No pienso traducir
lo que expresó el Presidente; está más claro que cualquier
manantial donde los pecadores lavan sus almas para librarse del pecado:
Chávez se indignó y expresó, como aquella vez lo hiciera al
Rey de España, quinientos años de “arrechera” por tanta barbarie
que ha tapado los gendarmes de la Iglesia Católica.
Esas autoridades,
en especial las que gravitan en la bazofia de la Conferencia Episcopal
de Venezuela, han estado acostumbradas a ser vista como los portadores
de una moral incólume, celestial; son víboras parasitarias viviendo
a costillas de la fe. La postura del Presidente Chávez es la de un
“estadista originario”; él encarna el espíritu de los aborígenes
que fueron engañados por las palabras bellas y míticas de un Paraíso
Terrenal, que terminó por cavar la tumba a nuestros caciques, para
entregar, a cambio de participar en la riqueza, a los amos europeos,
un territorio sumiso al que se le intentó borrar su historia y su
espíritu.
La Iglesia,
como todas las instituciones humanas, nunca ha reconocido sus verdaderos
protagonistas ni los verdaderos representantes del pueblo; el apóstol
San Pablo, a quien poco se le ha dado una figuración en la fundación
de la Iglesia, el que aparece es San Pedro, debería ser reivindicado.
Primero porque es un creyente que viene de menos a más (Pablo conoció
a Jesús en el camino de Damasco; cayó de un caballo y pasó tres días
ciego; en ese tiempo tuvo una visión de Cristo, lo que hizo que se
convirtiera y siguiera la palabra); luego porque en esa persecución
que Roma hizo a los cristianos, él cayó victima. Es decir, entregó
su vida por su fe. San Pablo era un hombre culto, a diferencia de los
otros apóstoles, sus Cartas develan la fuerza y templanza de una base
ideológica-doctrinal que hizo posible un pensamiento coherente con
las cosas de la vida y del más allá. A San Pablo la Iglesia le debe
mucho, pero igual mal le ha pagado.
¿Qué podemos
esperar que haga entonces la Iglesia con un hombre de a pie,
normal y silvestre, que su gran pecado es querer cambiar un sistema
que pervierte al colectivo por otro que lo dignifique y lo enaltezca?
Poco se puede esperar. Por lo tanto, mejor reafirmar lo dicho: las
autoridades eclesiásticas venezolanas son
“trogloditas”; viven en un tiempo histórico fuera del alcance de
esperanza y fe que necesita el pueblo venezolano.