y se alarga en dar las razones porque no tiene papelón.
Explica que quien se lo vendía a determinado precio, de repente lo subió exorbitantemente y por eso no quiso comprarle; se vería, según él, obligado a venderlo mucho más caro y ¿quién lo va a "comprá"?
- "Porque nadie va a trabajá pa´ perdé".
Y además agrega, uno no sabe exactamente por qué, pero es parte de lo cotidiano:
- "No me voy a prestá tampoco para especular a mi clientela".
Aunque, al día siguiente, con toda seguridad, tendrá el papelón y al nuevo precio; dijo aquello por dar una respuesta y fingir, hasta como solidario, con su cliente. No lo tiene ahora por razones totalmente distintas a las que esgrime.
Trabajar entonces es hacer una serie de vainas, unas veces individuales o colectivas, que podrían terminar, en veces, por unirse o sintetizarse en algo que alguien lo coge para sí, lo vende al mayor a otros que lo ponen en venta en el mercado minoritario, llamándosele a eso también trabajo. De donde trabajar sería hacer cualquier cosa siempre que a uno le paguen o se ponga en una buena plata por eso. Entonces quienes escriben, como el suscrito, que se la pasa todo el día en esta vaina, no pasa de ser un vago e inútil. Y, tanto que, hasta mi compañera, pese su nivel, en veces me dice, "antes que vayas a sentarte en la computadora, hazme este trabajo". Que consiste en pelarle unas papas. Esto es trabajo, pero escribir es "sentarme frente a la computadora". Tan esto es así, que uno mismo, hasta sin darse cuenta, suele decir "yo ya no trabajo, estoy jubilado". Porque escribir no es trabajo, es un "mata tiempo".
De aquellos que venden y compran, hasta con poco trabajar, ganan un realero; y mientras más ganan, según ellos, es porque más se joden, aunque no suden ni les salgan callos en las manos; pero los trabajadores propiamente dicho, sujetos a un salario, sobre todo si su patrón es el Estado venezolano, nada ganan. Y decimos esto último porque decir, ganan poco, sería hacer una definición insuficiente. ¿Me expliqué? Creo que no, pero por allí es la vaina.
Un supuesto "marxista", de esos que escriben "para que no le entiendan los reformistas y hasta trasnochados", tanto que nada explica porque no entiende el asunto del cual habla pero se explaya en citas de autores, para meter la cabra al pendejo que lo lea, que lo es todo el mundo menos él, según su muy estricta y coherente concepción del mundo y de la gente, pues se concibe así mismo como integrante de una logia misteriosa, daría una explicación complicada como valores de uso y de cambio, que él mismo no digiere bien, tanto que no puede explicarlo en cristiano, por eso se escuda tras a las citas y, quienes eso leemos, nos quedamos en las mismas; mejor no hubiese dicho ni escrito nada.
Lo cierto, aparte de esas definiciones complicadas, sobre el concepto de trabajo, pues siempre se relaciona con dinero, de manera que esto que ahora hago no es trabajo porque nadie me va a pagar a menos que se me atraviese un tipo demasiado bondadoso que sabe la peladera de uno. Pero eso que "nadie trabaja pa´ perdé", como dijo el vendedor de papelón, es una solemne mentira.
La mayoría de los trabajadores, esos que trabajan bajo dependencia y sujetos a un salario, se la pasan en eso, trabajando como esclavos para perder. Ni uno gana. El trabajo de ellos, si lo valoramos como una mercancía - ¡coño caí en la vaina que no quería! -, es una que sólo sube un poquito de precio cuando las demás andan por el cielo. Es decir, siempre queda depreciada. Por ejemplo, el empresario compra y vende mercancías a otros empresarios al precio que a cada uno de ellos le conviene y acuerdan, pero el correspondiente a la del trabajador la ponen aquellos solitos sin que su dueño tenga derecho al reclamo. Es como decirle al vendedor de papelón, "el precio del papelón que te voy a comprar es este y no discutas". Porque ahora, los sindicalistas, ni de eso se ocupan; están por tumbar al gobierno o pendientes que este no se caiga. Pero el trabajador sigue trabajando, no para ganar sino para no morir más temprano; porque su vida se le va en un solo depreciar. Es decir, el trabajador asalariado, "trabaja pá perdé" y para que quienes no trabajan o lo hacen muy poco, relativamente hablando, los empresarios, ganen bastante.
Menos mal que uno que escribe estas vainas, de antemano sabe que va a perdé y como para eso está preparado, no se frustra, no se siente engañado y explotado porque con lo suyo, a lo mejor, digo yo, nadie tampoco "ganó" nada. Y si a uno lo mandan al carajo o le aprietan las tuercas, el dolor es menor porque eso se espera.
