Yo hubiera querido hablar del salario entre nosotros y por el de todos nosotros los trabajadores, pero observo y, hasta lo siento en la piel, que eso espeluca. Por todo y todo. Por eso, diré lo que se me ocurra, pero al final, el lector se percatará que no pediré aumento de salario. Hay quienes no quieren de eso se hable, porque según sus análisis, el trabajador debe acostumbrarse a ganar casi nada, aunque no coma y no pueda ni curarse un resfriado. Según, parece, el patriotismo y el aspirar a eso que Chávez llamaba "el vivir bien", que empieza por percibir buenos salarios, están en contradicción de acuerdo al último edicto, no sé exactamente de cuál autoridad. Pues si al trabajador aumentan el salario, las cosas suben de precio, como sucede a diario; por esa causa y hasta más allá de aquel aumento. Aunque uno observa, cómo que, pese no aumenten el salario, el dólar y todo sube y ¡vaya cómo han subido entre enero y febrero sin haber aumento de salario!, eso lo sabrán mejor los técnicos del BCV y ministros de la economía, aunque ellos no hagan mercado.
Y es y debe ser así, porque aumentar los salarios es pretender que los ricos tengan que producir y hasta trabajar más para atender la demanda o se empobrezcan, lo que es lo mismo, que sus ingresos no suban tal como ellos lo tienen planificado. De modo que, en breve tiempo y es de lo sé que trata, la tendencia del modelo capitalista de esta etapa, es evadir nuevas crisis; que la riqueza más se concentre y la pobreza se expanda. La expectativa de vida hay que disminuirla, que la gente se muera más joven, para que no haya que pagarle pensión o jubilación por tanto tiempo y menos servicio de salud, y así, de esa manera, los ricos se hacen más ricos y su vida se alarga. Entonces, el mundo debe marchar de modo que los ricos "coman pan, torta y hasta jamón y los pobres, mierda, mierda", todo lo contrario de aquella furibunda y procaz canción de la España republicana.
Está probado, hasta el cansancio, por los hechos, y por el juicio de Jesús Farías y los economistas del BCV, que la causa de la inflación, ya no es ni siquiera la inducción promovida por el "dólar criminal", las sanciones de Trump, sino por los aumentos salariales. Son los obreros, con sus desmedidas aspiraciones de mejorar la vida y hasta ambiciones de querer vivir como unos pachás, quienes dañan el modelo, progreso y equilibrio. Entonces que, los trabajadores se pongan a pedir, reclamar aumento salarial, no es más que un gesto subversivo, un cómo volverse guarimberos y, en consecuencia, para no caer en eso y proceder conforme demanda el FMI, deben entrar en el espacio del merecimiento de callarse y no hablar de esa vaina si no quieren que les caiga la chupa.
Por este como drama, disyuntiva, de esta etapa del capitalismo, donde aumentos salariales, reclamos obreristas, contratos de trabajo, etc., son como dinamita bajo las bases del puente, para seguridad de uno, corriendo el riesgo de volverse antipatriota y en consecuencia sujeto a muchas vainas, hasta la sombra y el no estar, lo mejor es hablar de las remuneraciones entre los parlamentarios griegos y el cómo en ellos era eso y si acaso, con mucha delicadeza, hacer apenas una referencia cómo es eso entre los diputados a la AN.
Bien sé que recordar a los griegos es casi un lugar común cuando se habla de arte, poesía, escultura, pintura, filosofía, política, etc. Pero no le queda a uno otra alternativa, pese a que lo tilden de fastidioso o presumido - da igual -, que volver sobre los ilustres descendientes de Helenos y Pelasgos, cuando se trata de buscar los orígenes de muchas de nuestras instituciones políticas. Los griegos, en cualquiera de las ciudades expandidas por la parte continental europea, en el área peninsular que los clásicos llamaron el "Peloponeso" o en el sector asiático, no se andaban con remilgos o escondederos detrás de un lenguaje balurdo y presumido en el momento de mejorar su "democracia". Era una democracia esclavista y con linaje, pero sujeta a cambios frecuentes para resolver los enfrentamientos entre quienes ellos admitían como ciudadanos. Es decir, no se hacían los locos ni se dejaban enredar en un problema o pandemia por muy seria que fuese, para desatender los reclamos populares o de quienes eran ciudadanos.
Y de esas ciudades griegas la que más se destaca es Atenas. Fue en esta ciudad, ubicada en el norte del "Peloponeso", en la costa oeste del mar Egeo, donde nació la figura del representante popular a los órganos del poder público con asignación pecuniaria del Estado; es decir, allí nació eso que hoy llamamos legislador con sueldo, que el fisco nacional cancela puntualmente, sin retraso alguno.
Uno de esos tantos reformadores, que en Atenas los hubo en número apreciable, entendió un día que era un ventajismo de los grupos económicos - nobles o plebeyos - que la representación en las asambleas encargadas de legislar y vigilar la conducta del poder estatal, no fuese recompensada con un salario decente. Pues si esto no se hacía, la representación popular, cuando recaía en verdaderos representantes del pueblo, faltaba en su trabajo y en su obligación de vigilar por carecer de los medios económicos para dedicarse con libertad a esa tarea. Pericles, Clístenes o quizás otro - ahora mi memoria no precisa - decidió que cada legislador o representante a las asambleas del Estado debía percibir eso tan astringente que ahora llamamos sueldo.
