Siendo el arte la parte que más brilla de la cultura (de un pueblo), podríamos preguntarnos, al igual que lo hiciera Oscar Wilde, a principios del siglo pasado, al respecto de la metrópolis inglesa ¿Si existe o no un arte nacional? un arte venezolano, y si este es auténtico. Sin entrar a valorar sobre su calidad o sobre sus cánones estéticos, no; solo averiguar si es producto de un espíritu que se podría llamar venezolano. Aquí aparece mucha tela que cortar en cuanto a lo que representa el uno y que es la otra. Como derivado de esta pregunta, pudiéramos interrogarnos también sobre la existencia de una ciencia, y por consiguiente, de una tecnología venezolana ¿Pudiéramos hablar de unas matemáticas venezolanas? ¿Tratamos el cálculo o los números con algún carácter particular? ¿Hay una forma exclusivamente venezolana de investigar? ¿Sus científicos son genuinamente venezolanos o si se corresponden a la definición que hace nuestra cultura del ser venezolano? ¿O simplemente si se corresponden con el interés nacional? Claro, esto agrega al debate (si es que estas líneas generan alguno), otros temas tales como el que si una cultura es real sin el componente científico y si es totalmente necesaria la ciencia para que una cultura sea realmente una cultura, interpretando de alguna forma lo dicho por Martí: “Ser cultos para ser libres”. O para decirlo desde otra perspectiva: ¿Es la ciencia ajena a la cultura del país donde se produce? ¿Es el método científico absolutamente aséptico o pudiera estar teñido de la cultura de una nación? Por ejemplo: ¿La forma de hacer economía o la forma en que nos relacionamos económicamente, alimenta de alguna manera, el gran molino de nuestra cultura? Ciertas compuertas dividen, al interior de la vida de un país, estas divisas.
Todo pueblo tiene su cultura aun cuando no haya manifestado interés por construir su ciencia o los temas u objetivos de esta, que además es una necesidad muy moderna (mientras que la ciencia y la tecnología alcanzan grados de desarrollo que rayan en la ficción como expresión de lo ultra novedoso, la cultura no deja de retraerse a sus orígenes para constantemente sumergirse en la ancestralidad). Particularmente en el siglo XX, cuando la ciencia pasó a ser entre otras cosas, una mercancía más, con un alto valor monetario y estratégico, a los pueblos se les hizo imposible edificar las estructuras que inventaran su ciencia. Definitivamente esas secciones, de un todo integral que es el pueblo, lo impone el sistema que determina el régimen bajo el cual se establecen sus relaciones. El socialismo que se impondrá por cultura en este siglo, tiene las respuestas acertadas para solucionar todas las distorsiones, desvaríos y más especias, que introdujo el acultural capitalismo.
Para nosotros, de un sencillo entender, la cultura es todo el compendio que identifica a un pueblo, lo dibuja en su conformación mas intima, en su interior y su exterior, desde sus rasgos mas simples, hasta su visión cosmogónica. No acepta ninguna denominación más allá de presentarse como su carta de identidad, sea esta la que fuere, con sus carencias o sus abundancias.
Ciertamente, podemos hablar con propiedad, de una cultura auténticamente venezolana. Tenemos muchos elementos para elaborar discursos desde su legitimidad, pero hay uno que nos caracteriza y nos estigmatiza definitivamente: su diversidad intrínseca. Si bien ella es posible que no esté presente en todos los órdenes de nuestra existencia, lo está en renglones de resonante importancia. Lo está en nuestra dimensión biológica y social. En estos campos, la diversidad nos brota como por encanto, por doquier se presenta la diferencia muy semejante, en pequeños tramos que van matizando las grandes distancias. Con abundante frecuencia emerge la mulplicidad de colores, formas y tamaños, sonidos y movimientos que abruma la percepción, domesticando la sorpresa. Y ello ha signado el gusto, el pensamiento, el genio. Pero la circunstancia de mayor calidad que ha moldeado el temple venezolano es que la diversidad, como valor democrático natural, está incubada en su idiosincrasia y hace de este sujeto, un ser en cuyo interior, se debate eternamente, la heterogeneidad y la homogeneidad, sin que ninguna, en esta pugna interna, se imponga sobre la otra de manera definitiva. Navegan en la cotidianidad, generando su propia síntesis.