Ese vendedor de papelón a quien le subieron el precio de la mercancía que vende, le subiría el precio que le cobraron a él con una ganancia que le satisface "su deseo de trabajar", si no, no. Porque él no trabaja para perder; es decir, como los empresarios, no le gusta el trabajo; si no le pagan bastante, tanto como que los bolsillos se le rompan, no trabaja. ¿Qué empresario, de esos "que viven echando de su pecho maravilla", con lo de "a mí me gusta el trabajo y toda la vida me he partido el pecho para llegar donde estoy y tener lo que tengo", trabajaría si no gana bastante? ¿Quién de ellos lo haría si no ganan cien veces más que quienes para ellos producen juntos? ¿Qué empresario se conforma con ganar un poquito más que uno de sus obreros porque a él el trabajo le fascina? No voy a decir que el empresario no trabaja, sería un tremendismo, pero resulta que su trabajo consiste en organizar gente que trabaje para él y sobre todo que le produzcan bastante real, porque si esta premisa no se da, él "no trabaja pá perdé".
Ningún escritor escribe pensando que se va a ganar unos reales. La mayoría lo hacen invirtiendo su tiempo libre y hasta para cubrir el destinado al ocio. Para un escritor, lo que hace es un trabajo placentero. Como lo es el del pintor, etc. Y se lo gozan. Claro, hay quienes han ganado y ganan mucho dinero escribiendo, pero esas son raras excepciones. Y quienes llegan o han llegado a eso, nunca pensaron que lo harían. ¿Cuánto habrán cobrado Cervantes por el "Quijote", Dante por "La divina Comedia", Edgard Allan Poe o Walt Withman por sus poemas? Andrés Bello y Simón Rodríguez casi se murieron de hambre. ¿Acaso no sabemos los venezolanos bien como otros vivieron o se "gozaron" el arte de Armando Reverón? Los grandes poetas que fueron Rubén Darío y José Antonio Ramos Sucre, vivieron siempre dentro de grandes estrecheces.
Los "maestros" de siempre, en cualquier nivel, trabajaron con placer. Fíjese el lector que la palabra maestro le metí entre comillas para espantar y callar a quien ya escucho decir la misma cantinela. Porque, así como un poeta, pintor, escultor, etc. después de trabajar duro mira su oba, como si fuese una joya o la lee y la relee y hasta deja pasar sus manos sobre ella, siente un placer, goce infinito; pero del vendedor de papelón y el empresario, hasta alguno que quiera ser presidente, dirá para sus adentros, "ese es un pendejo que pierde su tiempo, trabaja pa´ perdé", mientras acaricia su paca de billete o besa su cuenta bancaria. El maestro trabaja redondamente pa´perdé, porque su pírrico salario debe devolvérselo completo al empresario y al vendedor de papelón por sus mercancías y de paso les educa a sus muchachos, con lo que ellos vuelven a ganar.
Por supuesto hay quienes trabajan solamente por ganar y ganar bastante y siempre respaldan a quienes gobiernan para que hagan u obliguen a trabajar a otros, quienes pierden salud y vida, lo que no compensa el salario. Pues resulta que quienes trabajan "Pa´ganá y no pa´ perdé", componen al mundo como es, para eso tienen el poder, que ellos ganen mucho sin trabajar o trabajando poco y los que trabajan mucho no ganen nada o trabajen pa´ perdé.
El maestro cuando trabaja un objetivo y concluye que los alumnos lo alcanzaron más que satisfactoriamente, siente mucho orgullo de lo que hace, pese la paga es muy mala, como que "trabaja pá perdé". ¡Cuánto placer produce el saludo y abrazo de alguien que le uno le agradece haber sido su maestro! Porque como dicen en mi pueblo, "perdiendo también se gana".
En verdad, pocos trabajan para ganar, pero la mayoría lo hace perdiendo y hay soñadores quienes hasta sin ganar dinero y con placer. Y esto último puede convertirse en un arma contra quienes sólo trabajan "pa´ ganá".
En Venezuela, los trabajadores, como en todas partes del mundo, lo hacen "pá perdé", pero no porque quieran, sino porque también se lo imponen. Pero como el gobierno se dice socialista y se siente obligado a lo contario, les ofrece "Un mundo feliz", quizás como el Aldous Huxley, pero para después que mueran de cansancio e inanición, allá en el cielo, porque en la tierra, por lo visto, no se puede construir por ahora el socialismo. Con razón, en el siglo pasado, los revolucionarios hablaron de "Asaltar el cielo".