La vida de los venezolanos se nos convirtió en un calvario, más allá de toda equilibrada disposición al sueño y la esperanza, más allá de toda paciencia y mental creencia de que saldremos de este hoyo. Soy pesimista y mis connacionales transitan la misma incertidumbre. Se oye en la calle, porque se percibe como un hecho físico, la tristeza generalizada. La clave de todo es el hambre La suma de las carencias materiales y la imposibilidad de adquirir lo esencial. No hay discurso que consuele. No hay palabra que aliente. No hay medida oficial que de en el blanco.
La Universidad de Oriente me canceló la primera quincena de enero el viernes 18 de enero, con tres días de atraso. El monto de la misma fue de 5.449 bolívares soberanos. Ni la mitad del Bono de Reyes ofertado por el gobierno. Con ese salario de 1,5 dólares debo comer quince días, hasta el fin de mes. Sólo comer, sin defecar ni cepillarme los dientes. Sin pagar transporte ni reparar mi teléfono, que se dañó definitivamente y me ha dejado incomunicado. Por ello, debo quitar prestado algún teléfono para meterle el chip y resolver alguna urgencia con mis familiares. Después de impartir clases de lingüística durante 25 años en una universidad venezolana y escribir cuarenta mil cosas durante 36 años, no puedo ahora ni enviar un mensaje de texto, por cuanto mi salario no permite reparar el teléfono.
El flamante afroamericano elevado al cuadrado, profesor Aristóbulo Istútriz, ha dicho, como ministro de educación del pueblo mismo, que en Venezuela los obreros y los profesionales, independientemente de sus títulos académicos, ganarán los mismos sueldos. Es cierto, ya los estamos ganando. Incluso, ganamos menos que muchos obreros sin estudios universitarios. Este mamarracho de ministro llama a eso igualitarismo y socialismo siglo veintiuno. Pero la fama de corrupto que lo precede desde que fue gobernador de Anzoátegui, bajo supuestos negocios y bienes entre Guanta y Lecherías, deja su moral muy en duda. Sin embargo, en sus manos descansa la garantía de la educación de nuestros niños y jóvenes. Es el ministro de educación. En ese sentido su mensaje es muy claro y muy afroamericano: Estudien todo lo que quieran para que ganen y trabajen como simples obreros. Como negros esclavos, semejantes a los explotados seres de la colonia. Un médico y un miliciano barredor de calles serán técnicamente lo mismo para el Estado venezolano. Yo quisiera pagarle al profesor ministro mi sueldo actual para que venga a mi casa a limpiarme la poceta con los dientes que se gasta. Así me demostraría que tan buena y tan grata es su teoría del igualitarismo socialista en cuanto al derecho a los salarios por profesión y por ocupación.
Durante los días de reyes pude hablar con unas jóvenes margariteñas que trabajan en Ecuador y Perú. Egresadas de la Universidad de Oriente. Una de ellas ingeniero. Sus cuentos, sus anécdotas, sus vivencias son muy tristes. Han debido renunciar a casi todos sus empleos porque los jefes les piden, abiertamente, el servicio de cama, el servicio de sexo, para aumentarles el sueldo o no despedirlas. En ese escenario, la palabra dignidad se sobrepone a todo otro valor. El mal trato impresiona. Lo poco que se ganan no les permite ahorrar, y aquellos que crean una pantalla falsa enviando sendos teléfonos a sus familias para hacerles creer que les va de lo mejor, mienten a sus familias. Las más de las veces apenas comen. Su vida en la diáspora es triste y hasta salvaje. Los atracan, los insultan. Deben hacer grupos para controlar de algún modo la vulnerabilidad. Quienes han podido llevar suficientes dólares y auto emplearse en menudos negocios de ventas, subsisten; pero sólo es eso, subsistencia, en un medio ambiente extraño y hostil.
El consejo de mis jóvenes amigas es taxativo: Quienes tengan empleo en Venezuela, por muy modesto que sea, mejor quédense en el país. La aventura por sí misma no alimenta al cuerpo, no consuela las miserias, ni satisface las necesidades del espíritu. No sumen una tristeza más a la que ya llevan encima. La discriminación es redonda. Quizás dentro de unos años, sacadas las cuentas básicas que deja la experiencia pasada, estos jóvenes reconozcan que los flagelos de la diáspora han sido una inmerecida suerte de infortunios y desventuras. La inútil vivencia de una locura intolerable.
Otro joven que reside en Bogotá ha sido víctima de atraco, despojado de todas sus pertenecías, por dos pistoleros de postín, bajo amenazas de muerte si lo vuelven a ver. El muchacho tiene ahora el dilema de regresarse a casa o permanecer en Bogotá expuesto al crimen y al abuso. Muy lamentable todo esto. Sin dudas hay políticos opositores que alientan el éxodo para contribuir a mantener la matriz de opinión de que hay una dictadura en Venezuela. Sus intereses mezquinos, financiados por los EE.UU y sus organismos terroristas propician este tipo de adversidades. Estamos claros que nuestros salarios son miserables y ningún trabajo honesto permite vivir con dignidad, pero tenemos las garantías básicas de que no se nos mancilla tan impunemente. Aún viviendo en situación de pobreza extrema, podemos transitar libremente por el país sin que nos rechacen foráneos, sin que nos aborrezcan de manera tan oprobiosa como ocurre en Colombia, Perú y Ecuador. A pesar, incluso, de la inseguridad social.
La juventud tiene las armas de la creatividad y los impulsos de las iniciativas productivas. Hay que aprovechar sus energías y sus talentos. Apoyar a los profesionales nuevos y los consolidados con su experiencia, y armar equipos de trabajo y producción. El Estado venezolano debe asumir esta tarea más allá de toda ideología y de todo ministro bribón y pendenciero. Por encima de todo populismo electorero. Se requiere del crédito público y el financiamiento desburocratizado. Priorizar la inversión financiera a los jóvenes y a los profesionales que tenemos ideas y proyectos viables, necesarios y productivos.
Nada gana la república dejando escapar sus abogados, médicos, ingenieros, administradores y profesores hacia Suramérica para trabajar de mesoneros, amas de casa, asistentes de tiendas y hasta trabajadores agrícolas, en desmedro de sus profesiones y de su superación personal. Los pocos pesos y los pocos dólares que se ganen se gastan, se evaporan y de nada les vale en lo sustancial de su realidad material. Por ello, urge meterle el pecho a esta situación, señores del gobierno, señores políticos rojos rojitos y señores opositores intolerables, para emprender un rescate de nuestros valores, de nuestros jóvenes y de nuestras potencialidades humanas. Ahí puede estar la clave de todo. Las claves de nuestro futuro como país y como sociedad.