Por supuesto, los griegos sabían que, por ejemplo, en las escuelas y los servicios necesarios, debía remunerarse bien a quienes allí trabajaban, porque si no, estos vivirían la mayor parte del tiempo silbando iguanas, matando la perra o tigres para cuadrar lo que hubiere que cuadrar para no perecer de hambre.
Para los griegos ejercer la representación en las asambleas, si se fuese noble, rico o plebeyo, era algo mucho más que un honor. Allí debían ir los mejores. Y en verdad que muchos de estos iban. El griego poco interés tuvo en la cuantía de la mesada aquella. Al rico poca falta le hacia esa cifra de dinero. Al pobre le bastaba para cubrir sus necesidades y vivir decentemente y con dignidad. Y esto significa disponer lo necesario para que dignidad no se escapase y dejase cuerpo y alma en manos de lo indigno y miserable.
La medida fue considerada y lo es, de carácter popular y, para el regusto de otros, progresista. ¡Hágase un templo a la palabra!
Se favoreció a los representantes populares -plebeyos pobres -, pues a partir de ese momento pudieron dedicarse por entero a sus sagradas obligaciones.
Y los gobernantes atenienses - arcontes les decían - para reformar cuanto había que hacerlo, no dudaban ni un instante, ni se diluían en viscosos caldos de palabras insustanciales. Como aquello del exceso de circulante, como que los trabajadores ambiciosos tienen en sus manos, carteras y hasta cuentas bancarias demasiado real, lo que sólo está permitido a ricos y empresarios. Y entonces hay que, si no bajarles el salario si congelárselo y dejar que la inflación, como quien no quiere la cosa, se encargue de aquello.
Y los representantes, con toda la sabiduría que atesoraban - no se halló entre ellos un analfabeta funcional - no evadían el cumplimiento de sus responsabilidades, ni se ausentaban del trabajo, alegando la pequeñez del salario. No registra la historia de la legislatura ateniense que la presunta insuficiencia de la mesada, en todo caso tres y cuatro veces superior a la de un profesional medio atiborrado de trabajo, hubiese sido causa para que el representante popular cumpliese sólo a medias su trabajo.
Tampoco se ha sabido que los legisladores griegos se hubiesen valido alguna vez de su peculiar condición para hacerse aumentos pecuniarios indebidos, mientras otros trabajadores hasta se juegan la vida y si algo logran, generalmente es una miseria. El legislador griego, al parecer, en eso fue muy serio y respetable.
La representación popular no es una profesión ni una ocupación mercantil, es un altísimo honor y como dijo alguien, "a mayor responsabilidad más deber y sacrificio". Y quien esto no entienda no debería ir al Congreso. Y, además, desde los griegos, los legisladores están entre los trabajadores que más ingresos perciben. Tampoco los griegos se valían de la representación popular para ponerle la mano a algún negocio, como la distribución de algo y poner allí alguien de confianza para "repartirse la cochina",
De modo que, los miembros de la AN, deben cuidar, como creo lo están haciendo que, para ejercer con propiedad, a tiempo completo, sin tener que estar matando tigres por fuera para cuadrar la arepa, que su salario sea de los completos; eso no daña el patrimonio de la clase empresarial y, en consecuencia, no disminuye el ritmo de acumulación de los ricos, lo que el Estado y quienes le manejan, para subsistir, deben garantizar.
Pero eso, deben poner énfasis, para no perder la chamba, en impedir que allí nadie hable de aumentar los salarios de los trabajadores, ni siquiera de la AN misma, sabiendo que hay mecanismos, hasta más efectivos y rentables que los bonos a los cuales tienen, la mayoría de ellos, de fácil acceso. Guaidó y los suyos, tienen como darle a quien lo quiera, cursos y hasta diplomados en eso.
Y los diputados a la AN no van a hablar de salario y ni siquiera mencionarán la palabra, porque con hacerlo inmediatamente se induce a la malignidad de pedir sea aumentado a los trabajadores, más allá de ese recinto y, quien lo haga, nada conseguirá pues, para volver hablar allí de eso, quien se atreva, deberá esperar, que hablen antes que él, 276 oradores, que lo harán de todo, de las pajaritas preñadas, las sopas con cabeza y patas de cochino, los baños públicos a la orilla del Guaire, pero de esa vaina del salario ni de vaina. Cuando le toque el turno de nuevo a quien se atrevió a plantearlo, después que hablen 276 oradores, ya dejó este mundo o por lo menos de ser diputado.
Pero también se corre el riesgo de ser declarado antipatriota, lo que es lo mismo que pasarse al lado de los enemigos de la patria, entre los cuales ya España, aunque pareciera seguir siéndolo o vuelto a ser, no lo es tan importante como EEUU, país que, para quienes gobiernan, es el imperialismo íngrimo y sólo, por lo que sigue siendo válido aquello de gritar con énfasis y especialización ¡abajo el imperialismo yanqui!, lo que ahora equivale, ¡arriba los otros! Y detrás de ese grito, ¡Abajo los salarios!
La lucha por el salario es una piedra en el zapato del capitalismo, por eso, quienes en eso se pongan, merecen el exterminio por antipatriotas.