Los hijos del pueblo unido

“Muerto el perro se acabó la rabia”, dice el dicho popular, y eso mismo pensaron –y lo dijeron–, varios voceros de la contrarevolución. “Sin Chávez, el chavismo se parte en mil pedazos”, “si Chávez se muere, la revolución se acaba”, se oía en los círculos de la derecha, y, también, hay que decirlo, entre algunos voceros del propio bando chavista.

El análisis, por el cual se llegaba a esta conclusión, partía de la base que todo, absolutamente todo, giraba en torno al líder bolivariano, a sus ideas, iniciativas, determinaciones, etc. Fuera de Chávez todo era secundario, a espera de ser avalado o rechazado por el conductor. “El líder carismático” –como suelen definirlo sociólogos y politólogos– atraía a las masas por una suerte de influjo mágico, por una confluencia de factores, más bien emotivos que otra cosa, por su simpatía, discurso simple, por su apelación a una retórica patriotera, a la religiosidad popular, por su paternalismo, etc.

Pero este patético análisis, esgrimido generalmente por la derecha y la socialdemocracia –con la mediocridad y lugares comunes con que nos acostumbran–; olvidaba una cosa no menor: que Chávez era hijo de un tiempo histórico parido por la lucha popular.

Todos estos análisis partían de ver a Chávez como un “fenómeno”, nunca como producto de una lucha histórica, como la condensación de lo mejor de la venezolanidad que se expresaba e irrumpía en la política nacional en un momento dado. Chávez, para muchos, parecía un sujeto que había bajado de Marte, un extraterrestre; un soplo divino para unos o un emisario del diablo para otros. Lo que sí coincidían –unos y otros–, era en el carácter ahistórico de Chávez.

Desde la derecha se veía al Comandante como una maldición, un castigo merecido o inmerecido, pero castigo al fin. Para muchos bolivarianos como una bendición. Ambas interpretaciones lindantes siempre con lo mágico, ambas con cierta realidad también, pero tributarias siempre del hegemonismo cultural dominante.

Porque Chávez no fue otra cosa que la expresión, en una persona, de lo mejor del pueblo venezolano. Fue producto de ese espíritu rebelde, libertario, solidario, igualitario de las masas trabajadoras. Cuando se afirma que Chávez es hijo de Guaicaipuro, de Bolívar, de Zamora, del 23 de enero, del Porteñazo, de la izquierda insurrecta y del Caracazo, se está en lo correcto, pero no como hijo de un personaje o hecho histórico en particular, sino como producto de una circunstancia de acumulación de episodios donde el pueblo fue el mayor protagonista. ¿Y por qué es esto? Porque Chávez es entonces creación heroica –como decía Mariátegui– y también histórica. No irrumpe de la nada, del azar; ni tampoco de la pasividad.

Chávez aparece en un momento y lugar determinado. El Comandante es consecuencia de la necesidad del pueblo de contar con un conductor, pero también será causa de la repotencialización de los valores libertarios y de la conciencia patriótica y revolucionaria de los venezolanos. Es consecuencia y causa a su vez. El pueblo creo a su guía y su guía creo una nueva conciencia popular. Es por eso que afirmamos que Chávez es obra del pueblo, cuando éste –en un momento determinado y como consecuencia de la presión de su carga histórica–, se reencuentra con sus propios valores, dejando a un lado las gríngolas impuestas por la cultura dominante.

Y esa caída de las gríngolas se produce concretamente en el momento de la conmoción, cuando el pueblo crea a Chávez como conductor, cuando lo descubre y lo hace su líder. Pero la conmoción producida (el 4 de febrero de 1992) a su vez es, en gran medida, responsabilidad del propio Chávez. El entonces coronel se encuentra con su pueblo y el pueblo lo encuentra a él. De ahí en más, el camino conjunto.

Pero si Chávez es obra del pueblo también ese pueblo es obra de Chávez, porque de alguna manera, Chávez fue la conciencia de esa inconciencia colectiva de las masas. El Comandante interpretó ese sentir popular, esa necesidad de conducción y le dio forma, unió partes, reafirmó identidades, hizo pensar, educó e impregnó de conciencia revolucionaria a las grandes mayorías, abrió los ojos, las mentes y los corazones y enseñó con la palabra y el ejemplo.

De alguna manera se dio aquello que el ruso Plejanov planteaba en “El individuo y la historia” y que Marx desarrollará con más precisión. Pero en este caso hay una novedad más y que aparentemente se está verificando.

Cuando ese pueblo –conciente e inconcientemente– pedía a gritos un conductor, asumía también un compromiso, ofrecía a cambio algo difícil de encontrar en los anales de la historia latinoamericana: unidad y lealtad. El pueblo creando a quien luego lo tendría que moldear a él. El hijo educando a los padres.

Ahí que hoy el pueblo venezolano, ya sin su hijo Chávez, es otro que el que convivió con él. Chávez murió, el hombre, el cuerpo, pero el Chávez pueblo, el hijo del pueblo, el fruto del amor del pueblo, no. Por eso que la consigna “Chávez somos todos”, parte de lo correcto; porque entiende que Chávez es el pueblo, no cada uno de sus componentes, o los individuos, sino el conjunto totalizador.

El modelo ya no está, pero el molde sí, sigue estando en manos de quién le dio vida social. ¿”Se acabó la rabia”, entonces? De ninguna manera. Apenas a un mes de la desaparición física del Comandante, empieza a moldearse un nuevo conductor, el obrero chavista Nicolás Maduro.

Y aparece Nicolás Maduro nuevamente como hijo del pueblo que educa a sus padres, haciéndolo entender que el pueblo será indestructible en tanto venza la “Maldición de Maracapana”, o sea, cuando deje atrás la larga historia de traiciones y desunión del pueblo. Porque sólo el pueblo unido puede en momentos determinados crear obras de tal envergadura como lo fue Hugo Chávez Frías. Nicolás, otro emergente del poder popular, de los mejores valores de los venezolanos y venezolanas, no es Chávez, pero nace del mismo molde, del mismo origen, de la misma matriz, de los mismos padres.

Es el pueblo el que pare revolucionarios y conductores. Y esos hijos del pueblo cuando saben escucharlo, cuando saben unirlo y educarlo, cuando predican con el ejemplo, reciben a cambio la lealtad y la unión de las grandes mayorías que transforman la historia. El pueblo está creando un nuevo conductor, Chávez dijo que Nicolás es el designado y éste empieza a crecer dejándose moldear por las laboriosas manos del bravo pueblo.

Que no se ilusione la derecha venezolana, que mientras exista unidad y lealtad en el pueblo, la revolución se queda para siempre.

fernando.bossi.rojas@gmail.com
Director del Portal ALBA
www.alianzabolivariana.org


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Fernando Bossi

Historiador argentino. Co-Presidente de la Unión Bicentenaria de los Pueblos. Director de la Escuela de Formación Política Emancipación y del Portal ALBA alianzabolivariana.org

 fernando.bossi.rojas@gmail.com      @BossiRojas

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