Manuela, el 25 de septiembre de 1828, salva, por segunda vez, la vida del Libertador. Éste saltó por aquella ventana de palacio con los zapatos dobles de Manuela. Llovía y sus botas las estaban limpiando. Manuela a sus varios perros les colocó el nombre de generales: Santander, Páez, Córdoba, La Mar, Cedeño, entre otros. Escribiría desde su destierro en Kingston al general Juan José Flores, un 6 de mayo de 1834: “Yo ame al Libertador; muerto lo venero”. También le dejo marcados los dientes a Bolívar en la oreja por encontrar unos aretes en la cama donde dormían. No menos de cien misivas le escribiría su esposo Jaime Thorne en las cuales la perdonaba y exigía regresara. La respuesta de Manuela Sáenz sería contundente y de fino humor: “Déjeme usted, mi querido inglés. Hagamos otra cosa: en el cielo no volvemos a casar. ¿Y usted cree que yo, después de ser la predilecta de este general por siete años y con la seguridad de poseer su corazón, prefiera ser la mujer del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo?” Bolívar le dijo a Manuela: Tú eres la Libertadora del Libertador.
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