Alquimia Política

La Iglesia nuestra de cada día

Hoy el Presidente Hugo Chávez es atacado por una postura “impropia” ante la figura de un representante de la Iglesia Católica. Su imagen, gran novedad, es puesta en el banquillo y los más excelsos conservadores, derraman sus voces buscando influir en el colectivo feligrés para que castigue al “tirano”. ¿Qué bueno que acá no está Cristo para echarlos definitivamente del templo revolucionario de la dignidad latinoamericana? ¿Qué indignos, que inmoral es esa autoridad de Dios sobre la tierra que nos ha tocado en Venezuela? 

No pienso traducir lo que expresó el Presidente; está más claro que cualquier manantial donde los pecadores lavan sus almas para librarse del pecado: Chávez se indignó y expresó, como aquella vez lo hiciera al Rey de España, quinientos años de “arrechera” por tanta barbarie que ha tapado los gendarmes de la Iglesia Católica.  

Esas autoridades, en especial las que gravitan en la bazofia de la Conferencia Episcopal de Venezuela, han estado acostumbradas a ser vista como los portadores de una moral incólume, celestial; son víboras parasitarias viviendo a costillas de la fe. La postura del Presidente Chávez es la de un “estadista originario”; él encarna el espíritu de los aborígenes que fueron engañados por las palabras bellas y míticas de un Paraíso Terrenal, que terminó por cavar la tumba a nuestros caciques, para entregar, a cambio de participar en la riqueza, a los amos europeos, un territorio sumiso al que se le intentó borrar su historia y su espíritu. 

La Iglesia, como todas las instituciones humanas, nunca ha reconocido sus verdaderos protagonistas ni los verdaderos representantes del pueblo; el apóstol San Pablo, a quien poco se le ha dado una figuración en la fundación de la Iglesia, el que aparece es San Pedro, debería ser reivindicado. Primero porque es un creyente que viene de menos a más (Pablo conoció a Jesús en el camino de Damasco; cayó de un caballo y pasó tres días ciego; en ese tiempo tuvo una visión de Cristo, lo que hizo que se convirtiera y siguiera la palabra); luego porque en esa persecución que Roma hizo a los cristianos, él cayó victima. Es decir, entregó su vida por su fe. San Pablo era un hombre culto, a diferencia de los otros apóstoles, sus Cartas develan la fuerza y templanza de una base ideológica-doctrinal que hizo posible un pensamiento coherente con las cosas de la vida y del más allá. A San Pablo la Iglesia le debe mucho, pero igual mal le ha pagado.  

¿Qué podemos esperar que haga entonces la Iglesia con un hombre de a pie, normal y silvestre, que su gran pecado es querer cambiar un sistema que pervierte al colectivo por otro que lo dignifique y lo enaltezca? Poco se puede esperar. Por lo tanto, mejor reafirmar lo dicho: las autoridades eclesiásticas venezolanas son “trogloditas”; viven en un tiempo histórico fuera del alcance de esperanza y fe que necesita el pueblo venezolano. 

*.-ramonazocar@yahoo.com



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Ramón E. Azócar A.*

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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