"He visto mucho marketing al lado suyo y también al lado de Chávez"

Isaías Rodríguez renunció a su cargo como embajador de Venezuela en Italia. "Me voy sin rencores y sin dinero"

Isaías Rodríguez

Isaías Rodríguez

Credito: El Tugurio de Luisana

20-05-19.-El embajador de Venezuela en Roma, Isaías Rodríguez, renunció a su cargo mediante una carta enviada al primer mandatario, Nicolás Maduro.

Rodríguez, quien además es miembro de la actual Asamblea Nacional Constituyente, alega problemas serios de salud para dejar su función diplomática.

El embajador, que fue constituyente en 1999, vicepresidente ejecutivo de la República y fiscal general de la República, venía solicitando hace tiempo ser relevado de la función en Italia. Lo hizo en conversaciones con el canciller Jorge Arreaza. En esta ocasión decidió presentar su dimisión directamente al jefe del Estado.

Aparte de varias crisis hipertensivas y de dolores crónicos en la espalda, Rodríguez, de 77 años, ha tenido discrepancias con varios ministros. La más reciente está relacionada con el pabellón venezolano en la Bienal de Venecia.

El embajador había sido partidario de que Venezuela no estuviera presente en esta oportunidad en la célebre feria mundial, habida cuenta de la deuda con los trabajadores locales de Milán, Nápoles, Roma, Santa Sede y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Los compromisos pendientes montan a cuatro meses, alquileres, servicios y pagos a la previsión social, atrasos generados por el bloqueo financiero de Estados Unidos y sus aliados europeos.

En su carta al presidente Maduro, Rodríguez le ratifica plenamente su solidaridad y admiración por la lucha que ha desplegado frente a las agresiones de un imperio en declive.

“Con fe absoluta me he aferrado al chavismo, cual una tabla en este océano de contradicciones que rodea su Gobierno. He llegado, sin embargo, a comprender definitivamente que no puedo convertir el agua en vino, ni resucitar a los muertos. Muchos de sus discípulos tienen muy poco de apóstoles, y es cuando todos nos preguntamos ¿si es la iglesia o dios quien está fallando?”, expresa en uno de sus pasajes.

“Créame que me siento orgulloso de haber sido su embajador y su compañero, y que, en este momento, siento como si me quitara una de las tantas contracturas que tengo (son tres) en la columna. Renuncio, Presidente, a mis dosis de insomnio, estrés, aflicción y a las víboras con cabeza triangular que desde hace mucho tiempo lo acompañan”.

A continuación, la carta de renuncia del embajador Isaías Rodríguez:

Ciudadano
Nicolás Maduro Moros
Presidente Constitucional de la República Bolivariana de Venezuela

Su Despacho

Estimado Presidente:

Desprovisto de alardes y con un inmenso respeto por esta batalla digna y valiente que ha librado contra el imperio declinante, me dirijo a usted en la oportunidad de presentar mi renuncia al cargo de Embajador Plenipotenciario de la República Bolivariana de Venezuela ante la República de Italia.

Debo reconocer que nací para martillo y del cielo me caen los clavos. No he aprendido a regatear indulgencias y ello es terrible y agotador en la política del día a día. Afortunadamente, el dolor proporciona confianza y seguridad; el dolor es necesario y opcional, cuando los pasajes duros se atraviesan frente a nuestra dignidad. Sepa usted, Presidente, que sigo senderos rectos como los de una lanza.

Su causa, que es la mía, me ha retenido como un campo de fuerza, como un imán. Con fe absoluta me he aferrado al chavismo, cual una tabla en este océano de contradicciones que rodea su Gobierno. He llegado, sin embargo, a comprender definitivamente que no puedo convertir el agua en vino, ni resucitar a los muertos. Muchos de sus discípulos tienen muy poco de apóstoles, y es cuando todos nos preguntamos ¿si es la iglesia o dios quien está fallando?

Como San Pablo, el gran faquir, renuncio a mi trabajo de recaudador y me largo al infierno. Puede usted estar seguro que cantando enfrentaré cualesquiera de las muertes que me esperan ¡Ya no aguanto más! Se ha irrespetado la Embajada donde lo represento, y tengo 77 años. Mi frente está y estará en alto, no soy de los que se quedan mirando los zapatos. Toda la vida he rechazado las injerencias que pretendan humillar o alterar mi consciencia y mi espíritu.

Quiero que sepa usted, que estoy y estaré a su lado. Pero espiritualmente. Es mi turno de ser abuelo. Lo he diferido mucho tiempo y no quiero morir sin ejercer este oficio que lo ha retardado la política. Me alisto en la Fuerza Espiritual de Operaciones Especiales para los Nietos. Necesito mucho de ellos para poder contar y escribir las historias de este tiempo, vivido desde 1.998 hasta la fecha en la cual suscribo esta carta.

La fe, Presidente, es una lección, pero también una elección. No tengo nada de que arrepentirme; he sido feliz entregándome a una de las causas más bellas de la vida: la libertad de mi país. He querido ser un compañero leal y no un diletante adulador y temeroso. No me metí en esto para sacar una espada de una piedra y convertirme en el rey Arturo. Creo en su causa y puedo bailar mazurcas con Ana Karénina. La cruz que he cargado durante estos años la acepto con benevolencia y afabilidad, como un gesto de gracia. No soy de quienes se rajan la camisa para luego decir: “mira lo que hice por ti”.

He visto mucho marketing al lado suyo y también al lado de Chávez. La gente constantemente se bautiza, pero jamás se libera de sus pecados; sepa usted, Presidente, que su pueblo no solo es insobornable sino, también, difícil de engatusar. Mucho más allá de los partidos, ese pueblo, es una gran familia que debe superar el odio. Con el tiempo sabremos quienes somos, y a quienes nos hemos parecido, a Bolívar o a Santander.

Me voy (del cargo) sin rencores y sin dinero. Mi esposa acaba de vender las prendas que le regaló su ex esposo, para poder mantenernos frente al bloqueo norteamericano. Estoy intentando traspasar el vehículo que compré al llegar a la Embajada y, como usted sabe, no tengo cuenta bancaria, porque los gringos me sancionaron y la banca italiana me echó de su lonja. Clavaron mi honestidad en una pica, pero cuando muera sabrán exactamente cual patrimonio dejo a mis hijos. Guardaré los recuerdos que de usted tengo en una caja con pelotas de naftalina.

No tiene usted que aceptar o reprobar esta carta. La haré pública porque es definitiva. No es irrevocable porque nada es irrevocable en la vida. Es simplemente definitiva, señor Presidente. No me vea ni me sienta vulnerable. Esa expresión es “neonazi” y no suena bien.

Créame que me siento orgulloso de haber sido su Embajador y su compañero, y que, en este momento, siento como si me quitara una de las tantas contracturas que tengo (son tres) en la columna. Renuncio, Presidente, a mis dosis de insomnio, estrés, aflicción y a las víboras con cabeza triangular que desde hace mucho tiempo lo acompañan.

Me voy “pelado”, como el ala de un murciélago, como si una ola turbulenta me empujara; sin ningún tormento, con la verdad de lo íntimo, de lo justo y de las convicciones intactas. Le juro que continuaré perfeccionando mi dignidad para reconocerla en mis silencios y poseerla hasta mis últimos días, y para emplearla como escudo y hacha frente a los adversarios (no tengo enemigos Presidente).

Su amigo

Julián Isaías Rodríguez Díaz



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