Hace veinte o treinta años nadie ser habría atrevido a lanzar una crítica
abierta y pública contra un prelado de la Iglesia católica. De hecho, un
eterno irreverente como Alí Primera, apenas si osó decir en una de sus
canciones: “Busca al cura de parroquia, no busques al cardenal”.
Poco daño moral parecía haberle hecho a una institución tan retrógrada
como la Iglesia católica, la inquisición, las cruzadas, la colonización,
la esclavitud de América, la alianza con el nazismo alemán y tantas otras
acciones emprendidas en el nombre del Señor.
Por millones se contaban los que creían en curas, obispos, cardenales y
papas como verdaderos hombres de Dios.
No eran pocos los que siempre supieron que bajo el manto de la religión y
la palabra de Jesús, se ocultan en esa Iglesia no pocos violadores,
pederastas, ladrones, manipuladores, embusteros, corruptos y
vagos; pero hasta hace poco nadie (o muy pocos) se atrevió a denunciar
sus cochinadas y delitos.
La realidad, sin embargo, está cambiando y el cuento de que Dios nos va a
castigar si denunciamos a un cura, ya no asusta a nadie. No pasa un día
sin que se destape un escándalo dentro de la Iglesia y en los curas sólo
creen las viejecitas que ya no tienen tiempo ni razón para cambiar.
En Venezuela, en particular, las iglesias están cada vez más vacías. A
ellas se concurre con motivo de un sepelio, de un matrimonio o de un
bautizo, pero muy pocos lo hacen inspirados en la acción y en el mensaje
del cura.
Nadie, absolutamente nadie, comete hoy la pendejada de confesarle sus
pecados a unos hombres que en el pasado tenían delegada la autoridad de
Dios para perdonarlos.
En ese escenario se libra en Venezuela una batalla entre la alta
jerarquía de la Iglesia católica y el gobierno venezolano. Un cardenal al
que la inmensa mayoría del pueblo no sería capaz de identificarlo en la
calle y unos obispos que hace décadas no pisan un barrio o ayudan a un
pobre, mantienen una campaña mediática contra el líder popular más
importante que ha tenido Venezuela en los últimos cien años.
Unos curas que jamás llenarían los escenarios que llena Chávez; que jamás
recibirían las demostraciones de afecto y amor que él recibe del pueblo;
que jamás representarán la esperanza que él representa; que jamás gozarán
del respeto que líderes mundiales le profesan, pretenden hacerle creer
al pueblo que Chávez los conduce al precipicio y que ellos junto a
bandidos como Ramos Allup, Zuloaga, Mezerhane, Ledezma y pare usted de
contar, son la esperanza, son el futuro, son la redención.
Ninguna oportunidad tienen de convencer al pueblo para que cambie de
opinión y actitud ante Chávez y el Gobierno Bolivariano. Les queda grande
el comandante.
Basta un poco de sentido lógico para que ante la actitud de los
ensotanados cualquiera se pregunte: ¿Por qué si tienen tanta fuerza como
dicen tener y tanta influencia sobre el pueblo como creen tener, no
convocan una gigantesca concentración nacional en respaldo a Urosa Savino
y en rechazo a Chávez…? ni de vaina, lo hacen.
Quedarían en evidencia que no son más que cuatro ensotanados pendejos en
los que nadie cree y a los que nadie respalda.
Repito para finalizar: no es gratuita la imagen de violadores,
pederastas, ladrones, manipuladores, embusteros, corruptos y
vagos que de una buena parte de la jerarquía eclesiástica tenemos los
venezolanos.
¡A Chávez voy, Carajo!
arellanoa@pdvsa.com