La masa venezolana que logra la unidad o la unanimidad con respecto a algo, no lo hace de manera sólida, monolítica. Se desplaza anárquica sobre el colorario geográfico y social del país, a veces inspirada solamente por un cielo encapotado, guiada por un cardumen de mariposas multicolores o por una poderosa idea que interpreta al éter de su tiempo. Ciertamente hay una conexión emocional que se traslada de esta misma forma. De ello pueden dar fe las empresas de sondeo de opinión para las cuales este valor superior, es un autentico dolor de cabeza y que las hace diseñar herramientas de recolección de datos con tantos ítem como variedad de tipos de café tomamos. Es un código encriptado en su alma, que solo es descifrado por tiempos y seres históricos, capaz de lograr empresas de magnitudes colosales en lo humano. Ayer fue la lucha por la libertad, sin reclamar nada a cambio, mas que la unidad continental. Hoy es el socialismo que debemos inventar, a cambio: la misma unidad integradora. ¡Unidos o dominados!
La cultura venezolana del siglo XXI debe enaltecer y desarrollar sus propios conceptos: “Tierra, hombres y mujeres libres” implica hoy, que la tierra, La Pacha Mama, es también libre en si, no solo para ser repartida con justicia entre los desposeídos, explotada y sacrificada por el bien de todos por igual, sino que es susceptible de libertad como sujeto de derecho, amada y respetada como vientre de la humanidad. Zamora y Evo se encuentran aquí bajo el hilo constructor del bolivarianismo.
Bolívar, nuestro Padre Libertador, no es solo un inmenso hito histórico que abisagra todo nuestro tiempo, es además, un portentoso productor de cultura. Nadie, bajo el cielo de la Colombia de Miranda, no ha oído hablar de él. No oyó nunca su nombre. No se topó con su olor y sus gestos, con sus huellas (“¡Por aquí pasó Bolívar caracha!”). No ha dejado de reproducir sus ademanes, sus formas y sus costumbres. Esta tierra se alegra cuando algún viento fuerte que se lo recuerda, la eriza. Bolívar impregnó el aire con el salitre de su sudor. El sonido de su voz de trueno relampaguea en nuestra cotidianidad, Cuando andamos con su cabalgar de “culo de hierro” nada nos vence. Orinó lejos y marcó este territorio para siempre. ¡Cuantas veces hemos pronunciado su nombre! Es la intención de la mirada de los hombres, las mujeres y los animales. Bolívar es nuestra remembranza más alegre y nuestra máxima aspiración, y entre una y otra, lo tenemos a nuestro lado, hasta cuando lo olvidamos. Cada vez vuelve con más razón que los recuerdos.
Con La Revolución Bolivariana, Bolívar cerrará un enorme ciclo cultural, que comenzó el fatídico 12 de octubre de 1.492, día premonitorio de genocidio (cien millones de personas martirizadas y asesinadas. Por allí empezó a oírse los gritos llamando a Bolívar), y quien sabe cuando terminará si es que ha de concluir algún día. Esa parábola hoy, cuenta con más de medio milenio. En el 2.092 habrá cumplido seiscientos años, hasta allá se proyecta el bolivarianismo, por lo menos para el cumplimiento de los posteriores trecientos años como sucedieron los anteriores a la Revolución actual, que es naturalmente Bolivariana.
Todos los acontecimientos previos a mil ochocientos, adquieren sentido a partir de la irrupción telúrica de “El Libertador” en los albores del siglo XIX. Pero cuando el 17 de diciembre de 1.830, después de exhalar por última vez, y dejar a su pueblo desguarecido, desparramado y desorientado, tras la larga guerra, bajo el mismo cielo donde aun se pavonean sus vencidos enemigos, los primeros en llorarlo, fueron los indios y los negros. Si bien la rebelión indígena con Guaicaipuro batallando como El Cacique Comandante de la lucha de resistencia, y Chirinos al frente de la fulgurante cimarronería, son parte de los antecedentes de la epopeya independentista, estas se subordinan al referente emancipador por excelencia “La Revolución de Independencia”. De esta manera, Guaicaipuro y Chirinos también lloran a su padre, al General Bolívar, el que los reivindicó con la victoria de 1.824, cuando finalmente fue derrotado y expulsado de las sagradas tierras de la Patria Grande, el miserable ejercito español.
Semejante proeza lo tiñe todo, tiñe el tiempo y el espacio. Todo movimiento luego, hasta el de las hojas de los árboles, que aun cuando tengan el color, la forma y la textura que tengan, se mueven como Bolívar.
¡Patria, socialismo o muerte!
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